Limpiar para nadie. Así se vive la desolación en el Ministerio más importante del país

La infección por coronavirus de la economía argentina es literal. Y no puede solucionarse con expansión fiscal, inyección de liquidez o baja de tasas. El único tratamiento es la menor circulación de personas. Los pasillos del Palacio de Hacienda son la metáfora perfecta del aislamiento. Hoy están casi desiertos, transitados sólo por los carritos de limpieza y un soporte mínimo de trabajadores para que el edificio se mantenga "abierto" durante la pandemia.
Con muchos empleados trabajando ya a distancia -como instó el Gobierno-, todavía pueden verse en espacios abiertos escritorios en los que brillan potes de alcohol en gel para proteger manos que ya no están o dosificadores llenos de líquido transparente cerca de baños que pocos usan. Son vestigios de la protección oficial pre-distanciamiento social.
Los ingresos al edificio están más restringidos que de costumbre. Sólo hay uno abierto, el de la calle Hipólito Yrigoyen al 250. La habitual puerta de Balcarce para periodistas acreditados y otros, fue clausurada. Arriba de varios de los molinetes -que se abren biométricamente apoyando el pulgar- hay un pote de alcohol en gel. Luego de la revisación y limpieza de rigor, un hombre sentado en una esquina se acerca y pide tomar la temperatura corporal. Lo hace con esos raros termómetros en forma de pistola que inundaron los aeropuertos del mundo."¿Qué estás haciendo?", le preguntó LA NACION a un joven que bajaba con un paño mojado en mano sobre la baranda por las escaleras del quinto piso a metros de la privada del Ministro de Economía. "Las limpio. Tengo que subir y bajar los 14 pisos durante seis horas seguidas", contó el empleado de limpieza. Lo mismo hacen otros trabajadores distribuidos por el edificio repasando sobre todo los picaportes y los botones para llamar al ascensor.

Casi todas las oficinas están cerradas. En las pocas en las que hay personal trabajando las puertas están abiertas de par en par para ventilar los espacios reducidos. Los ascensores, habitualmente difíciles de atrapar en tiempos normales de mucho movimiento, van y vienen vacíos. La gente de protocolo, sólo el jefe del equipo, y algunos mozos resisten. "Poca gente", dice uno que lleva una bandeja con un café y un té a la Secretaría Legal y Administrativa.
Los mínimos recursos también son parte de otras áreas. "Mañana no vengas", se escucha en algunas de las conversaciones de pasillo. "Un abrazo no te puedo dar", se saludan en otra.
"Esto es tremendo", describió descarnadamente un secretario de Estado presente en el Ministerio de Economía. Precisó que ayer se descentralizó todo por el temor a los afectados por la pandemia. "Organizamos todo remoto. No es lo ideal, pero esto se está poniendo feo", agregó, aunque aclaró que directores nacionales, subsecretarios y equipo de confianza de Martín Guzmán vinieron a trabajar al edificio en momentos de una economía global en llamas.La sala de prensa en la que suelen trabajar los periodistas acreditados está cerrada con llave. El área de Prensa y Comunicación del Ministerio de Economía trabaja haciendo home office, contaron. Hay carteles de prevención sobre el coronavirus en casi todos los pisos del edificio.

En los pasillos sólo se escuchan ecos, similares a los que se oyen en una transmisión televisiva de un partido de fútbol sin público. Casi todo ruido en el edificio es de fondo. Nada vibra en primer plano. Suena un teléfono que nadie atiende, y se escucha alguna cucharita que cae al suelo, un choque de tazas o el sonido de una cafetera haciendo vapor en las cocinas para los pocos presentes. "Por medidas preventivas se prohíbe el ingreso a todo el personal ajeno a esta cocina", dice un cartel improvisado en la puerta de una de ellas en el quinto piso.
Cada tanto, algún trabajador sale al pasillo. Son muy pocos. Unos salen de sus oficinas por una emergencia sanitaria menor, fácil de resolver en los baños. Otros siguen desalojando el edificio de Economía, de a poco, a cuentagotas y sin saber cuándo efectivamente volverán a pisarlo. La medida decisiva en el Palacio de Hacienda fue evitar la circulación. Ironía. Es justamente la contracara de lo que cualquier economía sana necesita para vivir y reproducirse: movimiento.