Recortes. El doble discurso, un claro abuso de poder
Sabemos que la comunicación es un problema, pero la compañía no va a discutirlo con los empleados.
Encuesta posiblemente apócrifa, realizada por una revista no identificada. Circula por Internet. Junio de 2006.
La intención era, según dicen, recolectar frases verdaderas que emularan las de la famosa historieta de Dilbert, cuyos personajes ponían al descubierto los absurdos del management norteamericano. La que elegimos ocupa el décimo lugar en el ranking, por lo que es fácil imaginar el grado de insensatez de las precedentes.
En general, son paradojas formuladas como órdenes precisas ("Lo que necesitamos es una lista con los problemas puntuales que desconocemos y que debemos encontrar"; "Este proyecto es tan importante que no permitiremos que todo aquello que sea más importante lo obstruya"; "El trabajo en equipo consiste en un grupo de gente que hace lo que yo digo").
Fuera de contexto cada frase puede dar paso a una franca carcajada, pero cuando es un jefe el que la expresa frente a sus subordinados con seriedad, todos callarán cautelosamente, sufriendo sus silencios. El arbitrario ejercicio del poder se manifiesta a través de infinidad de medios, no exclusivos de la lengua hablada o escrita. El rasgo predominante de ésta es que lo pone al descubierto, pero aun así circula con impunidad por los circuitos de las relaciones laborales.
El fenómeno ha sido estudiado por algunas centros especializados en psicología y una de las conclusiones es que los mensajes contradictorios (por ejemplo, no lea este cartel, escrito sobre un cartel vial) conducen a desajustes serios de la mente. El popular doble discurso, atribuido casi con exclusividad a los políticos, forma parte de la vida cotidiana de las empresas. Reconocer su presencia no es un síntoma de enfermedad, sino de salud. Así se empieza a revertirlo.
Hoy la virtud más necesaria -aunque no la más requerida- es la coherencia entre los discursos y las acciones. A partir de ese punto se gana respeto, y luego, como una consecuencia natural, aparece el verdadero liderazgo, que no suele entrar en escena en los recetarios del management convencional.
Una vez más, hay dos mundos, el de adentro y el de afuera. La aceptación de un postulante a jefe o gerente puede depender de la coherencia de su currículum, depurado de situaciones que no pueda explicar. Una vez dentro, tiene la posibilidad de ser incongruente, como cualquier mortal, pero con ciertos límites. A menos que se le permita volver locos a todos, haciendo abuso de su facultad de decir cualquier cosa, y a la vez, como en el caso de la encuesta, eliminar la posibilidad de discutir el asunto.