Equilibrio entre dos gigantes
Christopher Ford, un exoficial de inteligencia naval aficionado a las artes marciales japonesas y coreanas, cinturón negro de jiujitsu y hapkido, es el hombre a quien Donald Trump ha confiado uno de los aspectos más sensibles de su administración: la energía nuclear. Cada vez que sale el tema, este abogado de Harvard con doctorados en Oxford y Yale, desde hace dos años subsecretario de Seguridad Internacional y No Proliferación, le recuerda al gobierno argentino una obviedad: preferiría que la Casa Rosada no acordara con China la edificación de Atucha III, la central eléctrica que Macri prevé anunciar en las próximas semanas. Son reparos que los republicanos vienen planteando en secreto, en simultáneo con gestos públicos de respaldo a la Argentina, desde ayer esperanzada con la firma del acuerdo Unión Europea-Mercosur.
La agenda de Trump no es la de Macri. La del líder neoyorquino no solo incluye el aspecto nuclear, como muestran sus últimas discusiones con Irán, sino también el afán de recuperar terreno en una cuestión más abarcadora, postergada en su momento por la atención que Obama tuvo que prestarles a los conflictos de Medio Oriente: la expansión de China, un gigante que es el mayor socio comercial de Estados Unidos y, a la vez, una amenaza para su hegemonía mundial. Ford está hablando de eso cuando, consultado por las autoridades argentinas sobre el tema de la usina, elige el eufemismo de la fabricación: "Productos copiados y de peor calidad", define a los chinos.
Pero la Argentina tiene con los asiáticos otro tipo de vínculo. Macri está convencido de la central, que estará en la ciudad bonaerense de Lima y será edificada con una potencia de 1150 megavatios y a un costo de 7800 millones de dólares que el banco ICBC está dispuesto a financiar por el 85% de la obra. "Es solamente una cuestión comercial", tranquilizan los argentinos a sus pares norteamericanos, todos conscientes de que lo más irritante para la Casa Blanca ya se inauguró en tiempos kirchneristas: la estación espacial china de Neuquén, que les da a los asiáticos para investigar con fines pacíficos una concesión por 50 años, de la que la Argentina tiene apenas 10% del uso del tiempo.
A Trump lo inquieta el futuro: el vigor con que ha decidido proyectarse la administración de Xi Jinping, que está edificando en este momento 14 centrales nucleares en el mundo, 12 de ellas dentro de su China y dos en Paquistán, y que celebraría poder hacerlo de este lado del hemisferio. Algunos aspectos del emprendimiento de Lima fueron abordados esta semana en reuniones que Marcos Peña tuvo en Pekín, donde también se ocupó de avanzar en temas agropecuarios.
El jefe de Gabinete no suele meterse demasiado en estas iniciativas. Más cuando es Macri en persona quien, en este caso, la empuja internamente. Pero, llegado el momento de la firma del acuerdo, que podría ser el mes próximo, todo el Gobierno deberá encolumnarse en defender la necesidad de una inversión que genera reparos no sólo en la Cancillería, sino también en el Palacio de Hacienda, que tendrá que hacer esfuerzos para que la mayor parte del gasto se concentre no bien haya terminado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, es decir, después de 2021.
La Casa Rosada confía en que el tipo de actividad nuclear que pretende el país juegue en favor de la aceptación norteamericana. Pretende tener un programa de exportación, lo que obligará a cumplir con los requerimientos del Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, en inglés), pensado para circunscribir al uso civil los materiales y las instalaciones. Firmado en 1968, el NPT dispuso que solo podían tener armas de este tipo aquellos países que hasta un año antes hubieran detonado un ensayo nuclear. Entonces eran solo cinco, que la comunidad internacional bautizó Power 5, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, Rusia, China, Francia e Inglaterra.
En el Gobierno esperan que estas condiciones tranquilicen a Trump. Por lo pronto, porque la Argentina no tiene ni la magnitud ni la ambición de Brasil, cuya política nuclear está orientada al consumo interno e incluye el proyecto de un submarino que, si prosperara, sería el primero del mundo de ese tipo por fuera del Power 5. Los socios del Mercosur están vinculados a través de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (Abacc), que a su vez tiene firmados acuerdos con el Organismo Internacional de Energía Atómica. Macri deberá convencer a Estados Unidos de que la Argentina podría no solo ser socia, sino contribuir a la responsabilidad de Brasil.
La obra tiene ya el respaldo de la Uocra, a cuyos sindicalistas el Gobierno les prometió mano de obra argentina, y de parte de la Asociación de Industrias Metalúrgicas (Adimra), porque se proyecta que 40% de los componentes sean de fabricación nacional, condiciones que, dicen los especialistas, la encarecerán en unos 2000 millones de dólares respecto de si, por ejemplo, se hiciera en China. Pero Macri ha sumado también un aliado relevante en las últimas semanas, Miguel Ángel Pichetto, que viene con antecedentes en la materia. Fue el senador quien más presionó hace dos años en Sierra Grande, Río Negro, para conseguir la construcción de una central nuclear con financiamiento chino que está prohibida por una ley. La definió como una oportunidad "única y excepcional, la más grande que pudo recibir la provincia en su historia" y discutió hasta con Luis García Rodríguez, sacerdote de Viedma e integrante del movimiento antinuclear, al que incluyó en la lista de "curitas que agarraron la veta ambientalista" y que pretendían que siguiera habiendo pobres "para ir y bendecirlos". El sacerdote le contestó por Facebook. "Los intereses de los poderosos quedan al descubierto", escribió.
El desafío excede ahora los confines de la parroquia de Viedma, porque el objetor está en Washington. Ford explicó las razones en febrero en el Instituto Hudson: "Rusia y China también utilizan las ventas de reactores de sus industrias nucleares con apoyo estatal como una herramienta geopolítica para profundizar las relaciones políticas con los países socios, para fomentar la dependencia energética de los socios extranjeros y, a veces, incluso para utilizar financiamiento abusivo para atraer a líderes políticos extranjeros a las trampas de la deuda que les dan a Pekín o a Moscú el poder que pueden explotar más adelante para obtener una ventaja geopolítica".
Macri siempre estará condenado a ese equilibrio entre sus dos principales socios, el político y el comercial, Estados Unidos y China. Su encrucijada explica también parte de la generosidad de Trump.