¿Por qué nos gusta la inflación?
Una vez más, como desde hace unos 60 años, la Argentina se enfrenta a una inflación persistente. También a una carrera dólar paralelo vs. dólar oficial. Los errores del pasado no han servido como aprendizaje, y se repiten una y otra vez.
¿Es tan negativa la inflación para temerle tanto? Evidentemente, los argentinos -por lo menos una buena mayoría- tienen una propensión a la inflación, por ende no la deben considerar negativa.
La inflación tiene varias causas: monetarias, fiscales y estructurales. Pero si el Banco Central convalida la inflación, vía más emisión monetaria y políticas monetarias activas, el proceso se potencia. Ergo, el Banco Central, y los gobiernos argentinos deben considerar a la inflación algo positivo. ¿Por qué? Porque permite financiar más gasto público, generar más empleo público, potenciar el ciclo económico y soñar con eternizar el ciclo político propio. Además, de paso, la inflación licua la transparencia de los números del presupuesto nacional y de los presupuestos provinciales y municipales, pero, como no hay serios problemas de corrupción, esto no es significativo.
La población disfruta de la mayor liquidez derivada de la inflación. Los salarios e ingresos se indexan a la inflación pasada, y el poder adquisitivo se mantiene. La producción se enfrenta a mayores costos salariales y de insumos, pero sube los precios.
De paso, el mark-up asegura cuasi rentas globalmente impensadas, dado que fijan precios por lo general muy por encima de los internacionales. El crédito bancario de consumo de mediano plazo disimula el proceso con plazos generosos y tasas exorbitantes, pero permite a los consumidores mayor felicidad. "Un poquito de inflación es bueno", dijo una vez quien fue un muy joven ministro de Economía argentino.
Así, gobierno, consumidores y productores están felices en el mundo inflacionario argentino. Sobre todo en una sociedad y en una economía con algunas tendencias políticas, sociales y culturales hacia el aislamiento y una integración limitada al mundo, salvo que sea para viajes a Miami o Punta del Este. Estos viajes al exterior se incrementan en la historia argentina a medida que el peso se aprecia y es más accesible acceder a divisas baratas. ¡La inflación nos permite viajar por el mundo!
Por algo la economía fue llamada la ciencia lúgubre. Tanta felicidad "marca registrada argentina" no podía durar tanto. Pero los ciclos de stop and go , el rodrigazo, el fin de la tablita, la hiperinflación, el fin de la convertibilidad y el blue deben ser fruto de los golpes de mercado, las corporaciones o el capitalismo global. Todos los anteriores al actual terminaron igual, con una megadevaluación.
¿Y el peso? Si dejó de ser reserva de valor es porque sobran pesos en relación con las divisas, y valen menos. Pero por lo menos sirve para transacciones y mantiene el consumo. Sin embargo, cuando la incertidumbre crece y el peso no vale, surgen los temores de que la historia argentina se repita en un plazo desconocido. Acechan los mercados paralelos, el ahorro se fuga, la inversión decrece, la producción ve subir sus costos de manera insostenible, las ventas internas dejan de crecer como antes y el desempleo productivo comienza a crecer. Los exportadores tienen problemas para exportar y las importaciones se vuelven muy caras. La inflación se comió la competitividad.
El problema es que ya no queremos el peso y queremos dólares. Pero ¿para qué queremos dólares?, dijo un presidente hace 60 años. ¿Cómo salimos de ésta? ¿Será como lo hizo siempre la Argentina en su historia?
Hoy, el gasto público consolidado es del 52% del PBI y es insostenible su financiamiento. La inflación genera una sobrevaluación de los bienes y servicios no transables, especialmente el gasto público, en detrimento de los transables.
Estos desequilibrios impiden la reactivación de la producción. ¿Cómo arreglar tamaña distorsión de precios relativos? No sólo la ciencia lúgubre, sino también la historia económica argentina nos enseñan que, de no mediar una rápida corrección de precios vía políticas públicas adecuadas, la corrección se dará de la manera menos deseada. Si eso ocurriera, posteriormente sería señal de madurez hacer los adecuados cambios institucionales, políticos y culturales para evitar que la situación se repita, por enésima vez, dentro de otros diez años.
Ernesto O Connor
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