Difícil escapar: a esta revolución todos estamos expuestos
El robot tiene una mochila pesada y camina tieso como sobre cáscaras de huevo o como un bebe dando sus primeros pasos. Sale al frío de Boston y atraviesa un bosque nevado. Entra a un depósito donde acomoda cajas de cinco kilos. Un empleado le hace bullying con un palo de hockey, quitándole y desplazando la caja (el robot la vuelve a levantar cual piedra de Sísifo) y tumbándolo al piso (el robot piensa unos segundos antes de reincorporarse con tres movimientos simples). Con Atlas, el robot repositor de Boston Dynamics (un spin off del MIT), nos enternecemos con su lucha contra los elementos y nos maravillamos de los avances de la ciencia... Antes de advertir que un robot repositor más es un repositor humano menos.
El debate está abierto. Los optimistas panglossianos señalan que la tecnología, al aumentar la productividad, abarata la oferta, estimula la demanda y genera más empleos de los que desplaza. Miren si no lo que sucedió a principios del siglo XIX tras la llegada del telar industrial, que dio lugar a la rebelión de los artesanos ingleses luego conocidos como luditas: la riqueza industrial creó demandas nuevas e innumerables trabajos en otras industrias y en el sector servicios. Todos contentos.
Por otro lado están los agoreros para los que la historia no necesariamente se repite. Esta vez la tecnología viene por todos nuestros trabajos, según nos alarman. Y si bien al comienzo la sangría será más intensa en ocupaciones rutinarias y fácilmente mecanizables, insisten, el aprendizaje de la máquina y el coqueteo con la (pseudo) inteligencia artificial ya amenaza tanto el trabajo artesanal de baja calificación (repositores) como el de alta calificación.
Basta mirar lo que sucede en Estados Unidos para tener la previa de lo que vendrá a nuestras costas cuando nos integremos al mundo. El porcentaje de la población en edad de trabajar que tiene o busca trabajo descendió cerca de 5% en los últimos 15 años, lo que sugiere poco trabajo y mucho desaliento. Además, si graficáramos subas y bajas de puestos de trabajo según remuneración, veríamos que entre 1980 y 2000 subieron los empleos de baja y alta remuneración, y cayeron los de ingreso medio. Si aceptamos que el salario es proporcional a la calificación, los trabajadores de calificación media están en un brete, en gran medida por la competencia de la máquina. De ahí, el endeudamiento insostenible de la clase media empobrecida en países desarrollados.
Pero esta tendencia viene cambiando: hoy también se estancan o caen los empleos baratos. Pensemos, por ejemplo, en la máquina de hamburguesas gourmet de Momentum Machines, o en el robot delivery de pizza de Domino's, o también -más cerca de casa- en los drones agrónomos de la flamante Frontec.
Y pensemos en lo que se viene: Watson (el robot que venció al Jeopardy!) diagnosticando enfermedades complejas, o empresas como WorkFusion o Narrative Science reemplazando ingenieros industriales y economistas. Si hace 10 años sabíamos que en 2016 había que orientarse a disciplinas duras (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), ahora sabemos que para 2026 habrá que variar la fórmula. Pero, ¿cuál?
Replicar trabajos como los de Frey y Osborne (economistas de la Universidad de Oxford), que miden la exposición de las ocupaciones a la digitalización, es un poco estimar el futuro del pasado: tanto la clasificación de ocupaciones como el concepto de robotización y las probabilidades que de él surgen sean posiblemente antiguas. Pero el mensaje es aún relevante: es improbable que esta revolución sea como las otras. Todos estamos expuestos.
En la Argentina, en un contexto de estancamiento, con motores de crecimiento histórico de baja demanda relativa de trabajo, y con una distancia creciente entre la formación de los estudiantes y las necesidades de nuestras empresas, la inevitable apertura tecnológica puede profundizar la caída de la participación laboral y la concentración de ingresos y riqueza. Entre otras razones, porque nuestra fuerza laboral es intensiva en calificaciones medias y está particularmente expuesta al reemplazo, como lo refleja nuestro primer puesto en el ranking del Banco Mundial que ordena a los países según el porcentaje de sus empleos que son reemplazables por la automatización.
Entonces, ¿priorizamos el empleo a expensas de la productividad o la productividad a expensas del empleo? Ambos no siempre van de la mano, y la productividad no se distribuye fácil. No es lo mismo 10 trabajadores produciendo 10 unidades que un trabajador y una máquina produciendo lo mismo, más 9 desempleados. O que 10 personas trabajando un décimo del tiempo (y cobrando un décimo del salario).
Más que las ganancias de eficiencia de corto plazo, éste será el dilema que defina las políticas productivas de los próximos años, orientando los programas de promoción productiva, entrenamiento laboral, integración comercial y protección social. Porque la generación de empleo es hoy el principal desafío económico del Gobierno.
Google acaba de poner en venta Boston Dynamics. Su matriz, Alphabet, pretende beneficios económicos concretos en un lapso inferior a los 5 años. Posiblemente Atlas, en versión remozada, acabe en manos de Amazon, un usuario natural. Los panglossianos verán en esto la señal de que los temores digitales son exagerados, y seguirán nadando a mar abierto ignorando el tsunami. Por las dudas, nosotros los luditas recomendamos salir del agua e ir subiendo la cuesta hacia un lugar alto, a resguardo de la ola.
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