La inteligencia artificial y el futuro del trabajo
¿El avance inevitable de la tecnología en boca de todos desplazará los puestos laborales o solo se trata de una fantasía? Qué enseña la historia y por qué hay que poner el foco en los casos individuales
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La inteligencia artificial reemplazará por completo al trabajo humano. En la versión optimista de esta aseveración, volveremos al Paraíso, donde no había que realizar ningún esfuerzo para conseguir los bienes; mientras que en la versión pesimista, nos moriremos todos de hambre, excepto los programadores y los propietarios de las máquinas. ¿Realidad o fantasía? ¿Fantasía deseable o terrorífica? ¿Qué enseña la historia al respecto?
Sobre el particular conversé con la norteamericana Clara Juanita Morris Kreps (1921-2010), cuyo padre trabajaba en las minas de carbón de Apalachia. Estudió en la Universidad de Duke, doctorándose en 1948. Según Emma Brown, habiendo sido criada durante la Gran Depresión, no le resultó difícil elegir carrera, porque según sus declaraciones, “me pareció que estudiar economía me permitiría saber a dónde nos dirigíamos. De poder vivir otra vez, me gustaría ser más extravagante o dicharachera, cansada de que me presentaran como alguien gentil, de bajo perfil, a quien no le gusta hacer olas”. En 1944 se casó con Clifton H. Kreps, profesor de economía, quien en 1979 intentó suicidarse, falleciendo al año siguiente. A partir de 1955 dictó clases en su alma mater.
–Según Robert D. Mc Fadden, usted también ocupó un alto cargo en el gobierno de su país.
–Entre 1977 y 1979 fui secretaria de comercio, durante la presidencia de James Earl Carter, aunque no pertenecía a su círculo íntimo. Mi nombramiento fue algo inusual, porque en aquella época el cargo era ocupado por empresarios, muchos de los cuales estaban muy interesados en participar en las decisiones públicas. Sólo tres mujeres, antes de mí, habían formado parte de gabinetes en el gobierno de Estados Unidos. Frances Perkins, secretaria de trabajo con Franklin Delano Roosevelt; Oveta Culp Hobby, secretaria de salud, educación y vivienda con Dwight David Eisenhower; y Carla Anderson Hills, a cargo de vivienda y desarrollo urbano con Gerald Rudolph Ford. Durante mi gestión Estados Unidos firmó un histórico acuerdo comercial con China.
–La consulto porque preocupa el impacto que la inteligencia artificial puede tener sobre el empleo, y en 1964 usted publicó un libro titulado Automación y empleo. Lo cual sugiere que la cuestión viene de lejos.
–De muy lejos. Si me presiona un poco, seguro que encuentro testimonios que documentan la preocupación en la Antigua Grecia; pero sin ir tan atrás, está en el corazón de la primera reacción frente a la Revolución Industrial.
–¿De qué habla?
–La referida revolución no creó los bienes industriales, sino que modificó su modo de producción. Antes de dicha revolución, la gente no vivía desnuda; pero la producción de textiles era artesanal. La invención de la maquinaria textil aumentó notablemente la productividad, al tiempo que generó problemas sociales y modificó la demanda de servicios laborales.
–¿En qué consistieron los primeros?
–Cuando la producción se organiza alrededor de la máquina, y no en base al tiempo libre de la esposa del agricultor, los horarios se vuelven rígidos, no hay excusas para faltar al trabajo, se vive de manera hacinada. Esto, entre los que consiguieron trabajo; porque también estuvieron aquellos que lo perdieron; generando la correspondiente reacción.
–¿Quiénes fueron particularmente desplazados por la maquinaria?
–Los artesanos, es decir, la porción más calificada de la clase trabajadora. Los zapateros, los sastres... El movimiento luddista, integrado por la “crema” de los artesanos, diagnosticó que el problema que estaban enfrentando se debía a la maquinaria; por lo que la solución era obvia: había que romper las máquinas. Obviamente que fracasaron en el intento, pero el luddismo, como actitud, cada tanto reaparece.
–¿Cómo continuó esta cuestión, luego del luddismo?
–Robert Owen diagnosticó que el problema no era la máquina, y creó cooperativas. Le fue bien en Inglaterra, pero no en Estados Unidos. Aparecieron muchas otras iniciativas, hasta que Karl Heinrich Marx pronunció la sentencia final, cuando afirmó que no le diéramos vuelta porque lo que estaba mal era el sistema capitalista, y que esto se iba a solucionar con el comunismo. Desde la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, salvo para algunos muy mal informados, la discusión se volvió ridícula.
–Pasemos a la actualidad. ¿Debemos preocuparnos por el impacto que la inteligencia artificial tiene y tendrá sobre el empleo?
–No y sí. No, en el sentido general; sí, en el particular.
–Explíquese.
–El mundo estará más automatizado que cuando publiqué mi libro, pero es claro que hoy trabajan más personas que en 1964. Porque el cambio tecnológico ahorrador de mano de obra no fue lo único que ocurrió. Es más, el análisis del referido cambio no tiene que ser miope, es decir, agotarse en el impacto directo; porque también hay que mirar todos los efectos que produce. Piense un instante en el caso de la invención de la lámpara eléctrica, y no se agote en el análisis de lo que les ocurrió a quienes se dedicaban a fabricar velas.
–Usted dice que no hay que preocuparse en general, pero sí en particular.
–Efectivamente. Porque ahuyentar el fantasma colectivo del impacto de la inteligencia artificial sobre el empleo, no significa que cada ser humano tiene que sentirse seguro en su actual puesto de trabajo.
–¿De qué habla?
–De que hoy, en el mundo, trabajan más personas que hace uno o dos siglos, pero ni produciendo las mismas cosas, ni realizando las mismas tareas. En la época de Adam Smith casi toda la población se dedicaba a la agricultura; hoy una ínfima proporción, de manera directa, porque los laboratorios que mejoran las semillas, ¿pertenecen al sector “conocimiento” o al “agrícola”?
–¿Qué debería mirar cada ser humano para averiguar cuán lejos o cerca está de ser desplazado por la inteligencia artificial?
–Primero, no simplificar. Que la inteligencia artificial tenga particular ventaja comparativa en el procesamiento de muchos datos, sugiere que tiende a reemplazar las labores más rutinarias, más que las puramente creativas y sobre todo decisorias. Pero cuando digo no simplificar, me refiero a no pronosticar que el principal impacto de la inteligencia artificial se dará principalmente entre el personal menos calificado.
–Sin entrar en discusiones semánticas, sobre qué significa inteligencia, y pensar, concuerdo con usted sobre el último punto.
–El desafío es individual, no grupal, ni sectorial ni geográfico. Es una cuestión de estar atentos y, sobre todo, actualizar los diagnósticos y actuar en consecuencia. La historia enseña que la reacción de los perjudicados retrasa los cambios, pero en la enorme mayoría de los casos no los puede frenar.
– Doña Clara, muchas gracias.