Cuando el poder nubla la misión
La Alianza está herida. La construcción de una coalición inestable logró su primer objetivo: ganar las elecciones. Pero quedaba el día después y, en esta instancia, no pudo demostrar el basamento ideológico e instrumental para generar un proyecto compartido y gobernar consultivamente en una configuración del poder novedosa en estas tierras. De allí que las necesidades de los argentinos siguen sin encontrar respuesta.
Hoy vivimos con preocupación el juego de la arena política, conscientes de los problemas que padecen las instituciones y la incertidumbre generada por los recientes cambios que experimentó el Gobierno. Los objetivos y programas no resultan claros y, en este ambiente, hasta Miss Bolocco se transforma en un agente de influencia sospechada de futura primera dama.
Procesos similares ocurren en las organizaciones cuando no logran consolidar su misión y objetivos y destinan más energía al juego de intrigas y toma de espacios de poder que en la construcción de sus productos y servicios. La actividad política ocupa la escena debido a las carencias en la definición de responsabilidades y mecanismos de control o por la fragilidad en el liderazgo que la dirección debe ejercer.
La organización se convierte en aquello que los franceses denominan un penier de crabes , un cubo de cangrejos, que se pisan los unos a otros para llegar a la parte superior del cubo. Los deseos de poder, una de las motivaciones por las que el hombre trabaja según Mc Clelland, privilegian las necesidades personales postergando los objetivos de la organización. Sin embargo, el juego no es tan fácil de visualizar, como bien lo define Cornford en su libro Guía para el joven polític o: "Mis propuestas son para el bien común que implican (muy a mi pesar) mi ascenso y el de mis amigos. Las tuyas son siempre insidiosas para tu ascenso y el de tus amigos." Mientras tanto, cientos de empleados buscan cobijarse en un ala protectora u observan pasivos las mil y una batallas encubiertas. La meritocracia pierde sentido.
No necesariamente el juego político es pernicioso para las organizaciones, puede resultar útil para generar un cambio en la configuración del poder o una adaptación a transformaciones significativas del entorno. Pero si el conflicto se extiende en demasía y se pierde el control, consume energía productiva e incluso puede ser un síntoma negativo que anticipe la destrucción de la misma organización.
Lamentablemente, nuestras últimas experiencias con la dirigencia argentina no garantizan que el bienestar sea una cuestión contagiosa. Para que esto suceda, deberíamos encontrar respuesta al sectarismo político y retomar la razón de ser de las instituciones de la Nación, que esperan pacientes un destino de mayor grandeza.
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