Puzzles para una última cena
Por Nicolás Salvatore Para lanacion.com
Una mirada estática nos podría llevar a conjeturar que la macroeconomía argentina goza de buena salud: está dando comienzo la fase de auge del ciclo económico, la relación Deuda Pública/PBI es baja, su estructura de vencimientos exhibe gran holgura, no hay restricción externa (presión en el mercado cambiario), las tasas de interés son bajas en términos reales, el desempleo no es tan elevado, y la restricción fiscal no se ha vuelto operativa.
Paréntesis. S.O.S. para afamados analistas de la city porteña, que sostuvieron la convertibilidad y la política de déficit cero greco-argentina. Por favor, esta vez pongámonos de acuerdo, ¿impuesto inflacionario o restricción fiscal en Argentina 2010? Sugiero la primera opción.
Existe un único y enorme problema económico: la alta inflación. Sin embargo, alguien podría argumentar, con algo de pánico y cierta razón, que este Gobierno es capaz de concluir su mandato popular conviviendo con una tasa de 25% de inflación anual. Debido a cuestiones de espacio, permítame el lector tomar por bueno el argumento, aunque no lo sea.
Claro está, sin descontrol inflacionario (el adversario político más serio para Kirchner en 2011), el lector podría preguntarse, con algo de pánico y cierta razón, dónde estaría entonces el problema para Kirchner.
Puzzle 1. Enfrentando esta inflación, la integridad del 40% de la dotación laboral, que percibe ingresos nominales fijos y extremadamente bajos, no es factible por muchos meses sin la indexación de sus ingresos. Pero, a su vez, tal cosa llevaría inexorablemente a una aceleración inflacionaria mayor aún, que desembocaría en un verano del once demasiado caliente. Desde ya, no es un destino inexorable: un urgente plan antiinflacionario heterodoxo sería la solución obvia. Sin embargo, dado que tal cosa no parece factible para este gobierno, el conflicto entre pobreza e inflación ha dejado de ser una disyuntiva de política económica, para transformarse en un enorme dilema político oficial. Y los dilemas, por definición, no tienen solución.
Puzzle 2. Afamados analistas de la city porteña han sostenido que este modelo macroeconómico, mientras duró, tenía cuatro pilares: los superávits gemelos (fiscal y externo), el tipo de cambio real competitivo (es decir, alto) y, fundamentalmente, el "viento de cola" internacional.
Tanto el superávit comercial como la tasa de crecimiento del PBI son alguna función del tipo de cambio real, que a su vez depende de la tasa de inflación. Dado el crash cambiario post-convertibilidad, si dejamos de lado el dudoso argumento del "viento de cola" (más adecuado para una viuda de la convertibilidad que para un analista económico), los pilares de este modelo no aparecen como cuatro, sino como dos: baja inflación y superávit fiscal. Lamentablemente, como es notorio, el gobierno no comprendió su propio modelo. Una pena.
Estamos asistiendo a la defunción del tipo de cambio real alto. Dado que el control inflacionario no tiene cabida en el mundo real de la Presidenta, sus opciones son: a) devaluar y acelerar la inflación, b) no devaluar y comprar desempleo importado, o c) aumentar aranceles "como si" la Argentina bicentenaria no fuera parte de la OMC: si éste fuera éste el caso, la reciprocidad internacional, sumada a la fase expansiva del ciclo económico argentino, daría vuelta la balanza comercial e impulsaría nuevamente, luego de 10 años, la restricción externa (presión cambiaria). En alta inflación, tal experimento exótico aportaría una segunda razón para esperar un verano del once demasiado caliente (un argentino compraría rápidamente el argumento). He aquí el segundo y enorme dilema político oficial.
Confrontado con estos dos puzzles, el Gobierno ha tomado una decisión racional: festejar el bicentenario. Perdido por perdido, nada más racional que disfrutar de una última cena dantesca, con Aurora a todo volumen, y entonada por Miguel Cantilo.
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