La polarización se tragó a Lavagna entre los empresarios
Cerca del final, cuando el orador encaraba su anteúltima respuesta, se oyó un aplauso. Nada ensordecedor: hace tiempo que los empresarios no aplauden con ganas. Fue cuando un periodista, Alejandro Bercovich, le preguntó desde las mesas a Horacio Rodríguez Larreta, invitado hoy al almuerzo del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), sobre el tema de la semana: qué pasaría si prosperaba el proyecto del Gobierno para que candidatos de distritos provinciales integren varias boletas de aspirantes a presidente al mismo tiempo y, además de a la gobernadora María Eugenia Vidal, le tocaba a él conducir la ciudad con Cristina Kirchner en la Casa Rosada. El jefe de Gobierno porteño desestimó la posibilidad con un gesto hacia Macri: "Lo primero que voy a decir es que la Argentina no va a volver para atrás", sentenció, y el público celebró.
Rodríguez Larreta no convoca entre los hombres de negocios del mismo modo en que lo hace Vidal. Ese mismo salón Versailles del hotel Alvear, al que hace un mes se le había agregado un ambiente para recibir a la gobernadora, estaba ayer completo con lo justo. El líder porteño representa en realidad para el establishment algo más inasible y simbólico: es el macrismo que imaginaban antes de 2015, el que no pudo ser y el que, quizás, con tiempo, pueda florecer algún día si los planetas chocan para el lado de la fortuna. "Éste es de una eficiencia monstruosa", lo definió Cristiano Rattazzi, presidente de FCA Argentina. ¿Por qué cree que Macri no lo logró?, le preguntó LA NACION. "Lo va a hacer, pero necesita tiempo", contestó.
Es la apuesta de hombres de negocios todavía muy críticos de la gestión nacional, pero decididos a darle una segunda oportunidad al Gobierno ante alternativas que juzgan peores. "Me voy a tapar la nariz y lo voy a votar", había admitido ante este diario más temprano el dueño de un grupo de fabricación nacional.
Ese respaldo supone un viraje en las preferencias de algunos y confirma, al mismo tiempo, la polarización para que han trabajado en la Casa Rosada. Su consecuencia más visible es que la candidatura de Roberto Lavagna, que llegó a deslumbrar a unos cuantos de ellos en marzo, cuando despuntaba, no sólo no los entusiasma como entonces, sino que les resulta hasta un obstáculo para la reelección de Macri. El dato puede ser irrelevante para los encuestadores, pero no para los recaudadores de campaña.
Es cierto que a parte de este paisaje ha contribuido la tranquilidad cambiaria, sin la cual ningún hombre de negocios le vería al Presidente ninguna posibilidad de reelección. Contener al dólar es la única esperanza que le queda a una administración que en menos de dos años se tragó a referentes respetados del sector privado a quienes el triunfo de 2015 había alentado a hacer una experiencia en el Estado.
Ahí andaba entre los invitados, por ejemplo, Luis Caputo, expresidente del Banco Central, que volvió a exhibirse en público. Rodríguez Larreta representa en cambio, con lo bueno y con lo malo, una experiencia sin sobresaltos en el manejo de la cosa pública y, lo más caro al universo inversor, la política.
"El gobierno de la ciudad es un transformador no sólo por las obras, sino por la integración con los sectores marginados", lo recibió desde el escenario Daniel Funes de Rioja, presidente del Cicyp. "Por algo no le surgen opositores: las pruebas están a la vista", agregó otro de los asistentes.
Desde esa óptica, Rodríguez Larreta es incluso el reverso de Macri, que no sólo alentó la aparición de una amenaza electoral competitiva sino, además, a cargo de aquella a quien los empresarios señalan como responsable del desastre, Cristina Kirchner.
Es lógico entonces que la alternativa sea al menos frustrar su regreso. "Volvimos a 1876: esto es civilización o barbarie", resumió un constructor que le agregó a la dialéctica de Facundo una categorización propia: "Cuando se acaba la plata, el populismo suave le da lugar a los energúmenos. Populismo suave era Chávez: se acabó la plata y vino Maduro".