Talento: el lado "bueno" del Covid en el sector privado
La productividad es el elixir mágico del crecimiento económico. Los incrementos de la fuerza laboral o del stock de capital pueden aumentar el producto, pero el efecto de tales contribuciones disminuye a menos que se encuentren mejores maneras de hacer uso de esos recursos. El crecimiento de la productividad -estrujar más producción con los recursos disponibles- es la fuente última de incrementos a largo plazo del ingreso. No es todo, como señaló una vez el ganador del premio Nobel de Economía, Paul Krugman , pero a la larga es casi todo.
Los economistas saben menos de lo que quisieran acerca de cómo aumentar la productividad, sin embargo. Los incrementos de la productividad laboral (es decir más producto por trabajador por hora) parecen seguir a mejoras en los niveles educacionales e incrementos en la inversión que elevan el nivel de capital por trabajador) y adopción de nuevas innovaciones. Una suba de la productividad total -o la eficiencia con la que una economía usa sus recursos productivos- puede requerir el descubrimiento de nuevas maneras de producir bienes y servicios o la reasignación de recursos escasos de firmas y lugares de baja productividad a los de alta productividad.
Desaceleración generalizada
Globalmente, el crecimiento de la productividad se desaceleró fuertemente en la década del ‘70 comparado con las elevadísimas tasas de las décadas de posguerra. Desde mediados de la década de ‘90 hasta los primeros años de la década del 2000 se desplegó una explosión de crecimiento mayor de la productividad en el mundo rico, encabezada por Estados Unidos.
Los mercados emergentes también disfrutaron de un rápido crecimiento de la productividad en la década previa a la crisis financiera global, motorizado por altos niveles de inversión y una expansión del comercio, lo que trajo técnicas y tecnologías más sofisticadas a los participantes de economías en desarrollo en las cadenas globales de producción. Desde la crisis, sin embargo, se ha establecido una desaceleración tercamente persistente y generalizada del crecimiento de la productividad. Cerca del 70% de las economías del mundo se han visto afectadas según el Banco Mundial.
Explicar la desaceleración es un procedimiento complicado. El Banco Mundial considera que la desaceleración del crecimiento del comercio y menos oportunidades para adoptar y adaptar nuevas tecnologías de países más ricos puede haber ayudado a deprimir los avances de la productividad en el mundo emergente. En todas las economías la escasa inversión luego de la crisis financiera global parece ser uno de los culpables: un problema particular en lugares con fuerzas laborales que se reducen y envejecen. Pero aunque estos vientos de frente sin duda importan, la pregunta mayor es por qué nuevas tecnologías como la robótica mejorada, la computación en la nube y la inteligencia artificial no han promovido mayor inversión y crecimiento de la productividad.
Tres hipótesis compiten para explicar estos problemas. Una, expresada por los "tecnopesimistas", insiste en que a pesar del entusiasmo acerca de las tecnologías que supuestamente cambian el mundo, las recientes innovaciones simplemente no son tan transformadoras como insisten los optimistas. El continuado progreso tecnológico hace que se vea cada vez como menos plausible como explicación de los problemas. La inteligencia artificial puede no haber transformado la economía mundial al ritmo dramáticamente disruptivo que algunos esperaban hace cinco o diez años, pero se ha vuelto significativamente y en algunos casos asombrosamente más capaz. El gpt-3, un modelo de predicción de lenguaje desarrollado por Openai, una firma de estudios, ha demostrado una capacidad llamativa de sostener conversaciones, redactar textos largos y escribir programación de un modo sorprendentemente humano.
Aunque hace mucho que resulta desilusionante el potencial de la red para dar soporte a una economía en la que las limitaciones de la distancia no sean una traba, la computación en la nube y las videoconferencias demostraron su valor económico a lo largo del último año, facilitando una vasta actividad productiva que apenas sufrió alguna interrupción pese al cierre de muchas oficinas. Las nuevas tecnologías claramente son capaces de hacer más de lo que generalmente se ha requerido de ellas en los últimos años.
Esto fortalece los argumentos a favor de una segunda explicación del lento crecimiento de la productividad: la demanda crónicamente débil. Este punto de vista, expresado con la mayor vociferación por Larry Summers de la Universidad de Harvard, sostiene que la incapacidad del gobierno de generar suficiente gasto limita la inversión y el crecimiento. Se necesita más inversión estatal para destrabar el potencial de la economía. Las tasas de interés e inflación crónicamente bajas, la débil inversión privada y el escaso aumento de los salarios desde el cambio de milenio claramente indican que la demanda ha sido inadecuada en la mayor parte de las últimas dos décadas. Es difícil decir si esto limita significativamente el crecimiento de la productividad. Pero los años previos a la pandemia, cuando caía el desempleo y se daba una módica suba de los salarios, el crecimiento de la productividad en Estados Unidos pareció estar acelerándose, de un incremento anual de sólo 0.3% en 2016 a un aumento de 1.7% en 2019, el ritmo de aumento más acelerado desde 2010.
Pero una tercera explicación ofrece el argumento más fuerte en favor del optimismo: lleva tiempo dilucidar cómo usar nuevas tecnologías efectivamente. La inteligencia artificial es un ejemplo de lo que los economistas llaman una "tecnología de uso general", como la electricidad, que tiene potencial de aumentar la productividad en muchas industrias. Pero hacer el mejor uso de tales tecnologías lleva tiempo y experimentación. Esta acumulación de conocimiento es en realidad una inversión en "capital intangible".
Un trabajo reciente de Erik Brynjolfsson y Daniel Rock, del MIT y Chad Syverson de la Universidad de Chicago, sostiene que este patrón lleva a un fenómeno que los autores llaman la "curva J de la productividad". Al ser adoptadas por primera vez las nuevas tecnologías las firmas vuelcan recursos hacia la inversión en intangibles: el desarrollo de nuevos procesos. Este redireccionamiento de recursos significa que el producto de las firmas se ve afectado negativamente de un modo que no puede explicarse solo por los cambios en el uso mesurado de mano de obra y capital tangible en el crecimiento de la productividad. Más adelante, al dar fruto las inversiones intangibles, la productividad da un salto porque el producto se eleva explosivamente de un modo que no puede explicarse por el uso de recursos como mano de obra y capital tangible.
Allá por 2010, el hecho de que no se tomara en cuenta las inversiones intangibles en software afectaba en escasa medida las cifras de productividad, de acuerdo a los autores. Pero la productividad ha sido subvaluada cada vez más; para fines de 2016 el crecimiento de la productividad probablemente fuera alrededor de 0,9 puntos porcentuales más elevada que lo que sugerían las estimaciones oficiales.
Este patrón se ha visto antes. En 1987 Robert Solow, otro ganador del Premio Nobel, comentó que las computadoras podían verse en todas partes excepto las estadísticas de productividad. Nueve años más tarde el crecimiento de la productividad en Estados Unidos comenzó una aceleración que evocaba la edad dorada de las décadas de 1950 y 1960. Estos procesos no siempre resultan seductores. A fines de la década de 1990 los precios por las nubes de las acciones de las startups de Internet monopolizaban los titulares. El estímulo al crecimiento de la productividad tenía otras fuentes, como la mejora en las técnicas de manufactura, el mejor manejo de inventario y la racionalización de procesos logísticos y de producción que se hicieron posibles por la digitalización de los registros de las firmas y la implementación de programas de computación ingeniosos.
La curva J ofrece una manera de reconciliar el optimismo tecnológico y la adopción de nuevas tecnologías con las malas estadísticas de productividad. El rol de las inversiones intangibles en cuanto a que facilitan el potencial de nuevas tecnologías también puede significar que la pandemia, pese a los daños económicos, ha hecho más probable que se dé un boom de productividad. El cierre de oficinas ha forzado a las firmas a invertir en digitalización y automatización o en hacer mejor uso de inversiones existentes.
Los viejos hábitos analógicos ya no podrían tolerarse. Aunque esto no se reflejará en ninguna estadística económica, en 2020 ejecutivos de todo el mundo invirtieron en la modernización organizativa necesaria para hacer que nuevas tecnologías funcionaran efectivamente. No todos estos esfuerzos habrán llevado a mejoras en la productividad. Pero al ir superándose el Covid-19, las firmas que hayan transformado sus actividades retendrán y aprovecharán las nuevas maneras de hacer cosas.
Primeras evidencias
Las primeras evidencias sugieren que es muy probable que algunas transformaciones se mantendrán y que la pandemia aceleró el ritmo de adopción de tecnología. Una encuesta de firmas globales realizado por el foro económico mundial este año descubrió que más del 80% de los empleadores tienen intención de acelerar los planes de digitalizar sus procesos y ofrecer más oportunidad para trabajo remoto, mientras que el 50% planea acelerar la automatización de tareas de producción. Alrededor del 43% espera que cambios como estos generen una reducción neta de su fuerza laboral: un desarrollo que podría generar desafíos en el mercado laboral pero que casi por definición implica mejoras en la productividad.
Es más difícil de evaluar la posibilidad de que el traspaso de tanto trabajo a la nube pueda tener efectos de aumento de la productividad para las economías nacionales o a nivel global. Los altos costos de la vivienda en ciudades ricas y productivas han impedido la instalación de firmas y sus trabajadores en lugares donde podrían haber hecho más con menos recursos. Si los trabajadores tecnológicos pueden aportar más fácilmente a las firmas de primera línea viviendo en ciudades con precios accesibles lejos de las costas de EE.UU., entonces las estrictas normas de zonificación en la zona de la Bahía en California se vuelven un problema menos importante.
El espacio de oficinas liberado en San Francisco y Londres por el incremento en el trabajo remoto podría ser ocupado por firmas que realmente necesitan que sus trabajadores operen en estrecha proximidad física. Más allá de eso y si lo permite la política, el impulso a la educación a distancia y la telemedicina generado por la pandemia podría ayudar a motorizar un período de crecimiento en el comercio de servicios y alcanzar economías de escala en sectores que por mucho tiempo se han mostrado resistentes a las medidas de aumento de la productividad.
Nada de esto se puede dar por seguro. Para aprovechar al máximo la nueva inversión del sector privado en tecnología y capacitación se requerirá que los gobiernos generen una rápida recuperación de la demanda, haciendo inversiones complementarias en servicios públicos como la banda ancha y se concentren en dar respuesta a los problemas educativos que han sufrido tantos estudiantes como consecuencia del cierre de escuelas. Pero las materias primas necesarias para un nuevo auge de la productividad parecen estar disponibles de un modo que no se ha visto al menos en dos décadas. La oscuridad de este año puede significar de hecho que el amanecer esté apenas al otro lado del horizonte.