Opinión. La inflación, una materia pendiente
Por Eduardo Luis Curia Para LA NACION
Da la impresión de que se busca relanzar las expectativas y la convicción acerca del rumbo económico modélico, más allá de que, en lo esencial, el dinamismo económico general se mantuvo alto. La posibilidad de encauzar el entendimiento sectorial, del que no puede estar ausente el agro, apuntando, por ejemplo, al tratamiento, entre otros, de aspectos financieros, laborales y de movimiento de capitales, sin duda, puede conformar un aporte crucial sobre el particular.
De todos modos, corresponde precisar que la ecuación al respecto, para ganar en efectividad, debe ser integral. Lo mejor para que los planteos de orden estructural fructifiquen con todo rigor es contar con estricta la puesta a punto del ordenamiento macroeconómico, el que, en sustancia, ofrece las coordenadas básicas. En defecto de esto, sería más arduo hacer buen pie.
En el frente citado, es sabido que consideramos al contundente enfoque la cuestión inflacionaria, la asignatura más urgente. Probablemente después de encarar algún "trabajo sucio" pendiente en materia de cierto ajuste de algunas tarifas, deberíamos comprometernos con un sistema de metas de inflación modélicas bianuales, de orden descendente, de manera de alinear, en consecuencia, la política de disciplina fiscal (incluida la clara desaceleración del gasto) y la política de salarios y precios.
Pero aquí queremos insistir en la cuestión estratégica más relevante para respaldar al modelo exitoso de estos años y a su horizonte dinámico: el curso del tipo de cambio real. Aunque el tópico, en realidad, viene de arrastre, ya se hace inocultable hoy que la paridad cambiaria real -bien leída a través del dólar real, y no ateniéndonos al eufemismo del tipo de cambio real multilateral- se ha desgastando nítidamente en relación con su punto de equilibrio dinámico. Más aún, la perspectiva es hacia su empeoramiento.
Si en algún momento no distante en el tiempo (no discutimos que hoy el Banco Central decida punir recientes presiones alcistas de la divisa ni que durante el ataque de la inflación poco cabe hacer en la materia mencionada) no enfocamos con severidad el fastidioso perfil cambiario aludido, podremos exponernos al desvanecimiento ilevantable de las perspectivas modélicas.
Sin ingenuidad
La sustentatibilidad expansiva puede ir licuándose y la propia masa salarial puede comenzar a crujir. Computemos que podemos estar arriesgándonos a recaer en el grueso error noventista de los salarios artificialmente caros en dólares. Por lo demás, no seamos tan ingenuos en creer que un eventual reemplazo modélico parece fácil.
El tipo de cambio real, como clave estratégica, y el propio ajuste de su curso, exige una activa coordinación macroeconómica. Necesitamos, entonces, que el BCRA sacuda, en términos sistemáticos, cierta modorra en el frente especificado, que lo hace orillar la visión del cambio como ancla, cuanto en rigor debe jugar como locomotora. Pero también hay que encuadrar la política fiscal y la de ingresos de modo consecuente.
Por supuesto que el planteo que indicamos supone un reto, pero en el marco que esbozamos éste es asumible con razonables probabilidades de éxito. De cualquier manera, lo seguro es esto: en su defecto, arriesgamos mucho la continuidad sustentable de la expansión y la reindustrialización, y exponemos la mejora de la masa salarial. Está claro, pues, cómo debemos decidirnos.
El autor es economista.
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