El ejemplo del caso norteamericano
Los partidarios de Keynes y sus ideas suelen poner como ejemplo de aplicación de tales conceptos el New Deal lanzado por Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), presidente de los Estados Unidos de 1933 a 1945.
Roosevelt asumió cuando la Gran Depresión tocaba su punto más grave y nada pareció anticipar que aplicaría políticas ortodoxas.
El libro fundamental de Keynes fue publicado sólo en 1935, con lo cual parece más bien la teorización sobre el modo en que las cosas pueden funcionar y no el libreto que Roosevelt adoptó.
Roberto Cortés Conde, en su recientemente publicada "Historia Económica Mundial", afirma que "nada anunciaba que el nuevo presidente demócrata, quien como gobernador del Estado de Nueva York había aumentado los impuestos para equilibrar el presupuesto y que durante la campaña afirmaba su compromiso con el equilibrio fiscal y el patrón oro, no seguiría la misma política".
El ajuste ortodoxo de entonces había sido encarnado por el republicano Herbert Hoover, vencido en los comicios de 1932.
Regía el patrón oro, es decir, la convertibilidad. Lo que siguió tiene similitudes con lo que ocurrió en la Argentina durante la presidencia de Duhalde. Claro que para que el ciclo se completara habría sido necesario que el gobierno se incautara de todos los ahorros del sector privado en activos externos, es decir, los "dólares del colchón", para cambiarlos compulsivamente por pesos, antes de devaluar. Antes de que ocurrieran la devaluación y la pesificación corrieron rumores de que las autoridades se incautarían de las divisas contenidas en cajas de seguridad y hubo gente que corrió a retirar los billetes de los cofres para colocarlos en algún escondite.
Cortés Conde relata así los cambios en los Estados Unidos: "En marzo de 1933, apenas asumido el gobierno, el presidente Roosevelt declaró un feriado bancario por cuatro días (del 9 al 13). El mismo 9 de marzo el Congreso votó una ley de emergencia que confirió poderes extraordinarios al presidente en temas de moneda y bancos, entre los que incluía la facultad de apoderarse de las reservas de oro en manos de los bancos y del público.
"El 5 de abril, en uso de sus nuevas facultades, el presidente decretó la ilegalidad de las tenencias privadas de oro y divisas y se dispuso que su exportación debía ser autorizada por la Tesorería. El presidente podía apoderarse del oro que se encontraba en manos del público. Esa fue la excusa para abandonar el patrón oro. Como se creía que que ésa sería una medida temporaria y que rápidamente se volvería al patrón oro, el dólar cayó levemente respecto de las monedas convertibles, pero pronto se recuperó.En mayo la enmienda Thomas autorizó al presidente a reducir el contenido metálico del dólar oro hasta un 50%".
En "Historia Económica Mundial" Cortés Conde recuerda que, como si se tratara de Prat-Gay comprando dólares a montones para mantener devaluado el peso, las autoridades norteamericanas compraban oro a raudales para mantener débil el dólar.
"En enero de 1934 se dictó la ley de reservas de oro, que fijó el nuevo valor del oro en 35 dólares la onza (...) De esta manera, el nuevo dólar reducía un 60% su valor respecto de la vieja paridad."
Luego ocurrió la "dolarización", que fue el equivalente de nuestra pesificación. "Una disposición de junio -relata Cortés Conde- completó el conjunto de medidas haciendo nulas las cláusulas a oro en los contratos de públicos y privados. Esta medida tuvo una reacción disímil en la Corte Suprema de Justicia; por un lado, la anulación de la cláusula oro entre particulares fue aceptada con el argumento de que éstos no podían interferir en la moneda en que se hacían los contratos, puesto que era una atribución exclusiva del Congreso. El mismo fallo, en cambio, declaró que su eliminación no correspondía en los contratos suscriptos por el gobierno, ya que era él mismo el que así lo había dispuesto.
"(...) Las reservas convertidas al nuevo cambio dejaron un beneficio enorme. El incremento de más de US$ 2000 millones se usó para formar un fondo de estabilización para transacciones internacionales y para manejar el oro respecto de las monedas extranjeras. Esta medida fue conocida como `el beneficio del oro´ y resultó una importante fuente de financiamiento para el gobierno."
Otra pata importante del plan de Roosevelt fue la ley de actividades industriales. Cortés Conde tiene una visión muy crítica. En su último libro sostiene: "Una de las medidas más conocidas del New Deal fue la que finalmente influyó menos en la recuperación. Impuso controles a la producción con códigos específicos, buscando regular las relaciones de trabajo. Apoyado en el principio por sectores industriales que buscaban la protección, fue luego resistido debido al poder que ganaron los sindicatos. Estos obtuvieron aumentos salariales que mejoraron la distribución del ingreso, pero no evitó que la desocupación continuara en niveles muy altos hasta la Segunda Guerra Mundial. En 1937 se produjo una nueva recesión, de la que se saldría ya definitivamente con la recuperación que se inició por las perspectivas de la guerra en 1939 y por la guerra misma en 1941".
El autor recuerda también que mientras rigió la ley de actividades industriales hubo "un aumento importante del costo laboral que de algún modo erosionó las ganancias que había generado la suba de precios bajo un esquema de protección (...), la producción industrial no creció ni alcanzó siquiera los niveles de julio de 1933 (anteriores al dictado de la ley). La norma fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema en mayo de 1935, después de lo cual empezó una considerable recuperación de la industria".
Debates actuales
La aplicación de las ideas keynesianas en la actualidad es motivo de debate incluso entre quienes se declaran partidarios de ellas. Por ejemplo, el premio Nobel Joseph Stiglitz, en sus críticas a la actuación del FMI en las crisis asiática y de la Argentina se declaró favorable a las soluciones heterodoxas.
El intercambio de acusaciones ha sido público, sobre todo desde que el economista jefe del FMI, Kenneth Rogoff -que mañana disertará en esta ciudad- dijo que él también es un keynesiano, pero "de este mundo", casi tratando de "marciano" a Stiglitz.
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