En contra del tiempo real
Un equipo de expertos muy calificados se reúne para discutir el diseño de un reactor nuclear. Poco después, imprevistamente, otro tema se convierte en el centro del encuentro y acapara casi toda la conversación: el estacionamiento para las bicicletas del personal. Un techito.
La historia es un ejemplo de la "ley de la trivialidad" que desarrolló C. Northcote Parkinson, primero en una nota en The Economist de 1955 y después en un libro. La industria del software habla del "efecto estacionamiento de bicicletas" para explicar por qué las reuniones muchas veces se van de tema y no resuelven las cuestiones más difíciles.
El hartazgo por exceso de videollamadasen cuarentena le dio fuerza –y nueva terminología– a este movimiento anti-reuniones que viene del siglo pasado. En las empresas de tecnología hoy las reuniones se llaman encuentros sincrónicos; y su forma superadora, colaboración asincrónica. El "async", del inglés "asynchronous", está de moda. Basta de hablar en tiempo real.
La colaboración asincrónica sucede fuera de Zoom, Meet o Teams, en plataformas como Slack –para a chatear con compañeros de trabajo en cadenas organizadas por temas o proyectos– o en las que permiten intercambiar comentarios alrededor de aspectos concretos de un proyecto presentado en texto, diseño o código, como Mural, Figma o Github. Finalmente son conversaciones, pero –a diferencia de una reunión– no requieren que todos los participantes coincidan en el tiempo.
Eso genera una dinámica opuesta a la del efecto bicicleta. Como la charla está enfocada en un asunto específico es más difícil irse de tema. Como cada uno opina en soledad y por escrito, los tímidos pueden encontrar su espacio frente a los extrovertidos. Y como no hace falta coordinar agendas, cada persona puede adaptar la colaboración a su huso horario, un beneficio para equipos globales, y en especial para los que vivimos en la periferia.
Tal vez lo más importante, desde el punto de vista de los datos, es que las colaboraciones asincrónicas dejan un registro más estructurado que una conversación en tiempo real, y eso favorece futuras posibilidades de procesamiento, análisis y automatización de las que aún no tenemos plena conciencia.
Lo asincrónico es contraintuitivo. Mucho de lo que hacíamos antes de la pandemia era sincrónico, como ir a la escuela, la oficina, un congreso. Nuestro primer reflejo ahora es hacer lo mismo por videollamada, dado que la tecnología está disponible. Es como cuando se inventó la televisión y se filmaban obras de teatro. No conocíamos aún el lenguaje de la filmación, y reproducíamos la forma de mirar de un espectador en su butaca.
El publicista Nick Law –ex R/GA y Publicis, hoy en Apple– lo llamó en una entrevista "escribir una nueva gramática". Eso es lo que todavía tenemos pendiente con los intercambios asincrónicos. De ahí van a salir los productos digitales del futuro próximo.
Quartz –un medio periodístico pionero en usar chatbots–, buscaba siempre registrar en qué momento cada usuario chateaba con sus bots, para que las notificaciones le llegaran solo en ese horario. Un bot ubicado, poco invasivo. Que te habla solo cuando estás disponible. Con la crisis de la pandemia, Quartz achicó su equipo de innovación y sus proyectos quedaron truncos. Este camino está recién empezando y puede demorar. Pero ya hoy cualquier sistema puede ser amable con sus usuarios, solo con cruzar sus hábitos con la hora del día en cada país, un dato completamente abierto.
En lenguaje de código, "async" se refiere a ejecutar una tarea sin tener que esperar su resultado. El programa principal sigue funcionando –no frena a esperar– y procesa la respuesta cuando llegue. Es una medida de eficiencia y de resiliencia. La pandemia actualizó el debate sobre cuán preparados estamos para los imprevistos. Se elogia la redundancia, por ejemplo. Si antes era conveniente tener la producción de un insumo en un país lejano, hoy puede ser mejor –más caro, pero más resiliente– tener alternativas de producción diversas y cercanas, ante posibles cortes en la cadena de suministros. Es un esquema similar al del equipo de tripulantes de un avión: viajan dos personas por cada rol, por las dudas. No es lo más económico pero sí lo más seguro.
La eficiencia –está visto– no es la única medida del éxito. Las reuniones sincrónicas siguen siendo la mejor forma de encender la empatía, ser espontáneos o hacer amigos en el trabajo. Qué alegría, sin embargo, que el método no se aplique a esta columna, y que cada uno pueda leerla cuando le venga mejor.
* La autora es directora de Sociopúblico
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