El pediatra al que la ópera le cambió la vida y lo convirtió en emprendedor
Son casi las 22 horas y el aire frío de Mar del Plata en este verano un poco atípico se hace sentir. Un pequeño grupo de 40 personas aguarda en la recepción de la Villa Ortiz Basualdo (hoy convertida en el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino) el inicio de la óperaLa Traviata. Mientras las cantantes, devenidas camareras por un rato, les ofrecen una copa de champagne y unos appetizers gourmands, Giuseppe Verdi, con galera y chalina blanca, les explica de qué se trata su obra.
Verdi es Pablo González Aguilar, un pediatra de 59 años al que el amor por la música clásica hizo que su vida dé a los cuarenta años un giro de 180 grados.
Su pasión por la música está en inmerso en su ADN. Sus tíos abuelos eran cuatro concertistas españoles que formaron el cuarteto Aguilar y que llegaron al país escapando de la guerra civil española.
Igualmente estudió medicina y llegó a ser un pediatra de renombre en la ciudad balnearia. Un día decidió viajar tres veces a la semana a Buenos Aires y en el Teatro Colón estudiar dirección de escena. Ya recibido, luego de cuatro años, comenzó a tener dos ocupaciones: la pediatría que le permitía subsistir y la dirección de obras clásicas que le alimentaba el alma.
Para González Aguilar, producir y ser protagonista de una obra clásica en una casa museo es maravilloso. En diálogo con LA NACION, el médico contó que al montaje de la obra se le agregó el costado gastronómico durante el pre show y los intervalos. "Para que la espera no sea tan tediosa, tomamos la idea de los juegos en los parques Disney que entretienen al público, mientras aguardan a que empiece la función", comentó.
Con $60.000 de costo de producción, el pediatra pensó el proyecto hace más de un año. Lo novedoso de la obra es que, a diferencia de otras puestas, donde el escenario es lo que cambia entre acto y acto; en este caso quien se muda de habitación en habitación, a medida que transcurren las escenas, es el público. "Los cuartos están armados de manera tal que permite una gran proximidad entre el público y los artistas y las fronteras quedan virtualmente borradas", destacó.
Todos los actos ocurren en el primer piso de la casa que también conserva, al igual que la fachada, una arquitectura pintoresquista francesa de principios siglo XX (inspirada en los castillos de la Loire).
Emblemáticos de la belle époque y del art nouveau, los muebles son utilizados como parte del mobiliario de la obra. Solo un piano, parte del museo, y un violín son partícipes de la música de la velada. Para el director de escena, las distintas intensidades y efectos de las luces en los ambientes hace que el público, al menos por unos instantes, se sienta en "los tiempos aquellos".
Se termina el segundo acto. Dos horas ya pasaron del espectáculo y el último intervalo ofrece en planta baja, un exquisito helado de crema con pistachos y almendras. Aparece Verdi y de nuevo comienza a relatar el argumento del tercer acto. Al rato, se oye de lejos una música que los llama a subir. "Creo se oyen los primeros acordes del preludio del tercer acto de La Traviata", dice Verdi en boca de González Aguilar.
Luego tres horas, el espectáculo ha llegado a su fin. Con entradas agotadas (600 pesos cada una y donde un 20% se queda el museo) para toda la temporada (solo viernes y sábados), el objetivo está cumplido.
El director está feliz y sueña en algún momento sacar el pie del acelerador de su vida hipocrática para tomar envión con la música. Hoy siente que ese sueño no está lejano. "Cuando uno imagina algo y que se hace realidad, te llena el corazón", dijo emocionado.