Nación contra provincias. Recorte de subsidios. Ley antidespidos.
La mayor parte de la discusión política y económica en nuestro país consiste en cómo el Gobierno quita recursos de un sector para dárselos a otro. Es lógico que quienes deban pagar se sientan defraudados, mientras que los beneficiados opinan que es un derecho adquirido. En las últimas décadas nos hemos acostumbrado a vivir inmersos en esa dinámica en la que algunas veces ganamos y otras perdemos, pero en la que la visión cortoplacista de “ganar-perder” condena a la Argentina a vivir muy por debajo de sus posibilidades.
Que en un país democrático –con sólo 40 millones de habitantes, innumerables recursos naturales y humanos, y sin conflictos étnicos ni religiosos– millones de personas vivan en situación de pobreza es algo que nos debe invitar a reflexionar. Si bien estamos conectados con el mundo y sufrimos los vaivenes de la economía mundial, la mayor parte de nuestras crisis ha sido autoinfligida.
Hay varias explicaciones posibles y cada uno de nosotros tiene su propia mirada sobre la historia del país. Sin embargo, no cabe duda de que nuestra actitud como sociedad ha contribuido a estas crisis, que no han hecho más que retroalimentar nuestros comportamientos: esto deriva en más crisis… y así una y otra vez en un círculo sin final.
¿Qué pasaría si en lugar de pelear por un pedazo de una torta cada vez más pequeña intentamos hacerla más grande? ¿O crear cientos de tortas? ¿O dar vida a una fábrica de tortas? Estamos ante una gran oportunidad, que entraña un enorme desafío.
Necesitamos líderes que saquen lo mejor de nosotros, que puedan inspirarnos para crear y crecer. Subsidiar es mucho más fácil que inspirar. Quitar y repartir resulta más sencillo que crear las condiciones para que todos podamos crecer. Crear 1000, 10.000 o 100.000 nuevas empresas en los próximos 5 años debería ser el objetivo del Gobierno. Compañías que puedan vender nuevos productos o servicios, en la Argentina y el resto del mundo, que generen empleo y paguen impuestos.
Parafraseando a Thomas Friedman, necesitamos miles y miles de Jobs –mentes creativas y prácticas, como la de Steve Jobs–. Jobs que no intenten cambiar el mundo, sino que puedan mejorar el que los rodea; si en el camino cambian el mundo, pues mucho mejor.
Alinear a todos los actores (políticos, empresarios, sindicatos e instituciones educativas, entre otros) en pos de un proyecto de generación de riqueza y prosperidad permitirá, a su vez, transitar las partes más complicadas del camino con mayor temple.
No es una tarea sencilla, pero la alternativa es mucho peor: ser el país que nunca desaprovecha la oportunidad para perder una oportunidad.
Decano de la Facultad?de Ciencias Económicas de la UP
