La tecnología, el ascensor social al conocimiento
Hay muchas maneras de ser nada en este mundo, pero hay dos autopistas principales para salir de esa situación. Una es la acumulación de dinero, la mayor cantidad posible. Otra es –o sería, para ser más precisos– la trepada al sistema educativo.
El primer escalón, en caso de tener la posibilidad de ascender a él, sería el ciclo primario, por demás insuficiente para obtener un trabajo digno. Quienes ni siquiera llegan a completar el primario pertenecen a una nueva denominación: son los "excluidos". El segundo ciclo, además de obligatorio por ley, es condición necesaria, pero con horizonte muy limitado, por lo que se hace necesario, para tener alguna esperanza de ser un poco más que nada, es superar el peldaño de los estudios terciarios o universitarios.
Con el correr del tiempo, en especial en las dos últimas décadas, se comprobó que tampoco servía de mucho, apareciendo la clásica figura del arquitecto que conducía un taxi. Fue entonces cuando florecieron los posgrados y las maestrías que, según la institución que fuera, navegaban entre las aguas del rigor académico y la pura formalidad sin contenidos superadores de las carreras de grado.
Más allá de las distintas versiones, tener un posgrado auguraba algo, no se sabía muy bien qué. En principio, una vocación de progreso, partiendo del preconcepto que quien seguía estudiando, a pesar de que ya contaba con una carrera, era porque tenía ambiciones, una cualidad fundamental para el porvenir de la empresa. En otras palabras, abarrotar la organización de ambiciosos aseguraba el bien común. Un efecto colateral es que sorteaba la imposición de la Reforma Universitaria de 1918, que impuso la autonomía y gratuidad de la enseñanza. Bajo la suposición que los graduados ya estaban trabajando y enriqueciéndose en el ejercicio de su profesión, un posgrado o un master podían cobrar aranceles, aún en las Universidades Nacionales.
Simultáneamente, surgió la necesidad de contratar masivamente a jóvenes profesionales, con la intención de reemplazar las huestes de veteranos idóneos que aún permanecían en sus puestos, con intención de quedarse hasta la jubilación. No tiene sentido juzgar aquí si todas aquellas tendencias tuvieron y tienen efectos sorprendentes o si sus intenciones fueron loables o no. Pertenecen a un espíritu de época.
Desde hace pocos años surge una novedad. Ya no es necesario tener altos ingresos para abonar la matrícula de universidades como Harvard, Stanford, Yale o similares. A partir del masivo acceso a Internet, la Web 2.0 y la euforia de las redes, han surgido los cursos MOOC (acrónimo de Massive Online Open Courses)en los que no es necesario pagar un peso por el aprendizaje, –aunque no en todos los casos–, y al completarlo, se extiende un certificado. Pueden encontrarse distintos temas, incluidos aquellos referidos al management.
De este modo, parecería haber un deslizamiento inesperado hacia perfeccionamiento profesional que podría suplantar a los aprendizajes convencionales, presenciales y áulicos. Las empresas deben estar atentas a las ofertas de capacitación, y he aquí una nueva modalidad que aún se encuentra dando sus primeros pasos y, por lo tanto, en debate, dando lugar a una modalidad que se la reconoce bajo el nombre de "colectivismo". La idea básica es que se compartan conocimientos en permanente transformación entre cientos o miles de estudiantes. A veces, las facilidades que ofrece la tecnología, cada vez más populares y accesibles, son una solución y un problema al mismo tiempo. Bastante más adelante se verán los resultados.
jorgemosqueira@gmail.com
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