Los dos amigos inmigrantes que conquistaron la mesa de los argentinos
El suizo Bautista Gerónimo Gargantini y el italiano Juan Giol necesitaron solo 15 años para convertir su modesto emprendimiento en la bodega más grande del mundo. Arribaron a Maipú, Mendoza, en la década de 1880 y ya en 1896 encontraron la fórmula del vino que llegó a ser el más tomado por los argentinos: Toro, una marca que hoy factura $9000 millones por año en todos sus formatos, vende 180 millones de unidades y tiene una porción de mercado de 20% en el país.
Gargantini no tenía más armas que sus oficios de albañil y pintor de brocha gorda, que le alcanzaron para ahorrar unos pesos y abrir un puesto de fiambres y embutidos en el Mercado Central. Con ese negocio reunió capital suficiente para invertir en lo que había sido el oficio de su padre, Pietro: la elaboración de vinos.
Junto con Giol, que también era su concuñado, alquila en 1890 una pequeña bodega y comienza, con solo tres toneles, a elaborar su propio vino. Pasaron unos años de pruebas y más pruebas con vinos de poca calidad, hasta que en 1896 dieron en "la tecla" con lo que luego sería "Vino Toro". Tal como ellos mismos lo describían, era "un vino hecho por laburantes para laburantes".
En 1897, construyeron la bodega "La Colina de Oro", que se llamó así en homenaje a la zona de donde provenían. Fue ahí cuando comenzaron a comercializar el vino con las marcas "La Colina" y "Cabeza de Toro", llegando a producir 30 millones de litros al año.
En 1906, compraron otra bodega, en Rivadavia. Ya en ese entonces, los viñedos propios no alcanzaban para elaborar todo el vino que el mercado necesitaba, por lo comenzaron a relacionarse con pequeños y medianos productores de uva que le permitían cubrir la creciente demanda. Dieron origen así a una sociedad que sigue hasta el día de hoy.
En 1910 alcanzaron su apogeo: empleaban a 3500 personas y producían 43 millones de litros de vino Toro por año, lo que los convirtió en la bodega más grande del mundo. De aquellas primeras tres cubas de 1890 saltaron a tener en 1911 8 sótanos, 1000 cubas y toneles de roble y más de 400 operarios.
¿Por qué el nombre Toro? Tiene su origen en el escudo del cantón suizo Uri, limítrofe con Italia, de donde era originario Pietro Gargantini, padre de Gerónimo, que también pertenecía a la zona de Colina D´Oro. Tanto la bandera como el escudo de ese cantón era una cabeza de toro; por eso la primera marca se llamó "Cabeza de Toro", pero como el consumidor pedía simplemente "Toro", dejaron ese nombre definitivo.
En 1915 la nostalgia se apodera de Bautista Gargantini y Juan Giol y deciden volverse a Suiza e Italia, respectivamente, vendiendo la totalidad de sus acciones al gobierno de la provincia de Mendoza, que las administró hasta 1989. En 1990 pasaron a las manos en las que está hoy: Federación de Cooperativas Vitivinícolas (Fecovita). Hoy, la marca sigue perteneciendo a los pequeños productores gracias al sistema cooperativo que promueve Fecovita y a sus 5000 pequeños productores asociados.
Pero volvamos a los fundadores. Una vez en Suiza, Gargantini se dedicó a militar en política en el Partido Liberal y a disfrutar del arte y la construcción. De hecho, levantó cinco palacios de importante valor arquitectónico, que despertaron el interés de profesionales extranjeros en la Argentina al saber que el ideólogo de los proyectos había vivido muchos años en el país. Murió en 1937, un año después que Giol.
Ochenta años después, la creación de estos dos inmigrantes no solo sigue vigente en el mercado, sino que se mantiene presente en el inconsciente del consumidor argentino, gracias a comerciales históricos como "Al pan, pan y al vino, Toro" y "Brindamos por los que se brindan". Además, por tener en sus publicidades a íconos de la cultura local, como el cantante Carlos Gardel , el boxeador Carlos Monzón y el conductor televisivo Orlando Marconi, entre otros.