Perfiles / George Soros, o el gurú del Apocalipsis. El megamillonario que trabaja de filántropo
Cada vez que habla, sacude los mercados; ahora acaba de advertir sobre el riesgo de desintegración del capitalismo; la cara desconocida del magnate que vive en Nueva York y tiene US$ 1000 millones invertidos en la Argentina
¿Qué tienen en común el viejo mercado de Abasto de Buenos Aires, la compañía inversora Guantum, de Nueva York, que desde 1969 crece al descomunal ritmo del treinta y cinco por ciento anual, y el paquete de inversiones privadas más grande que opera en el mercado de Moscú? Que todas son de un mismo dueño. Y sucede que ese hombre, ahora, acaba de advertir sobre el riesgo de desintegración del sistema capitalista mundial, y predice que si cae Brasil , la caída arrastrará a la Argentina.
George Soros, este gurú apocalíptico de anteojos de montura fina, no es infalible, pero lo parece. Y le debe a su instinto el haber amasado una de las fortunas más sólidas del mundo.
Datos biográficos: nació en el seno de una familia judía de Budapest, en 1930, y a los 17 años estaba en Londres estudiando en la London School of Economics. Durante la guerra, su padre, un abogado y maestro de esperanto, le había salvado la vida al conseguirle papeles a nombre de Janos Kid, y sacarlo del gueto.
El joven George, cuando ya no era tan joven, diría de su padre: "¿En qué trabajaba mi padre? No, él no trabajaba; él hacía dinero" .
De Londres regresó a Budapest, y allí estuvo hasta que se tuvo que volver. Fue en 1956, cuando los tanques soviéticos sofocaron la rebelión. Esa vez George Soros se fue más lejos.
En septiembre del mismo año comienza a trabajar en la financiera Singer & Friedlander, de Wall Street, donde consigue entrar sólo porque el gerente también era húngaro. "Empecé a hacer una cosa original: compraba títulos en un país y los vendía en otros", dijo más tarde.
La originalidad, en todo caso, le dio sus resultados: hoy Soros tiene una fortuna personal de dos mil millones de dólares, y los activos de sus empresas totalizan otros diez mil millones.
"Creo que vivo muy bien, y el placer de ser rico es que no debo tener muy en cuenta lo que cuestan las cosas. Eso significa que puedo hacer lo que quiero, incluso si cuesta mucho dinero. Pero no necesito hacer solamente las cosas que son muy caras para que la gente compruebe mi riqueza. No me hace falta. No necesito, por ejemplo, tener un avión privado para que quede claro mi status."
El apostador
El, que ha dicho que a menudo hace lo correcto por alguna razón equivocada, se ha equivocado a veces por tomar decisiones correctas.
Le pasó, por ejemplo, en febrero de 1994: apostó contra el yen tras la ruptura en una negociación comercial entre Washington y Tokio, y perdió 600 millones de dólares en un día por la suba de la moneda japonesa.
No fue terrible: dos años antes, en 1992, había hecho la misma maniobra contra la libra esterlina, y en una semana había ganado 1000 millones.
"En las relaciones humanas, como en las ciencias sociales y en la economía, la objetividad es un espejismo. El estado natural es el desequilibrio" , fue su conclusión.
George Soros es un megamillonario atípico, escéptico y personalista, y en algunas cuestiones hasta decididamente antiestablishement.
La semana última, mientras el rublo seguía ardiendo, no vaciló en criticar duramente al Fondo Monetario Internacional por la escasa ayuda que había prestado a Moscú, y vaticinó que para rescatar a ese mercado serían necesarios cincuenta mil millones de dólares.
"No juego contra el rublo", se ocupó en aclarar. "Yo he invertido en Rusia, y una devaluación me haría perder plata".
Una definición que también se aplica para la Argentina. Soros ha invertido en bienes en el país, y nada lo perjudicaría más que la devaluación del peso. En 1997 donó en Estados Unidos quince millones de dólares a entidades que favorecen la eutanasia, cincuenta millones a organizaciones que se ocupan de los inmigrantes ilegales, y otro millón para la campaña que legalizó en California y Arizona el consumo terapéutico de marihuana.
"La guerra contra las drogas le hace más daño a la sociedad que el consumo", dijo, y The New York Times lo sospechó de representar los intereses del narcotráfico.
Las preocupaciones sociales de George Soros -contribuyente a la campaña de Bill Clinton con módicos cien mil dólares- están puestas sobre todo en la recuperación de la ex Europa comunista. Allí dirige diecisiete fundaciones de ayuda social, y lleva donados mil millones de dólares en financiación de proyectos educativos, y otros quinientos millones en remedios y alimentos para Bosnia.
En 1993 escribió en The Time: "En un aspecto, el genocidio de los bosnios es peor que el Holocausto (judío). El mundo en general no sabía lo que ocurría en Auschwitz, pero todos nosotros hemos visto lo que está pasando en Bosnia".
Cuando se le pregunta si su función social y empresaria son compatibles, la respuesta es inequívoca: "No busco ganancias en Europa oriental, así como no actúo como un filántropo en los mercados".
De los mercados, justamente, los que más le atren son los llamados emergentes: Tailandia, Indonesia, Malasia, México, Brasil y la Argentina. Aquí, grosso modo , lleva invertidos unos mil millones de dólares mediante dos compañías: Irsa y Cresud.
Tiene quince estancias que suman 325 mil hectáreas y contienen 120 mil cabezas de ganado. Además es, o fue, dueño del edificio Pirelli y del "rulero" de Libertador y Carlos Pellegrini, de un millón de acciones de YPF, de un alto porcentaje de Puerto Madero, de los silos de Dorrego, de shoppings en todo el país, incluido Alto Palermo, del Mercado de Abasto y del Palacio Chrysler, entre otras propiedades inmobiliarias, menores en comparación.
Su ingreso en el mercado local se produjo a principios de 1991, cuando Eduardo Elsztain, un asesor de inversores, viajó a Nueva York y le explicó a Soros las perspectivas de la economía argentina.
Un hombre desconfiado
Lo que el megamillonario entendió de la explicación fue bastante obvio: que una hectárea en Iowa costaba diez mil dólares y una en Venado Tuerto, 1000; que los impuestos y la mano de obra son más baratos aquí que en Estados Unidos, y que el negocio de los shoppings puede ser enorme a mediano plazo.
Hoy Elsztain es su socio virtual en Buenos Aires, pero no su vocero: "No hablo de Soros, ni por Soros", mandó a decir por una empleada.
Los que sí hablan por él son sus libros. Además de "La carga de la conciencia", un ensayo filosófico, escribió otros tres: " La alquimia de las finanzas" (1987), "La apertura del sistema soviético" (1990) y "Soros por Soros" (1995), una suerte de biografía autorizada a la que remite a periodistas y otros curiosos interesados en conocer su controvertida historia de self-made-man .
Heterodoxo, intuitivo e imprevisible, algunos lo sospechan agente de Dios, otros del diablo y otros de la CIA.
Lo cierto es que a los 67 años, casado con Susan Weber y padre de cinco hijos, cree más en las personas que en las instituciones, y sólo confía ciegamente en dos hombres: Stanley Druckenmiller, su mano derecha en los negocios, y James Spiegelman, su secretario y su sombra.
Todo lo demás es negociable.
Ahora, este devoto del filósofo Karl Popper que empezó vendiendo baratijas en Budapest y acabó megamillonario, acaba de advertir sobre el riesgo de la desintegración del sistema capitalista.
Si eso sucede, tal vez George Soros, hoy ciudadano norteamericano, encuentre el tiempo necesario para jugar al ajedrez y al tenis, y para esquiar con sus hijos en las inmaculadas pistas de Aspen, bien lejos de los desaparecidos mercados financieros.