La cárcel, el negocio de la década y de vuelta a la prisión: la historia del detenido Gerardo Ferreyra
Gerardo Ferreyra, detenido ayer en el marco de la investigación por los "cuadernos de las coimas K", fue un joven precoz en golpizas. Al filo de los 20 lo habían molido a palos dos veces, cómo el mismo relata, tenía experiencia en detenciones policiales y había pasado por vejaciones como la falta de alimento y la conminación a celdas reducidas. En un encuentro con LA NACION hace aproximadamente dos años, se refería a esos escarnios, sin embargo, con una sonrisa. Ninguno se asoma al temor real que le infundió su tiempo en la cárcel durante la última dictadura. Conservaba en el lugar más oscuro de su memoria el momento en que Luciano Benjamín Menéndez, ex comandante del Ejército, le pisoteó la espalda hasta hacerlo gritar de dolor. Ahí, se puso serio.
Hay que hacer un esfuerzo para comprender cómo ese joven ingeniero cordobés, que hasta los 25 años se especializó en escaramuzas y acciones tácticas antes que en el diseño de sistemas eléctricos y mecánicos, se convirtió en el vicepresidente de Electroingeniería, una compañía que llegó a facturar millones de dólares al año mediante la obra pública y se quedó con medios de comunicación. También ocupó el sillón más importante de Transener, firma que administra las redes eléctricas de alta tensión en todo el país, que luego vendió cuando la empresa cayó en crisis.
Ferreyra es un defensor acérrimo del kirchnerismo, algo que no le impidió tener diálogo con representantes de otras fuerzas como el exgobernador de Córdoba, José Manuel De La Sota, quien le confió a la empresa la construcción de la Casa de Gobierno provincial.
En 2014, Ferreyra logró coronar su sustancioso reinado empresarial: junto a un consorcio compuesto por capitales chinos, se adjudicó la construcción y operación de las hidroeléctricas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, la mayor obra de infraestructura que encaró el kirchnerismo, con una inversión estimada en más de US$ 3000 millones. Sus competidores dijeron entonces que sufrieron presiones para no impugnar la adjudicación, algo que el empresario negó. Y criticaban otros ardides. Entre ellos, que presentó una carta de descuento para bajar un 17% el precio de su oferta y que pidió expresamente hacer pagos en dólares en el exterior, algo que también rechazó.
El presidente Mauricio Macri quiso quitarle el contrato poco después de asumir, en diciembre de 2015. Pero la canciller Susana Malcorra desaconsejó ese camino: era mejor seguir con Electroingeniería que soportar el disgusto que le generaría a los chinos romper un contrato.
Electroingeniería también creció exponencialmente en la década kirchnerista a través de Intesar, una compañía que ganó licitaciones para hacer redes eléctricas. Son cientos de kilómetros que cuelgan de inmensas torres metálicas. Su evolución fue envidiable: en 1990 facturó un millón de dólares. En la crisis de 2001, obtuvo 71 millones de dólares. Aunque tuvo épocas malas, llegó a facturar cuatro veces más.
Pese a esas cifras, el exmilitante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) devenido en ejecutivo millonario creía que su éxito comercial era un accidente. Siempre le gustó más hablar de política, dice que es un sobreviviente antes que una víctima y recuerda su cautiverio como un período de aprendizaje. "Me enseñó dos cosas –dice–. Salvo una muerte, nada de lo que te pueda pasar en libertad es peor que estar en la cárcel. Y como estuve mucho tiempo mirando una pared, aprendí a llevarme bien conmigo mismo. Era eso o volverme loco". Hoy, tras su detención por estar involucrado en los "cuadernos de la corrupción", sus palabras cobran especial importancia.
Fue en la cárcel donde conoció a Carlos Zannini, ideólogo del kirchnerismo desde el sillón que ocupó en la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia. Lo atraparon cuando militaba en Vanguardia Comunista, una agrupación maoísta. Ferreyra lo recuerda como un joven que ingresó al pabellón 6 de la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, pero niega que haya tenido una amistad con el cerebro de la pingüinera. Dice que lo volvió a ver cuando Kirchner llegó al Gobierno. "Lo puedo llamar, mandarle un mail o un mensaje de texto, pero lo que se dice amigo, es un mito. No vamos a comer asados juntos", contaba entonces sobre su relación.
En cambio, apuntaba que su principal cliente era el Ministerio de Planificación, a cargo de Julio De Vido, a quien definía como un hombre "duro". En marzo de 2007 compartieron un viaje a Alemania. A su vuelta, el Gobierno, a través del Ente Nacional Regulador de la Electricidad, frenó la venta de una parte de Transener al fondo norteamericano Eton Park. El paquete en juego quedó luego para Electroingeniería y Enarsa. Ferreyra dice que se trató de una patriada que evitó el ingreso de capital extranjero en una empresa estratégica. Siempre compartió con De Vido su gusto por Venezuela, donde la compañía sumó negocios.
Su cercanía al Gobierno también lo obligó a pagar un precio. En enero de 2009, Nelson Castro dejó abruptamente Radio Del Plata. Los comentarios del momento indicaban que el grupo anticipó su salida luego de que el periodista trató un informe de la Auditoría General de la Nación que pedía investigar una obra en la que había participado el grupo.
Ferreyra nació el 6 de septiembre de 1950, el mismo año que Kirchner. Su padre, Luis, era un peronista director de escuela que había heredado la condición de alfabetizado de su abuelo, Luis Tomás, un juez de paz irigoyenista. Luis murió con el guardapolvo puesto: le dio, en la escuela, un ataque al corazón mientras hacía los preparativos para una celebración del día del niño.
Los primeros años de Gerardo estuvieron dominados por el peronismo. Su primer recuerdo es una campera de gabardina que le había regalado la Fundación Eva Perón. Todavía la tiene en la retina.
De niño, sentía que era el dueño de la escuela. Colaboró con esa percepción el hecho de que su casa estaba dentro del establecimiento, en Morteros. La Revolución Libertadora sacó a Perón del cargo y corrió a los Ferreyra de Morteros. Fue la primera gran preocupación de Gerardo. Ofuscado, le preguntó a su madre, Francisca Margarita: "¿Dónde voy a mandar ahora?". Tenía menos de seis años.
La familia recaló en Arias, donde en 1966 un nuevo golpe inquietó a Gerardo. El gobierno militar quiso cambiar al intendente. Ferreyra organizó una pueblada. La policía lo castigó con golpes, pero ninguno le dolió tanto como la discusión familiar. Marta Donadío, la directora del secundario, llamó al padre, responsable del nivel primario, para recriminarle que su hijo participaba del agitamiento. Luis lo interpeló: "Dejás la toma o te vas de casa", le dijo. Gerardo mordió los dientes, tomó sus cosas y se fue a vivir con su hermana Ana María a Córdoba capital. Entró a Ingeniería en 1968. Allí abrazó al PRT y tomó como referente al Che. No podía ser de otra manera: un médico socialista cordobés asesinado en Bolivia en una pelea desigual.
Con el título en la mano ingresó a la empresa de Juan Carlos Maggi, un pope cordobés de la construcción, pero no dejó la militancia. La policía lo atrapó en 1975. El golpe de 1976 lo encontró en la cárcel. Ferreyra cree que está vivo por un capricho procesal: como cayó preso en democracia, tenía causas en marcha en dos juzgados, por lo que su detención estaba institucionalizada, a diferencia de lo que ocurrió con los desaparecidos.
En prisión, donde estuvo hasta 1984, fue un eslabón de la cadena de inteligencia carcelaria que integraban los presos políticos. Recibían novedades de los familiares, las escribían en trozos de papel con el que se hacían los cigarrillos, los envolvían en bolsas de plástico que cerraban quemando con un fósforo la punta y las distribuían. Si un guardia los atrapaba, se la tragaban. Su primer hijo, Sebastián, nació mientras su madre estaba en cautiverio.
En la facultad había conocido a Osvaldo Acosta. Durante su cautiverio, su excompañero había fundado la compañía junto a otros socios. Le ofreció trabajo a Ferreyra, que en 1987 se hizo cargo de la oficina de Buenos Aires. En 1998 obtuvo acciones. Entre 1996 y 2000, su empresa concluyó 48 obras que la prepararon para dar el salto durante el kirchnerismo.
Al menos hasta ayer, también militaba por Twitter y acompañaba a exposiciones a su mujer, Miriam "Mimi" Cohen, representante de alta relojería suiza. Solía recorrer a pie la distancia que separa su oficina, en Florida y Reconquista, de la Plaza de Mayo, uno de sus destinos frecuentes. La visitó apenas salió en libertad, para agradecerles a las Madres y Abuelas. Y se lo podía ver allí cada 24 de marzo, cuando se recuerda el aniversario del golpe del ’76. Muchas otras veces la cruzaba para ir a algún despacho del Ministerio de Planificación, entonces su principal cliente, en frente de la Casa de Gobierno.
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