Entre Francia y la Argentina: un viaje en moto lo condujo al negocio de su vida
Atardecer en Caudrot, un pequeño pueblo en la región francesa de Bordeaux. Luego de un día de vendimia, el argentino Alejandro López vuelve a su casa. En el trayecto, recuerda las sabias palabras de su madre: "Quien te quiere te piensa". Esa fue la frase que le permitió poner finalmente nombre a su proyecto vitivinícola: Piensa Wines.
Para llegar allí, Alejandro, hoy con 41 años, vivió cientos de desafíos y aventuras. Nacido en Buenos Aires y por una inspiración de un profesor de la secundaria, quiso ser biólogo. Mientras cursaba la carrera en la UBA, no se veía haciendo ciencia básica en laboratorio y creía que a la biología le faltaba una conexión comercial, una pata aplicada a un resultado económico.
Mientras estudiaba ingresó al departamento de marketing en una bodega, donde hacía tiempo quería hacer carrera. Esa pasantía fue la que le abrió las puertas del vino. "El mundo de las bebidas me atrapó desde siempre y cuando era adolescente, en la cocina de mis padres, como hobby intentaba con un par de ollas fabricar cervezas artesanales para consumir con amigos", relata a LA NACION.
Ya recibido de biólogo, el fallecimiento de su madre en 2007 fue una bisagra para arrancar a volar. Dejó la bodega en la Argentina y por contactos de su padre surgiría la oportunidad de trabajar como pasante en Château Léoville-Las Cases, en Bordeaux.
Ahí nomás armó las valijas. Sin embargo, no iba a ser tan fácil en los primeros tiempos. Sin teléfono, en una habitación compartida con otros pasantes, con dificultades con el idioma y en un pueblo de solo 400 habitantes llamado Saint Julien, a veces pensaba qué hacía ahí. Pero enseguida se ganó su lugar y a los seis meses de su llegada le propusieron ser adjunto de vitivinicultura, con 40 personas a cargo.
Sus ganas de seguir creciendo y aprendiendo lo impulsaron a buscar nuevos desafíos. "Quería aprender a comercializar los vinos y así integrar las distintas etapas (producción, ventas y gestión). Buscaba tener una visión integral, ser más abarcativo y menos específico. Entender el negocio de la A a la Z era cerrar la cadena, por eso debía seguir volando y nuevamente me subí al trampolín y me volví a tirar", apunta.
Pensando que lo iban a reconocer y que los llamados de las bodegas se iban a multiplicar, a fines de 2009 regresó a la Argentina. Fue un choque con la realidad: nadie conocía el lugar donde había trabajado.
Luego de unos meses sin respuestas de la industria vitivinícola, comenzó a trabajar en una bodega chica, posicionando los vinos en las góndolas y persuadiendo a los repositores de colocar sus cajas en lugares estratégicos.
Al tiempo, la bodega Peñaflor le ofreció un puesto en comercio exterior en Mendoza con cuentas importantes como Estados Unidos y México. Era otra vez el desarraigo, volvió a armar sus petates y encaró para la provincia cuyana.
Su vida en Miami
Su crecimiento iba en ascenso y al año de haberse instalado en Cuyo, lo enviaron a vivir a Estados Unidos, con un gran desafío: "Evangelizar a los americanos y posicionar la marca". Fue un nuevo arranque de raíz. Ya conocía la cara a la soledad, pero ésta era una oportunidad donde el viento le soplaba de espalda, había que desplegar las alas y tomar otra vez vuelo.
Instalado en Miami Beach, los amigos no tardaron en llegar y también el amor: una noche en un bar conoció a Marielou, una francesa que trabajaba como broker inmobiliario. Las cosas marchaban, pero un día sintió que era tiempo de dejar la bodega para buscar nuevos horizontes. Junto a un amigo creó Rocker Box, donde restauraban motos antiguas: "Fue un buen momento para seguir creciendo. A las motos las resucitábamos y las dejábamos como nuevas".
A diario, las ideas de un proyecto de vinos propio venían a su mente y decidió volver al país para llevarlo a cabo. Se compró una BMW R60 del año 1971, "La curiosa", la restauró y el 27 de septiembre de 2014, sin tener un reloj que le corriera por detrás, durante ocho meses recorrió 14 países, unos 22.000 kilómetros. "El viaje me ayudó a decidirme a avanzar con el proyecto Piensa Wines. Era un boomerang que largué y era tiempo de atraparlo", relata.
Ya en la Argentina, comenzó a buscar una región donde ejecutarlo. No sabía si estaba preparado para hacerlo, pero en su interior sentía que estaba listo. Esa búsqueda lo llevó a Mendoza nuevamente, donde se asoció a otros inversores. Pero enseguida lo que había imaginado para el proyecto se derrumbó.
Sin poder reflotarlo, supo que era el fin, al menos por un tiempo. Era barajar y dar de nuevo: volvió a Francia, donde lo esperaba Marielou. En Caudrot encontró la posibilidad de que su idea tome cuerpo. Hace cuatro años explota 18 hectáreas de viñedos y produce 125.000 botellas de vino por año.
Junto al dueño de la finca, que tiene 72 años, tienen una estrategia win win, que permite que todas las partes implicadas en un proceso ganen: "Cuando él pensaba en retirarse de la actividad, llegué yo a sus viñedos. Es una relación de confianza mutua y simbiótica, en donde ganamos los dos. De otra manera, hubiese resultado difícil para mí llevar a cabo el proyecto".
La ficha puesta en el país
Abocado a su trabajo y a su familia- tiene dos hijos con Marielou-, entendió mejor que nadie que el refrán de origen bíblico "nadie es profeta en su tierra", le calzaba perfecto. Hace un tiempo, su hermano Alvaro se convirtió en el puente importador a la Argentina.
Sin embargo, nunca dejó de mirar a su país. Y en esas vueltas de la vida, junto a Alvaro buscaron una región nueva para desarrollar Piensa Wines Argentina. Y en las zonas cordobesas de Quilino, Cruz del Eje, Colonia Caroya y el valle de Calamuchita escogió como lugares para el inicio de su producción. Siempre disruptivo, su proyecto binacional ya está en marcha: "Son como hijos que van creciendo y van dejando de pertenecerme", dice.
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