Economistas vs. antropólogos: ¿quiénes son los tipos más raros del mundo?
Al sudeste de Perú, en una zona de la Amazonia que comparten los departamentos de Cusco y Madre de Dios, habitan los machiguengas (o "matsiguengas"), integrantes de una etnia que vive de la horticultura, con producción de subsistencia en pequeñas granjas y poco contacto con el mundo exterior. Apenas comercian con otras tribus.
Para los machiguengas fue toda una novedad cuando en 1995 un joven antropólogo estadounidense, recién recibido de UCLA, viajó a Perú para proponerles participar en una serie de estudios. Joe Henrich no tenía en mente una investigación etnográfica típica de su profesión, sino un experimento proveniente de un campo distinto, que estaba en pañales en ese momento: un esquema proveniente de la economía del comportamiento.
Henrich reprodujo con los machiguenga un "juego" probado cientos de veces en universidades de países ricos de Occidente, cuyos resultados dieron como conclusión que la gente toma sus decisiones con una "demanda de justicia", en forma más altruista y menos egoísta que lo que presupone la economía tradicional. Derivado del famoso "dilema del prisionero", el "juego del ultimátum" tiene reglas simples: hay dos jugadores, a uno se le da una suma de dinero -supongamos, 100 pesos- y al otro nada. Ambas personas no se conocen. Al primero se lo invita a ofrecerle una parte de la plata -la que él decida- al segundo, quien tiene que resolver si lo acepta o no. Si no da su OK, ambos se van con las manos vacías. Según la economía tradicional, que presupone agentes de una racionalidad extrema, que actúan siempre maximizando su propio bien, el primer jugador debería ofrecer una suma mínima (un peso, por caso) y el segundo aceptarlo, ya que un peso es mejor que nada. Sin embargo, un "sentido de justicia" hace que en Occidente, en promedio, los primeros participantes regalen entre un 40% y un 50% del dinero, que es aceptado como "justo" por la contraparte.
Henrich no tuvo problema en reclutar a decenas de participantes para reproducir el juego en la Amazonia peruana. Ofrecía dinero real, equivalente a varios días de ingreso de los machiguengas. Fue más difícil para Henrich, en cambio, explicar las reglas de un esquema que a los integrantes de esta etnia peruana les resultaba tremendamente extraño. Y más insólitos le resultaron al antropólogo los resultados: los machiguengas se comportaban como predice la economía más tradicional, en forma estrictamente racional: el jugador afortunado regalaba una cantidad mínima y el otro la aceptaba (¿qué tontería es esto de no aceptar algo que viene de arriba?). Un economista ultraortodoxo, de la escuela austríaca, se sentiría más que cómodo con machiguengas poblando sus modelos.
El joven antropólogo detectó enseguida las implicancias de este resultado. Muchas de las conclusiones de la psicología moderna, de la economía y de la cruza entre ambas disciplinas (la economía del comportamiento) presuponen que determinados sesgos cognitivos (como el del instinto de justicia), que fueron corroborados en experimentos con participantes de Occidente, son comunes a toda la población mundial. Y que la cultura no influye en estas conductas.
Henrich pensó que la realidad era más bien la opuesta, y ganó una beca de la fundación McArthur para replicar su experimento en 14 pequeñas sociedades de distintas partes del planeta, de Tanzania a Indonesia. El promedio de las ofertas del juego del ultimátum mostró enormes variaciones entre distintas culturas, lo cual destroza el supuesto básico de los economistas, que estudian las decisiones de un cerebro humano con un "cableado" similar en todo el mundo, y por lo tanto con comportamiento, cognición y percepciones comparables. Pero esto no es así: la cultura juega un papel definitorio.
Un estudio realizado en 2008 por cuatro revistas especializadas de psicología mostró que las conclusiones acumuladas entre 2003 y 2007 por esta ciencia provenían de estudios con experimentos y entrevistas con ciudadanos que provenían, en un 93% de los casos, de países occidentales ricos, y un 70% del total eran estadounidenses. Henrich y sus colegas pronto comenzaron a descubrir que las respuestas de este grupo están en un extremo de la distribución cuando se los compara con otras culturas del globo. En otras palabras, que los "tipos raros" son los ciudadanos de Estados Unidos y los europeos, al lado de sociedades de África, América latina y Asia, que muestran estilos cognitivos más parecidos entre sí. En un paper seminal jugó con la palabra weird ("raro" en inglés) y el acrónimo de "occidentales, educados, industrializados, ricos y democráticos ("westerners?", etcétera).
Los trabajos de Henrich se suman a una amplia literatura que en las últimas tres décadas resalta el rol de la cultura en aspectos cognitivos tan básicos como son las percepciones ante ilusiones ópticas. Muchos de estos fundamentos no parten "desde cero" en nuestro cerebro, sino que comienzan a moldearse a partir de los de nuestros pares, en la infancia.
La respuesta de los psicoeconomistas no se hizo esperar. Para ellos, los estudios de los antropólogos no invalidan el supuesto básico de la economía del comportamiento (que la racionalidad pura es una abstracción, que es más la excepción que la regla en las decisiones económicas de todos los días), sino que obligan a sacar conclusiones diferenciadas por país. Las recomendaciones del movimiento Nudge, que aplican conocimientos de esta nueva ciencia a las políticas públicas y que están tan de moda en Inglaterra y los Estados Unidos, no deberían importarse sin beneficio de inventario a la Argentina, por caso. Para cada país habría que tener una medición exacta de los "sesgos" que mira habitualmente la economía conductista (la aversión a perder, el exceso de confianza, el sentido de justicia, etcétera), que variarán en intensidad de acuerdo con cada cultura.
La página oficial de IPA (Innovation for Poverty Action), un centro de innovaciones en el combate contra la pobreza, que reúne a economistas "experimentalistas", criticó la visión de los antropólogos. "Todo depende de tener un buen diseño experimental", dicen. Aunque reconocen que buena parte de los estudios de la economía del comportamiento adolescen de lo que en ciencias sociales se llama "problema del estudiante": los alumnos no graduados son un recurso abundante y barato en los departamentos académicos donde se realizan las investigaciones. Pueden ser convencidos de participar fácilmente, a cambio de créditos y de puntaje en sus carreras. Y, después de todo, como dice el chiste, "hay cosas que las ratas, sencillamente, no están dispuestas a hacer".
Un banco experimental
- Una aldea peruana
En la Amazonia del Perú, el antropólogo Henrich realizó varias pruebas con una etnia llamada machinguengas. - La regla general
Según los resultados, la gente occidental toma las decisiones con una demanda de justicia, de forma más altruista y menos egoísta. - Una sorpresa
La comunidad peruana actuó de manera muy distinta: usó la racionalidad y revivió los orígenes de la economía tradicional.