Economía y arte van de la mano
Semanas agitadas en el mundo del arte. En el plano local se confirmó un cambio estratégico en la conducción de arteBA, preludio de una nueva etapa para la feria fundada en los '90, que a la luz de las actuales circunstancias exige una oxigenación lógica en su organización. Después de veinte años de carrera ascendente, que comenzó con una pasantía y culminó en la gerencia general, Julia Converti deja su puesto y emprende un camino acorde con sus pergaminos en la arena internacional.
En un mercado chico con más observadores y opinólogos que compradores, la feria porteña deberá encarar la dura tarea de gestionar la incertidumbre, cuando aún no hay señales claras de que la pandemia que nos puso en pausa haya llegado a su fin. No es una novedad para nadie atento a los movimientos del mercado y a la evolución de los precios de las obras de arte, asociar el ritmo de las ventas y de las cotizaciones con los vaivenes de la economía. Entre nosotros, hace tiempo que los valores quedaron atados al dólar, lo que vuelve complejo, difícil y digno de un gurú de aguas turbulentas fijar precios, en una moneda con más de cinco cotizaciones diferentes, que además de volátil es deseada y escasa.
Sin embargo, en la otra vereda tiene la Argentina una producción de altísimo nivel y un reservorio de artistas, que donde van dejan huella y ponen su marca. Quizá la plaza más conocida ha sido París, destino de muchos artistas argentinos desde tiempos inmemoriales, cuando el punto de partida de una carrera era sí o si el atelier de André Lothe. Los nombres ya están en la historia del arte y son firmas cotizadas como las de Alicia Penalba, Martha Boto, Vardánega, Le Parc, Minujin, Tomasello, Uriburu, Cancela, Seguí, Orensanz, Reinoso, Cancel, Reina, Gurfein y tantos, que generaron a su alrededor un círculo legitimador liderado por críticos de la estatura del recordado Pierre Restany.
Ha sido también en París donde se formó el más hábil de los operadores globales, que hoy es codirector del departamento de Impresionistas de Christie’s y director global de Ventas Privadas con base en Nueva York. No es otro que el franco-argentino André Meyer, protagonista de un auténtico suceso en las tarimas del Rockefeller Center, al subastar semanas atrás obras de arte del siglo XX por más de US$340,8 millones en menos de dos horas.
Un éxito en todos los frentes que confirmó el avance del arte contemporáneo frente al arte moderno con Cy Twombly a la cabeza. Es curioso, le tocó a Picasso ceder la posición dominante, hecho que confirma lo que el malagueño siempre proclamó: "Hay que comprar el arte de los contemporáneos". Twombly con sus jeroglíficos está más cerca de los compradores sub-50 y de los nativos digitales. Tiene lógica. Su estética expresa de manera natural una manera de entender el mundo, como sucedió con Picasso en las primeras décadas del siglo XX. Cien años atrás.
¿Dónde están hoy los compradores de arte? En los países de economía boyante y con fronteras libres. Durante años Londres y Nueva York lideraron las ventas globales, mientras París se resistía en las trincheras del hotel de ventas Drouot a la apertura al mercado internacional. La apertura finalmente llegó y con ella ventas fabulosas de guante blanco (100% de efectividad), como ocurrió con las colecciones del modisto Yves Sain Laurent.
En los años setenta, cuando el petrodólar tallaba fuerte, escaló posiciones la pintura orientalista, esos interiores de baños turcos pintados por Alma Tadema o los jinetes del desierto de Jean-León Gerôme. Los 80 fueron los años del supermercado y de la consagración de Van Gogh como el artista más caro, desde que en 1987 la Yasuda Company se quedó con un ramo de girasoles por US$39 millones. La fortaleza del yen le puso alas a los compradores japoneses y el mejor ejemplo sigue siendo el papelero nipón Rioie Saito, que en 48 horas compró por más de US$150 millones dos pinturas calidad museo: El moulin de la Gallette, de Renoir, y Retrato del doctor Gachet, de Van Gogh.
Los tiempos cambiaron. Hoy lideran las ventas los compradores chinos que compran a precio récord desnudos de Modigliani, pero también pinturas chinas. En este escenario, posicionaron a sus artistas los coleccionistas coreanos, mientras en la escena latinoamericana mantuvieron su potencia los artistas brasileños como Milhazes, Muniz, Neto, Meireles y más. Brasil tiene un coleccionismo serio, alentado por la Bienal de San Pablo, fundada por el empresario Ciccillo Matarazzo en la segunda mitad del siglo XX, para competir, nada menos, que con Venecia, la madre de todas las bienales.
Brasil es coherente en su campaña de autoestima: "O mais grande do mundo", que vale tanto para el fútbol como para el arte. Quizá la única herida en el ego nacional ha sido perder un cuadro emblemático como el Abaporu, de Tarsila do Amaral, una "bandera" nacional (hasta por los colores), que forma parte de la colección del Malba.
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