Polémica nacionalización en Venezuela. El caso Sidor pone a prueba la relación de la Argentina con Chávez
Malestar empresarial y gremial en el país
"Estamos con Chávez para contener a Chávez." La estrategia cifrada en este eslogan, a la que el gobierno argentino se abrazó desde hace cinco años, parece haber fracasado en las últimas horas.
La nacionalización de la planta siderúrgica Sidor, cuya mayoría accionaria estaba bajo control de la argentina Techint y de la brasileña Usiminas, es la prueba más crítica a la que haya sido sometido hasta ahora el idilio entre la Argentina y Venezuela.
Cristina Kirchner está ante un doble desafío. Por un lado, el de hacer frente al desaire de Hugo Chávez, que pasó más de 48 horas sin responder sus llamadas, mientras anunciaba la estatización. Por otro, tendrá que interpretar el malestar en la Argentina, en especial del empresariado y el gremialismo, que se manifestaron con pronunciamientos de la Unión Industrial Argentina (UIA), la Asociación de Empresarios Argentinos (AEA) y la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).
No hace falta recordar el auxilio que prestaron al Gobierno muchos dirigentes de estas entidades en el peor momento del conflicto con el campo, cuando la Casa Rosada parecía aislarse de una franja importante del empresariado.
La señora de Kirchner está abogando por la compañía argentina. Sigue los pasos de su esposo en encontronazos anteriores entre Chávez y Paolo Rocca. Pero esta vez las gestiones fracasaron y ella se lo informó, anteanoche, a Luis Betnaza, encargado de las relaciones gubernamentales del grupo Techint. En la reunión, la Presidenta narró su conversación con un Chávez que declamaba del otro lado del teléfono: "Hemos tomado una decisión histórica, Cristina. No hay espacio para ninguna revisión".
A esa altura, lo único que quedaba por preservar eran los intereses patrimoniales de los inversores argentinos, que esperan ahora una indemnización según el valor de mercado de sus activos. Cristina Kirchner encomendó a Julio De Vido, presente en la reunión, que se cumpla ese objetivo. Es posible que estuviera motivada: terminaba la muy alentadora reunión con el subsecretario de Estado para las Américas, Tom Shannon.
La Casa Rosada siempre monitoreó la difícil relación entre Chávez y Sidor. En 2007 la pelea era por el precio que pagaba a la estatal Ferrominera del Orinoco por el mineral de hierro. Néstor Kirchner consiguió el acuerdo, sellado en el viaje que el venezolano realizó a Buenos Aires el 6 de agosto. La valija de Antonini Wilson, que también viajó en esa oportunidad, eclipsó ese éxito.
La nueva versión de la pelea fue sindical. Hace 10 días se había acordado la incorporación a Sidor de 600 trabajadores que prestan servicios tercerizados. También la compañía aceptó reconocer a 2500 jubilados el salario mínimo de los activos. Sólo quedaba por convenir el alza salarial de los próximos 28 meses. La diferencia estaba entre el 107% que ofrecía la empresa y el 130% que exigía el sindicato. Cristina Kirchner habló con Chávez de esta pulseada, cada vez más agresiva, en su última visita a Caracas, el 6 de marzo. Nada indicaba por entonces que el gobierno venezolano fuera a tomar parte en el conflicto. Aun cuando la dirigencia sindical comenzara a aprovechar los fracasos del chavismo para arrancarle ventajas con el argumento de que "la revolución se está debilitando".
La última semana esta dinámica ocupó el primer plano. Chávez había designado como mediador en la empresa a su vicepresidente, Ramón Carrizales, que se convirtió en vocero de los sindicatos: "Soy parte de un gobierno obrerista" y "Venezuela debe recuperar el acero para alcanzar su desarrollo endógeno", predicó. El domingo, en su programa Aló Presidente -desde el que en marzo dispuso movilizar al ejército hacia Colombia-, Chávez lo respaldó: "En la relación con Sidor, ayer dije basta".
La embajadora en Caracas, Alicia Castro, informó a Cristina Kirchner sobre estos vaivenes. Tras la declaración, la Presidenta comenzó a buscarlo, sin éxito. Nunca antes el caudillo bolivariano se había mostrado huidizo. Sólo el miércoles le comunicó a su amiga argentina el ultimátum que había emitido. Su gesto no estuvo a la altura de la hermandad bolivariana y la señora de Kirchner se lo hizo notar. Chávez puso a Buenos Aires en la urgencia de mostrar que la complicidad con Caracas no daña a los inversores argentinos, que acuden en estos años a Venezuela convocados desde el gobierno. En otras palabras: Chávez regaló un gran argumento a quienes impugnan la afinidad entre Buenos Aires y Caracas.
En Brasil, el caso de Usiminas tiene una modulación similar. Ayer Lula llegó a su país desde Europa y recibió un informe detallado de su embajador en Venezuela, Antonio Simoes. Volvió a advertir que Chávez arremetía contra una compañía brasileña. La primera vez fue cuando Evo Morales nacionalizó los activos de Petrobras: en Itamaraty detectaron que las consultorías sobre reservas gasíferas en las que se sustentó la medida habían sido contratadas por la venezolana Pdvsa en los Estados Unidos.
El gobierno brasileño dice tener ante Chávez -igual que con otros vecinos- una "paciencia estratégica". Sin embargo, el Congreso sigue sin aprobar el ingreso de Venezuela en el Mercosur, demorado desde que el caudillo caribeño calificó a los senadores de Brasil como "papagayos del imperio" por haber criticado el retiro de la licencia a una radio crítica. Es posible que con la nacionalización, que afecta a Usiminas, el trámite se vuelva más lento.
La Presidenta le aclaró a Chávez el efecto que su decisión tendría sobre el resto del bloque: Sidor es una típica inversión "mercosuriana".
Acaso sean argumentos estériles para un gobierno que subordina la política exterior a la ecuación de poder local. Esta semana se conoció un dato inquietante: la inflación del primer trimestre del año fue, en Venezuela, de 7,1%. El humor social está cambiando en ese emirato del Caribe. Menos seguro en la escena doméstica, el régimen bolivariano tiende a aislarse más en la internacional.
La nacionalización siderúrgica, que acelera el ritmo cardíaco de quienes identifican acero con soberanía, es también una reacción frente a ese nuevo cuadro.
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