Débil consenso sobre la reinserción en el mundo
El país necesita exportar más, pero la dirigencia política se borra a la hora de debatir cambios claves, como la flexibilización del Mercosur
Hay que hacer un esfuerzo de memoria para recordar que hace tres años Mauricio Macri llevó a Sergio Massa y a varios gobernadores peronistas como invitados al foro económico mundial de Davos, donde anunció el giro de 180 grados en la política exterior argentina. Y que hace apenas un año el Presidente trazó allí una perspectiva brillante para la economía, tres meses antes de que el corte de financiamiento externo comenzara a desmoronarla hasta desembocar en el auxilio del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar una crisis de mayores proporciones.
Macri no viajará esta semana a esa localidad suiza, convertida desde hace décadas en una vidriera internacional en la que líderes políticos y empresariales buscan seducir a grandes inversores. Tampoco lo hará ningún dirigente opositor, salvo que alguno aparezca para una foto fuera del recinto. No es algo que deba extrañar: en los años electorales la agenda pasa a ser de cabotaje y la política exterior queda en un segundo o tercer plano.
Sí, en cambio, participarán dos ministros (Nicolás Dujovne y Dante Sica), el titular del Banco Central (Guido Sandleris), un puñado de empresarios con proyectos de inversión en marcha y, a nivel institucional, solo la Cámara Argentina de Comercio y Servicios. El objetivo oficial es explicar que el fuerte ajuste fiscal y externo supervisado por el FMI apunta a corregir los desequilibrios macroeconómicos como condición necesaria, aunque no suficiente, para un proceso de crecimiento sustentable con creación de empleos genuinos. Salvo contadas excepciones, esos crónicos desajustes fueron causa de todas las crisis, gatilladas por el fenomenal impuesto inflacionario y la consiguiente depreciación del peso. Probablemente los funcionarios deberán responder preguntas sobre la continuidad de este esfuerzo; pero no habrá interlocutores de la oposición para coincidir o disentir sobre el horizonte a mediano plazo.
Desde que Macri anunció en enero de 2016 la reinserción argentina en el mundo para restablecer la relación con los países más importantes, tras dejar atrás el default y el aislamiento del kirchnerismo (aliado con Venezuela e Irán), ese mundo cambió mucho. Después de haber perdido varios trenes, la Argentina llegaba tarde al siglo XXI caracterizado por la multipolaridad, los acuerdos comerciales y la velocidad de las innovaciones tecnológicas. También con un "prontuario" de políticas pendulares, instituciones obsoletas y una economía cerrada y poco competitiva. De ahí que el nuevo gobierno no recibió la "lluvia de inversiones" que esperaba, salvo en sectores puntuales con ventajas comparativas, subsidios y/o rápidas tasas de retorno.
La típica restricción externa de la economía, evidenciada nuevamente con la crisis de 2018, plantea ahora la necesidad de incrementar las exportaciones para aprovechar los recursos (naturales y humanos) disponibles, agregarles valor, generar divisas genuinas y salir del recurrente ciclo de stop and go que se tradujo en un ínfimo crecimiento del PBI per cápita. Pero el consenso sobre cómo lograrlo resulta más que escaso.
A nivel político, el debate es casi inexistente. Por lo general, se reduce a posturas ideológicas extremas a favor del cierre o la apertura de la economía, que la historia de las últimas décadas no avala. Las políticas de "vivir con lo nuestro" con la pretensión de exportar con dólar alto y aplicar trabas a importaciones para proteger la producción local, fracasaron del mismo modo que las de mayor apertura con dólar bajo. En uno y otro caso dejaron en claro que, aun con su importancia, el tipo de cambio real no es el instrumento excluyente para mejorar la competitividad.
Aun así, los ciclos de dólar barato impulsaron una peculiar forma de insertarse en el mundo a través del turismo al exterior, hasta que se agotaron las reservas del BCRA. Ocurrió durante la época de "plata dulce" de Martínez de Hoz; la convertibilidad de Menem-Cavallo y el cepo cambiario (Cristina Kirchner-Kicillof). También en 2017 (Macri-Sturzenegger), cuando nada menos que 4,5 millones de residentes en la Argentina (casi 10% de la población total) viajaron a otros países en tours de compras, hasta que se produjo la corrida cambiaria de 2018. Paradójicamente, no pocos viajeros están de acuerdo con la restricción de importaciones, aunque sus compras en el exterior reemplazan a productos locales que no llegan a otros países.
En los últimos años, la consigna pasó a ser la inserción "inteligente" en el mundo, que muchas veces encubre reclamos de protección sectorial, que también son justificables debido a los altos costos tributarios, logísticos, financieros y laborales que afectan la competitividad.
Si bien las estadísticas indican que en América Latina las economías más abiertas tienen menos desempleo que las más cerradas, una reciente encuesta internacional de PEW Research Center revela que la Argentina es el país del Mercosur donde la apertura comercial más se asocia a la pérdida de puestos de trabajo (53%). No es de extrañar entonces que el discurso político se amolde a esa postura. Por más que en el siglo XXI los empleos menos calificados en la industria están amenazados por la robotización y en los servicios basados en el conocimiento, los avances tecnológicos multiplican las oportunidades laborales para las personas con mayor capacitación. De ahí que una reforma educativa sea una de las asignaturas pendientes más importantes, junto con la Justicia.
A 30 años de su creación, el propio Mercosur se transformó en un esquema obsoleto de integración comercial y económica. Cuando fue puesto en marcha por Raúl Alfonsín y José Sarney, permitió zanjar el enfrentamiento geopolítico entre la Argentina y Brasil que habían dejado como herencia los regímenes militares de ambos países. Luego el Tratado de Asunción creó la Unión Aduanera (UA) con arancel externo común (de hasta 35%) frente a los países de extrazona que, con el correr de los años, se convirtió en un asimétrico mecanismo de protección para los cuatro países miembros, en beneficio del sector industrial de sus dos mayores socios. Y la posterior incorporación de Venezuela, a instancias de Néstor Kirchner, terminó por desvirtuar sus objetivos.
Un minucioso trabajo del especialista Marcelo Elizondo destaca que el formato de UA representa actualmente poco más del 5% de los acuerdos vigentes en el mundo, frente a 44% de los de libre comercio entre dos o más partes; 29% con el agregado de integración económica y 18% de alcance parcial o recíproco para determinados sectores. También recuerda que el bloque como tal solo suscribió acuerdos con Israel, Egipto, India y África austral y que el comercio bilateral argentino-brasileño descendió desde los picos alcanzados en 2011 y que ambos países orientaron mayores exportaciones hacia terceros mercados como China y los Estados Unidos.
El gobierno de Macri apostó a reactivar el acuerdo con la Unión Europea (UE), que lleva más de diez años de negociaciones, enfrenta resistencias entre los productores agrícolas de Francia, Irlanda y Polonia y aún no pudo ser anunciado a nivel político. Pero la asunción de Jair Bolsonaro en Brasil vuelve a modificar el tablero, al haber planteado la flexibilización del bloque mediante "mecanismos creativos", que eviten una reforma del Tratado de Asunción y su aprobación legislativa en cada país, que llevaría tiempo aunque contaría con el apoyo de Paraguay y Uruguay. Elizondo interpreta que estos mecanismos consistirían en acuerdos bilaterales con otros países, que los demás miembros podrán reservarse el derecho de adherir en distintos plazos y que el gobierno brasileño apunta a una alianza con los Estados Unidos. Esto crearía un nuevo escenario para la Argentina, que como contrapartida estaría dispuesta a negociar con Brasil reducciones del arancel común. Aunque en otro año electoral se reducen las perspectivas de buscar acuerdos políticos que respalden una flexibilización consensuada del Mercosur que forme parte de una política de Estado.
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