Al margen de la semana. El extraño cóctel Axel-Fábrega
El dólar paralelo de regreso en la tapa de los diarios fue una de las peores noticias para el gobierno de Cristina Kirchner, que se ilusionaba con los pronósticos de calma cambiaria hasta el Mundial 2014 y debió recurrir otra vez a los torniquetes de corto plazo para contener una suba que en 15 días llegó a superar el 15 por ciento.
Estas turbulencias corroboraron que la llamada "pax cambiaria" es más bien una tregua transitoria con riesgos de agrietarse. La leve suba del dólar oficial (a $ 8,08) y la leve baja de las tasas de interés (a 26,8%) pueden haber impulsado a algunos operadores a dar un viraje con la bicicleta financiera y capitalizar ganancias en dólares. Otros aprovecharon para arbitrar con títulos públicos dolarizados. No deja de inquietar que el Banco Central sólo pudo hasta ahora aumentar sus reservas en unos 1400 millones de dólares (la mitad de las que perdió en enero) en plena temporada alta de liquidación de exportaciones de soja. Y seguramente influyeron los rumores sobre "supuestas diferencias" entre el ministro Axel Kicillof y Juan Carlos Fábrega, según el texto del inusual comunicado emitido por el titular del BCRA para negarlas y destacar como broche -por si hubiera alguna duda- que las medidas económicas son de exclusiva decisión presidencial.
Sin embargo, tras los primeros seis meses de gestión del nuevo equipo económico, tampoco hay dudas de que esas diferencias de criterio no son tan supuestas, al igual que los roles de cada uno. Como en las viejas películas americanas, Axel actúa como el policía bueno, y Fábrega, como el malo; aunque este último, con su propia experiencia y de la línea técnica del BCRA, se haya encargado de ponerles límites a los riesgos que asume el impulsivo ministro.
De hecho, la brusca devaluación de enero podría haber desembocado en un desastre macroeconómico si el titular del BCRA no se hubiera ocupado luego de casi duplicar las tasas de interés y de absorber el exceso de pesos que empujaban a los precios y el dólar paralelo. O si no hubiera obligado a los bancos a desprenderse de activos dolarizados para aumentar la oferta de divisas hasta el arribo de los agrodólares.
A la inversa, el ministro lamenta que esa política monetaria restrictiva envió al freezer la actividad económica y ya comienza a afectar al empleo, por lo cual presiona para bajar las tasas y empujar el crédito dirigido y subsidiado para inversiones y consumo. Pero, a la vez, soslaya que no aprovechó la tregua cambiaria de estos meses para moderar la expansión del gasto público, que viene aumentando al 40% anual y, como el BCRA debe financiar casi en soledad el creciente desequilibrio fiscal, la emisión de pesos tenderá a subir en la segunda mitad del año. Así será difícil reducir la inflación, que se ubica en torno a 35% interanual, deteriora el salario real y el consumo, aumenta la pobreza, y en cuatro meses ya devoró la mitad del repunte del tipo de cambio real.
Kicillof se dedica a tomar fotos mientras Fábrega busca proyectar la película hasta fin de año. El BCRA coincide con la mayoría de los economistas en que no se puede sostener mucho tiempo una política monetaria restrictiva con una política fiscal expansiva. Según la consultora Finsoport, de Jorge Todesca, en los próximos dos meses vencen letras (Lebac) por 80.000 millones de pesos y el BCRA debería colocar más títulos para mantener un sendero de contracción monetaria, ya que, además de emitir más pesos para cubrir el bache fiscal, debe comprar los dólares de la cosecha gruesa. Para lo que resta del año, los vencimientos alcanzan a 127.500 millones y renovarlos -añade- requeriría de mayores tasas y probablemente menores plazos, ya que el promedio bajó a 128 días. En este sentido, Todesca explica que las Lebacs se asemejan al fenómeno de las cuasimonedas de la salida de la convertibilidad: alguien deberá pagar ese déficit cuasifiscal algún día. Dante Sica, de la consultora Abeceb, sentencia a su vez que, cuanto menos ajuste el fisco, más va a tener que ajustar el sector privado.
Kicillof diagnosticó, en cambio, en declaraciones a LA NACION, que el Gobierno logró estabilizar el mercado cambiario y desacelerar la suba de precios con el dólar oficial anclado en $ 8, por lo cual su prioridad ahora es abrir una etapa de "sintonía fina" para reactivar la economía. También en el Palacio de Hacienda descartan un ajuste fiscal, por lo menos por el lado del gasto, bajo el incomprobable argumento de que la inflación no responde a un fenómeno monetario ni fiscal, sino a la concentración de la oferta en sectores clave. En otras palabras, tratará de contenerla con más controles y más planes de Precios Cuidados, por más que la dudosa suba de 1,8% del IPCNu en abril, que el ministro considera un éxito, equivalga a una inflación anualizada de 24 por ciento.
En su último informe mensual, el Estudio Broda subraya el escaso margen de maniobra del Gobierno a falta de un plan económico integral: si relajara la política monetaria -ejemplifica-, podría moderar un poco la caída de actividad, pero aumentaría las presiones inflacionarias y la demanda de divisas para importar, con riesgo de que vuelvan las turbulencias cambiarias. Y si mantuviera una política monetaria muy contractiva, podría reducir la demanda de dólares para importaciones y las tensiones inflacionarias, pero profundizaría la recesión.
Hasta ahora, lo único que está claro es que CFK afrontó el costo político de un ajuste ortodoxo recesivo parcial, con la única prioridad de evitar una crisis por escasez de reservas que diluiría su poder político y su gravitación en la interna del PJ antes del final de su mandato. Esto también explica por qué evita una moderación fiscal y gasta más de lo que recauda.
Con esta perspectiva, es muy probable que la política económica mantenga el actual cóctel de ortodoxia y heterodoxia, populismo y pragmatismo, de acuerdo con las necesidades de cada momento. Nadie está convencido de que la devaluación de enero haya sido la última (la mayoría de las consultoras prevé que el dólar oficial se ubicaría entre $ 9,10 y 9,80 en diciembre) y, en todo caso, la duda es si habrá miniajustes discontinuos o altibajos esporádicos. Tampoco nadie está seguro si las tasas de interés de la deuda del BCRA bajarán más o volverán a subir, aunque se busque abaratar el crédito al consumo de bienes durables más afectados por la recesión (caso motos) a cambio de rebajas puntuales de precios. La incógnita también se extiende a las tarifas de electricidad, ya que la suba de precios para la generación eléctrica se trasladará tarde o temprano a las tarifas o abultará la cuenta de subsidios.
En cambio, el Gobierno buscará aumentar la recaudación con el plan de facilidades para deudas impositivas y la decisión de gambetear el ajuste del mínimo no imponible de Ganancias, que eleva la presión tributaria sobre los salarios medios y altos, y deteriora su poder adquisitivo. Aun así, no será fácil estimular la inversión (que en 2013, según el Indec, bajó a 17% del PBI), salvo para aquellas empresas que reciban los créditos subsidiados del plan Fondear, que equivale casi a regalar plata a dedo ante la ausencia de financiamiento interno y externo.
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