Intromisiones en el BCRA
A fines de marzo de 2001, último mes completo en que ejercí la presidencia del Banco Central, las reservas internacionales con que contaba el país ascendían a 31.300 millones de dólares. También contábamos con 5750 millones de dólares en líneas de crédito contingentes para ser usadas por el Banco Central en caso de una corrida bancaria.
Adicionalmente, el país tenía acceso a los mercados internacionales de crédito; US$ 1 era igual a $ 1; había libre movilidad de capitales hacia el exterior y los depositantes tenían libertad para efectuar cualquier tipo de operaciones con sus depósitos.
Todo eso cambió a partir de abril de 2001. El entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, sostenía que la causa de la recesión era la mala política monetaria del BCRA y que se requería una política distinta para lograr la reactivación de la economía. No reparaba en que la recesión que se inició a fines de 1998, como consecuencia de la crisis rusa, había terminado en julio de 1999 con un crecimiento del PBI a una tasa anual del 8 por ciento. Ese proceso de recuperación económica había abortado en 2000 como consecuencia de la incertidumbre sobre el rumbo económico generada por las disputas internas de la Alianza.
Pero el ministro era el ministro. Consecuentemente, me planteó una opción de hierro: "Yo tengo la responsabilidad del manejo de la economía. Por lo tanto, o hacés lo que yo digo, o renunciás para que ponga a alguien que haga lo que digo". Hacer lo primero era un delito, pues el artículo tercero de la carta orgánica establece que "en la formulación y ejecución de la política monetaria y financiera el Banco Central no estará sujeto a órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo".
Renunciar a la presidencia del banco, aunque no recibiera la misma calificación legal, comportaba la misma conducta ética. Por lo tanto, no hice caso alguno al pedido del ministro Cavallo, que optó por propiciar mi remoción ante el entonces presidente Fernando de la Rúa.
Independencia quebrada
Quebrada la independencia del Banco Central, el poder se concentró en manos de un ministro que podía utilizar, además, importantes facultades delegadas por el Congreso en el Poder Ejecutivo. Se rompía así el balance de poder en el área económica que había inspirado la reforma de la carta orgánica del Banco Central en 1992.
Ese balance ponía la política fiscal en el Ministerio de Economía y la política monetaria en el Banco Central. Este no era un invento argentino, sino la forma en que dividen las competencias las economías más prósperas de los países industriales.
Los resultados de la "política monetaria" del ex ministro Cavallo y sus sucesores están a la vista. Si tenemos en cuenta que las reservas de marzo de 2001 fueron incrementadas en US$ 4000 millones vía un préstamo del Fondo Monetario Internacional; que el excedente del comercio exterior -estatizado por el presidente Duhalde- en los primeros cinco meses del año suma alrededor de 6000 millones de dólares, y que actualmente las reservas no alcanzan a los 10.000 millones de dólares, la pérdida de reservas ha sido en estos 15 meses de más de ¡31.000 millones de dólares!
Todo esto con la agravante de que el Estado nacional y los Estados provinciales están en default; que existen vencimientos con los organismos multilaterales de crédito en lo que resta del año por más de 7000 millones de dólares; que los bancos han sido totalmente descapitalizados y han perdido su activo más importante: su reputación (son "quienes han estafado a los depositantes"); que las más importantes empresas nacionales no han podido honrar sus compromisos y que la economía está en una depresión de una magnitud que no había conocido antes.
Este es pues, al menos en parte, el precio de romper la independencia del Banco Central.
Pero la del ex ministro Cavallo no fue la única violación. El ministro Roberto Lavagna, en su cortísima y ruinosa gestión, ha interferido permanentemente sobre la gestión de los funcionarios del Banco Central, abusando de su autoridad e impidiéndoles tomar las decisiones que juzgaban más oportunas y convenientes para el sistema financiero en su conjunto.
Sus interferencias han llevado a la renuncia del doctor Mario Blejer. Probablemente, su argumento sea el mismo que el del doctor Cavallo: "Yo soy el responsable de la economía...", sus consecuencias son similares.
Hoy se asiste a un verdadero aquelarre para la designación de los nuevos directores de la autoridad monetaria, donde todo aquel que tenga visos de tener algún grado de conocimiento técnico es sospechado de ser un "CEMA boy" e inmediatamente descalificado; donde lo político prima sobre lo técnico; lo coyuntural sobre la reconstrucción institucional.
La idoneidad profesional y moral de los candidatos a integrar el directorio del Banco Central, así como su independencia de criterio con respecto a las autoridades del Ministerio de Economía, son atributos que deben ser juzgados muy severamente. De la calidad de estas designaciones dependerá si podemos reconstruir la confianza en la economía argentina y, a partir de allí, si podemos avanzar en la reconstrucción del sistema financiero, para que éste pueda proveer un eficaz y eficiente mecanismo de pagos y canalizar el ahorro de la población hacia la actividad productiva.
La designación de los funcionarios del directorio del Banco Central debe recibir especial consideración de toda la sociedad, pues -como hemos visto en los últimos 15 meses- puede afectar el patrimonio, las reglas de convivencia económica y hasta la misma forma de vida de los argentinos.
El autor fue presidente del Banco Central.