Gremialismo criollo
Era la última hora de la tarde y todo el personal de la oficina se había reunido en el salón más grande. Estaban convocados para discutir la reducción de sueldos que la empresa comunicó esa mañana. Puede decirse que el rendimiento del día fue verdaderamente pobre. Casi todo el tiempo hubo comentarios y corrillos diversos, aun entre gente que habitualmente no se hablaba. Había surgido un tema común e importante, de nivel superior.
La coordinación de la reunión estuvo a cargo de Ana G., una empleada de prolongada antigüedad y que contaba con absoluta confianza tanto de los jefes como de los compañeros. No era la primera vez que actuaba movilizando al personal. Se ubicó en el centro del grupo y resumió lo propuesto por la empresa, sin emitir opinión, pero solicitando se expresen las distintas posiciones.
Como era de esperar, había una gran disconformidad. Los tiempos no estaban como para tener menos dinero a fin de mes, pero tampoco era cuestión de perder el trabajo porque significaba enfrentar una situación peor. Las primeras voces de descontento proponían rechazar la medida. Otros, más cautelosos, querían buscar otras alternativas. En ese momento intervino Ana, que alentó a impedir lo que ella llamaba un abuso y hasta sugirió medidas de fuerza. Los cautelosos fueron ahogados por el polvorín encendido por Ana. Ya resultaba difícil llegar a un consenso.
Un poco más al fondo, Olga observaba en silencio. Se sabía que era la amiga más íntima de Ana, lo que le daba cierta autoridad para hacerle en público una pregunta personal.
- ¿Y vos, Ana? ¿Qué pensás hacer?
- Ah, no. Yo me voy a dar por despedida. Necesito la indemnización.
* * *
Así, los ánimos encendidos se fueron al suelo. El liderazgo con afán reivindicativo no era más que un show montado para lucimiento de la estrella. La verdadera historia que circulaba por debajo o por detrás de Ana era su necesidad de levantar la hipoteca de un departamento. Eran intereses muy particulares, distintos de la pequeña comunidad que la apoyaba en la reunión. Entonces, se repite la escena que tantas veces encontramos en ámbitos más populosos y expuestos, como lo son la política o los gremios.
A esta altura de este milenio ya cabe preguntarse si será recuperada la solidaridad en el sentido laboral del término. Reconozcamos: a veces parece un asunto molesto. Si las organizaciones laborales llevaran a su más pura expresión las reivindicaciones, habría confrontaciones serias. Pero gracias a la atomización de los intereses no queda mucho lugar para los esfuerzos colectivos, excepto algunas estrategias de management donde se alienta el trabajo en equipo. Cierto es que un grupo humano suele resultar más poderoso que un montón de individuos, pero para esto hay que mantener una rigurosa línea de coherencia y una abundante cuota de generosidad. En definitiva, siempre se disputan espacios de poder.
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