Turbulencia en los mercados. Indices que dan algunas señales de riesgo
Como contracara de la caída en los bonos, que comenzó a gestarse el año pasado y se profundizó esta semana, el riesgo país argentino ya se triplicó desde sus valores mínimos históricos de fines de enero de 2007
Muchos la percibieron como la peor semana de la era kirchnerista. Proliferaron los rumores con versiones de una profunda devaluación del peso y un desdoblamiento del mercado cambiario. Volvieron a escucharse con una mayor frecuencia términos como default o corrida, e incluso resurgieron otros, como fuga de depósitos, todos vinculados a debacles pasadas, que no hicieron más que esparcir el pánico a una crisis, que se arraigó un poco más en el inconsciente de cada vez más argentinos.
Se extendió la incertidumbre sobre el futuro de la economía; Wall Street terminó de bajarle el pulgar al país; el derrumbe de los bonos, que ya se había iniciado el año pasado, se convirtió en debacle y los ahorristas volvieron a las casas de cambio a buscar refugio en el dólar, que trepó unos centavos. Hechos sombríos que quedaron coronados con la renuncia de Martín Lousteau al frente del Ministerio de Economía, para muchos, el suceso más previsible de los últimos siete días, que sirvió, además, para desterrar la posibilidad de correcciones y ratificar el rumbo de la gestión.
Pero lejos de reflejar una crisis económica, la pequeña tempestad financiera terminó por definir una paradoja materializada en dos datos, para los cuales los analistas sólo encuentran una razón: la crisis política que vive el oficialismo y la consecuente desconfianza que genera, y que cada día suma más adeptos. A saber: el único problema apremiante –y corregible– es la inflación y los cimientos de la economía siguen siendo sólidos, pero el riesgo país subió hasta llegar a triplicar ya los valores mínimos de hace poco más de un año, y bonos con cuyo pago el Gobierno está cumpliendo cotizan, aunque parezca mentira, igual o incluso por debajo de algunos títulos que permanecen en default desde hace ya seis años.
¿Cómo se pudo llegar a semejante situación?
El deterioro no fue abrupto. Ahora es casi un hecho anecdótico, pero hubo un tiempo en que la Argentina fue más atractiva que Brasil para los inversores, en que el país fue, a sus ojos, un deudor más sólido, más confiable que el gigante sudamericano. Fue un reencuentro fugaz, que se forjó de a poco, a fuerza de datos auspiciosos y un contexto internacional favorable, tras el canje de la deuda pública. Ocurrió a fines de enero del año pasado y dejó otro récord en la constelación kirchnerista: el riesgo país argentino llegó al nivel más bajo de su historia, y se mantuvo, allí, durante tres días seguidos, por debajo del de Brasil. En ese momento, el Gobierno obtuvo fondos frescos a la mejor tasa desde que volvió a buscar financiamiento en los mercados.
Esos días quedaron atrás. La manipulación de las estadísticas oficiales de inflación y la intervención del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el retroceso del superávit fiscal en términos del producto bruto, y un breve período de volatilidad en el dólar, a mediados del año anterior, que desbarató algunos negocios financieros montados sobre el tipo de cambio cuasi fijo, comenzaron a alejar a los inversores de los papeles locales el año pasado. Luego, ya con Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada, la tendencia se mantuvo, pero asociada ya más a factores internos que externos. Poco a poco, los bonos argentinos pasaron de ser una de las estrellas de los mercados emergentes a caer en desgracia.
En los últimos meses, a la sensación de que la economía estaba en "piloto automático", la ausencia de un plan de ataque contundente a la inflación -más allá de los métodos o las herramientas que se eligieran-, asociada a la continuidad de la intervención del Indec, se sumó el conflicto con el agro. Fue en medio de las tensas negociaciones con los ruralistas que comenzaron a brotar rumores de una nueva devaluación y la implementación de más de un tipo de cambio.
Eso no fue todo. La intención del equipo de Lousteau de canjear títulos públicos para aliviar los vencimientos de la deuda de los próximos tres años se vio truncada por la decisión adoptada el viernes de la semana anterior por el juez Thomas Griesa, del distrito sur de Nueva York, quien decidió congelar temporariamente la negociación de bonos globales argentinos que sirven como garantía de los préstamos garantizados nacionales (PGN), emitidos en el último canje de deuda previo al default. Eran los que Lousteau intentaba canjear. Esto alimentó, para algunos, las dudas sobre la capacidad de pago de la economía en el mediano plazo.
Pero unas semanas antes, un informe del banco de inversión JP Morgan, del 2 de abril, ya confirmaba una recomendación de vender títulos públicos argentinos. Luego se sumó otra postura similar, de Merrill Lynch, y el viernes último la calificadora de riesgo Standard & Poor s anunció su decisión de reducir la perspectiva sobre la calificación de la Argentina de "estable" a "negativa".
La suma de todos estos eventos, a la cual hay que agregarle una cuota no menor de histeria, dio lugar al enrarecido clima financiero de la última semana, que esta vez envolvió no sólo a los inversores, analistas y operadores -a quienes comúnmente se identifica como "el mercado"-, sino también al ahorrista minorista, que, como marca la historia, optó por refugiarse en el billete verde.
Expectativas
"El tema de fondo son las expectativas, lo que espera la gente, que operan a favor del deterioro en todos los frentes: el inflacionario, el consumo, el crecimiento de los depósitos a plazo, la demanda de dólares. Y el tema no pasa ya por el cambio de ministro, sino por la falta de percepción de cuál va a ser el curso de acción", indicó Rodrigo Alvarez, de Ecolatina. "En términos de riesgo, estamos volviendo a los niveles previos al canje de la deuda, y eso es muy extraño. Hay un desacople muy grande entre la realidad y las expectativas, y esto, a la larga, termina impactando en la economía real, porque tomar decisiones se vuelve casi una aventura", completó.
La prima de riesgo país es una medida de la confianza en una economía, no de su solidez. En términos técnicos, indica qué tasa tiene que ofrecer un país para conseguir financiamiento en los mercados internacionales por sobre la de los bonos del Tesoro de Estados Unidos, considerados el activo más seguro del planeta. Surge de los mismos precios de los bonos, que a su vez son determinados por las transacciones de los inversores.
Según la medición de la banca JP Morgan, que considera sólo los bonos en dólares con legislación extranjera, en la última semana subió un 8,1%, hasta los 589 puntos. Según la medición de la consultora Ecolatina, que es más abarcativa, ya que toma también los bonos indexados, que hoy representan casi la mitad de la deuda pública, aumentó un 20,5%, hasta las 931 unidades. Ambas mediciones más que triplican los mínimos históricos que marcaron a fines de enero de 2007.
Roberto Frenkel, uno de los economistas afines a este modelo que desde hace tiempo reclama cambios en la política económica, explicó la suba del último tiempo de la siguiente manera: "Lo mismo pasa con Chávez. Venezuela, un país petrolero, con una deuda chica, tiene una prima de riesgo alta. ¿Por qué? Porque las conductas del gobierno no son previsibles. No responden a necesidades o a alguna variable observable. No hay un problema de capacidad de pago, sino que quién te dice que en una vuelta Chávez decide, por razones políticas, que conviene defaultear, por más que la economía diga lo contrario. Hay un riesgo de imprevisibilidad".
El problema no es económico, sino político, coinciden los analistas. Falta previsibilidad. Aparece aquí una explicación recurrente: la economía todavía ofrece un margen de maniobra para, por ejemplo, bajar la inflación sin un costo demasiado elevado, pero ese margen se achica con el tiempo y la incertidumbre que genera el oficialismo -o el recelo del mercado hacia sus escasas definiciones- no hace más que elevar la desconfianza y alentar la venta de bonos.
Un día antes de la renuncia de Lousteau y del cambio de perspectiva en la calificación, el analista de riesgo soberano de Standard & Poor s, Sebastián Briozzo, ofrecía esta visión: "Hay problemas que parecen reversibles porque se parte de una situación de relativa solidez. Pero hay indefiniciones sobre cómo se van a tratar algunos de estos temas". La lista que brindó fue amplia: la lucha contra la inflación, el Indec, cómo se resolverá el atraso en los precios de la energía y el conflicto con el agro, entre otros.
No hay un solo economista o un solo informe sobre el país que no ponga a la inflación como el principal problema de la economía argentina. Pero, al igual que con el resto de los inconvenientes que arroja la economía, es sólo una cara del problema.
Gabriel Torres, analista de riesgo soberano de Moody s, habitualmente la calificadora más severa en sus apreciaciones sobre el país, lo explicó en estos términos: "Para nosotros la inflación no es un tema directo de preocupación o algo que incida en forma directa en la calificación. Sí nos preocupa, cuando hay inflación alta, qué hace un país, cómo la enfrenta. Cuando se niega que hay un problema, y se crean condiciones insostenibles en el mediano plazo, eso sí es más preocupante. Eso es lo que está pasando en la Argentina. Tenemos una preocupación sobre cuál es la respuesta que le da el Gobierno a la inflación".
Vender y comprar
La incertidumbre sobre qué hará el gobierno nacional es, para los inversores, una razón más para desprenderse de bonos argentinos. Para el ahorrista pequeño es un aliento a comprar dólares, aun cuando pocos apuesten a una revalorización futura del peso respecto del dólar, sobre todo porque el kirchnerismo ha hecho del tipo de cambio alto una de sus banderas de política económica.
"El mercado del dólar es muy chico y el único jugador importante es el Banco Central, que tiene todas las herramientas para poner el valor que quiera, para arriba o para abajo, con reservas, con la tasa de interés o con los encajes", apuntó Arturo Piano, director ejecutivo de Banco Piano, graficando el poder de juego con el que cuenta el oficialismo.
Nadie sabe a ciencia cierta si la tendencia del riesgo país se revertirá o no porque nadie sabe hasta qué punto los ingredientes que conformaron el cóctel explosivo que quedó al descubierto esta semana continuarán.
Un analista coincidió con esta visión y ensayó, al anochecer del viernes, un concepto que encierra un relativo optimismo: "No hay un problema económico o algo que indique que puede haber un default . Y los problemas políticos se resuelven más rápido que los problemas económicos".
La semana dejó, eso sí, una señal: cualquier plan para enfriar la economía y contener a través de esa vía la inflación ingresó, valga la ironía, en el freezer. "A nuestro ministro que está en Puerto Madero no le gusta esa idea", comentó otro analista, en una obvia referencia al ex presidente Néstor Kirchner.
Un economista que circuló por los pasillos del Palacio de Hacienda hizo la siguiente especulación acerca del futuro: "Van a jugar a fondo con este modelo porque no hay nadie que haga contrapeso, como en su momento pudieron ser Peirano o Lousteau. Esto se parece más a la llegada de Miceli, que no tenía peso propio como economista y era básicamente alguien del palo, pero la situación es más delicada. No se puede dejar la economía en piloto automático ahora, algo que sí se podía cuando se fue Lavagna porque en ese momento había más luces verdes que amarillas".
Lejos del récord
- Más allá de la suba sostenida que registró el riesgo país en el último tiempo, estos valores están muy lejos de los de 2001, cuando el indicador empezó una corrida que batía récords todos los días. En abril de ese año, el indicador era de 1304 puntos básicos; en octubre ya estaba en 1754 y el 21 de diciembre llegó a 4700 puntos. Claro que aquel índice y éste no es el mismo, ya que está compuesto por otros bonos.