La falla tan temida que llegó en el momento menos pensado
La Argentina a oscuras fue un fantasma que sobrevoló durante varios de los últimos años. Y un día sucedió. Lo paradigmático fue que la falla que afectó ayer por varias horas la red de electricidad se debió más a un error del sistema de protección de emergencia que a la falta de infraestructura que pueda abastecer la demanda, causa que alimentó aquellos fantasmas.
El Gobierno de Mauricio Macri será recordado, entre otras cosas, por aumentar las tarifas de luz y gas y el precio de los combustibles. La Casa Rosada de Cambiemos decidió asumir el trago amargo cada vez que autorizó una suba en los servicios a cambio de generar dos efectos: mejorar las cuentas públicas con la caída de los subsidios y generar las condiciones como para que la inversión vuelva a un sistema arrasado por años de desmanejo. Consiguió ambas cosas, pero debió soportar el corte más impresionante de la historia.
Con la información que está sobre la mesa, la falla estuvo en una de las líneas de alta tensión que trae la electricidad desde Yacyretá y Salto Grande. Un esquema de algoritmos y programas que no tienen intervención humana en tiempo real (sí en la creación) son encargados de tomar esos eventos, analizarlos y despachar órdenes para que la red se acomode a ese desperfecto. Ese servidor está en la localidad de Pérez, cerca de Rosario. Allí estarían algunas de las respuestas.
Ayer a la mañana no había ninguna razón de fondo para el colapso. Los aumentos de tarifas generaron que, como pocos sectores, las empresas de energía creyeran en las promesas del presidente Macri. A cambio de la promesa de reglas de juego claras, desempolvaron los viejos planes de inversión, interrumpidos cuando la convertibilidad hizo trizas la ecuación económica y volvieron los controles.
De a poco, se entusiasmaron con volver a 2001. Increíble, pero ese era el horizonte que buscaban los operadores. Entonces estaba consolidado un sistema que se dividía en tres. Los generadores de energía; el transporte, que traslada la electricidad desde las usinas hasta las ciudades, y los distribuidores, que tienen a su cargo la última parte del cable hasta los domicilios.
Todos tienen contratos con obligaciones de prestación claras, y derechos, por ejemplo, remuneración para mantener a flote la ecuación económica. A ese elenco se le sumaba alguien más: los organismos de control (el ENRE y el Enargas), capacitados y con funcionarios independientes elegidos por concurso de antecedentes.
Pero ese equilibrio se rompió con la caída de la convertibilidad y nunca más se emparchó. En épocas de los Kirchner, las empresas no tuvieron una retribución que las hiciera rentables, los organismos de control fueron intervenidos y no hubo autoridad moral para exigir a los otros actores del sistema. Además, las tarifas quedaron congeladas en pesos, y todo quedó maltrecho.
Sin inversión en nueva generación, se exigió a las termoeléctricas y las que se construyeron, con dinero del Estado o de los fideicomisos, que también se prendían y apagaban con gasoil o fueloil. De generar el 49% del total de energía del país con gas en 2001, se llegó a 70%. Sin precio, los productores ya no exploraron nuevos yacimientos. Lo que pasó es de manual: faltó el gas. Y llegó la maravilla de la importación de energía, que llevó los subsidios a casi 5% del PBI y engendró negocios millonarios que todavía son materia de investigación penal.
Ahora aquello ha cambiado. La oferta está por encima de la demanda en alrededor de 10% y la dependencia del gas cambia de a poco con el despacho de energía renovable. Las empresas son remuneradas, aunque ese proceso de tarifa de equilibrio se interrumpió con la devaluación de los últimos 12 meses, y los contratos están vigentes. Los órganos de control tienen funcionarios elegidos por concurso de antecedentes y, de a poco, el sistema vuelve a respirar.
Sin embargo, un domingo de junio, sin demasiado frío y con la demanda por el piso por el horario, todo colapsó. Y el fantasma de la Argentina oscura se hizo realidad.