Los porteños lo sabemos, pero igual nos molesta
Propongo que se duplique la alícuota del IVA que se aplica a los palos de golf, autos de alta gama, pasas de uva, celulares, corbatas, recitales de rock y gomas de mascar; y que se reduzca a la mitad la que se aplica a los libros, bolígrafos, café y papas fritas.
No hay que ser un genio para advertir que mi propuesta no es “la que le conviene al país”, sino la que refleja mis preferencias personales.
¿Qué lleva al actual Poder Ejecutivo Nacional a pretender transferir el servicio de transporte por ómnibus en CABA, lo cual implica que la Capital Federal tiene que hacerse cargo de los groseros subsidios que existen actualmente?
Lo de “groseros subsidios” no es una exageración. Cuando el boleto (perdón por la antigüedad) cuesta la décima parte de lo que cuesta un cortado; y cuando el mismo servicio, en ciudades como Córdoba y Rosario, cuesta el triple no hay mucho para discutir.
Pero sí para estar molesto. Porque –en función de sus antecedentes– al actual gobierno nacional los porteños no les damos el beneficio de la duda. Porque, ¿con qué criterio objetivo nos sacó una tajada de la coparticipación para financiar un aumento para la policía de la provincia de Buenos Aires?
Lo que digo del transporte se aplica en muchos órdenes de la vida económica. Ahora se habla de segmentar las tarifas eléctricas, pero, ¿cuántos precios ya existen para un mismo servicio? En todo caso habría que hablar de aumentar la segmentación. Otro ejemplo: ¿cuántos precios existen para comprar y vender dólares?
No hay nada normal en la Argentina 2022, y, por consiguiente, no entendemos nada si pretendemos analizar alguna cuestión a partir de esquemas ideados para la normalidad.
El análisis económico confirma lo que el sentido común sabe: que salvo excepciones muy contadas, las reglas son preferibles a la discrecionalidad. Esta verdad tan elemental es olímpicamente ignorada por algunos gobiernos. ¿Por qué? Porque a muchos funcionarios les resulta irresistible la tentación de ejercer el poder que viene de la mano de la discrecionalidad.
La consecuencia es clara: en el nombre de la supervivencia, no tenemos más remedio que dedicar muchas energías a estar en buenas relaciones con el funcionario de turno. El problema es el costo: porque la energía que se dedica a esta actividad vital se le resta al trabajo creativo, sin el cual pensar en que el PBI crezca es no pensar.
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