Gestión por maltrato
Mauricio L. dudó mucho en cambiar, pero finalmente cedió a la tentación de incorporarse a una de las empresas argentinas más exitosas y en crecimiento. La propuesta consistía en ocupar la dirección de Recursos Humanos, administrando una dotación de miles de empleados, y reportaría directamente al presidente, dueño y fundador de la compañía. Un buen proyecto profesional que tuvo corta vida: algo más de veinte días. Aún hoy recuerda, como si fuera una alucinación, las escenas que pasaron frente a sus ojos.
Es costumbre de la empresa reunir semanalmente a cientos de sus empleados en un gran auditorio. En el centro del escenario se ubica el presidente. A su lado se despliegan los directores y otros funcionarios de alto rango. Detrás de ellos hay una inmensa pantalla, donde pueden pasarse imágenes de distintas sucursales o los rostros, en vivo, de los que pueblan la platea. El presidente exhibe los recientes resultados de las ventas, pero también los errores cometidos por los empleados. Cualquiera de ellos puede ser denostado públicamente, a veces con insultos, o enterarse de su despido inmediato. En una oportunidad hubo tres mujeres cuestionadas fuertemente que, por vergüenza, rompieron a llorar. La cámara, al peor estilo de los reality shows, enfocó en primer plano las lágrimas. También es frecuente que alguien deba esquivar un objeto para no ser lastimado, generalmente algún producto que no conformó al dueño. Esta práctica no distingue niveles jerárquicos.
Un día, Mauricio debió participar de una reunión entre el presidente y el secretario general del sindicato. Como responsable de los Recursos Humanos intentó expresar su opinión, que fue inmediatamente descalificada por su superior: No le hagas caso a éste? (omitimos la palabra empleada) que no sabe nada. Mauricio renunció, respetuosamente, para preservar su autoestima.
La historia es real y contemporánea. La padecen hoy día miles de empleados de esa empresa, aquí, en la Argentina. Varios relatos, similares o peores, corren por los pasillos bajo el manto del poder y del miedo consecuente. Pero la empresa es rotundamente exitosa, desautorizando a miles de publicaciones sobre motivación y otras niñerías de mención frecuente. Si lo único que vale son los resultados, he aquí un liderazgo por imitar.
Habrá quienes --contaminados por el pudor, la ética o sencillos sentimientos humanitarios-- calificarán este estilo de gestión como una canallada. Otros entenderán por primera vez cuál es la función de la dirigencia sindical, ausente y cómplice en este caso. No cabe duda de que el punto obliga a tomar posición. Es muy difícil legitimar relaciones laborales anacrónicas, supuestamente superadas, donde tengan cabida la violencia física, el escarnio, el agravio y múltiples degradaciones que arrinconan la valoración personal hasta su mínima expresión.
El trabajo, como todas las acciones humanas, necesita ser sostenido por una cuota de dignidad.
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