Se diluye el mito de la prosperidad
OSAKA.- Vestidos con suéteres manchados y chaquetas hechas jirones, los hombres comienzan a agitarse en un edificio similar a un hangar mucho antes del alba. Pasan varias horas. Ninguna camioneta de la construcción a la vista. Para la mayor parte esos hombres, entrecanos y mal afeitados, que esperan en torno de la oficina de asistencia social, queda claro que este día tampoco traerá mejor fortuna que el día anterior, ni que varios antes a este.
Sin hogar, los hombres que se reúnen aquí cada día -más como rutina que albergando esperanzas, comenzarán a extenderse por toda Osaka, la segunda ciudad del Japón, recogiendo latas de aluminio y otra basura para vender. Si no, sencillamente volverán a sus tiendas de campaña, ubicadas en parques de la ciudad, para dormir hasta que las organizaciones de caridad sirvan sopa por la noche.
"Pude sobrevivir como jornalero durante 13 años, pero en los últimos dos directamente ya no han existido más empleos", afirmó Isamu Sato, un indigente de 53 años con una pequeña toalla a modo de bufanda, vestido con una delgada chaqueta azul y una gorra de béisbol en la cabeza.
"Ahora vivo en un albergue de la ciudad y como sólo dos veces al día. La gente cree que hay algo mal en nosotros, pero de haber empleos podríamos hacer algo. Todo lo que nos queda es vagar por ahí."
A lo largo de diez años de crisis económica, el Japón se ha aferrado con fuerza a diversos y apreciados mitos nacionales: desde la idea de que la economía que ascendió a la grandeza tan rápidamente tras la Segunda Guerra Mundial no podía desplomarse, hasta la noción de que todo el pueblo nipón pertenece esencialmente a la clase media.
En Osaka, donde el número de indigentes -el mayor en Japón- crece a grandes pasos, la creencia en esos mitos está pasando por aprietos. Los desposeídos están tomando el control de parques públicos y presionando el presupuesto de la Prefectura hasta el grado de que funcionarios de la ciudad, que oficialmente estiman que la cifra de indigentes es de 10.000, modesta si se la compara con otras ciudades, pero que en realidad podría ser mucho mayor. Incluso basándose sobre los datos oficiales, el número de tiendas precarias de los indigentes en el mayor parque de la ciudad ascendió a 458 durante el verano pasado, comparado con las 159 del año previo.
Grupos ciudadanos, en tanto, han estado protestando, exigiendo que Osaka desaloje a los desposeídos de parques y callejones, así como que los proteja de ese segmento de la población, visto con prejuicio como integrado por personas "sucias y peligrosas". Muchos de estos grupos también han hecho campaña en contra de que se levanten albergues públicos en sus vecindarios.
"La gente siempre está quejándose. Porque no encontramos un lote vacío para albergar a esa gente lejos del centro de la ciudad o porque simplemente no los mantenemos cerca del puerto", informó Yukata Izumi, funcionario en el departamento de Asistencia Social de Osaka. Izumi agregó que "estas personas se han convertido en refugiados económicos y el problema básico es que cuando la economía está mal no hay empleos y la gente sin trabajo cae en la indigencia".
Los despidos a causa del prolongado descenso económico del Japón han afectado particularmente a hombres de edad madura. En una sociedad donde la norma era un empleo de por vida en muchas industrias, perderlo en dicha etapa de la vida deja a la gente con muy pocas probabilidades de recomenzar.
Osaka tiene el mayor número de indigentes, pero hoy día son visibles en cada gran ciudad nipona, desde Tokio, donde duermen bajo puentes o construyen casuchas de cartón a lo largo de la orillas del río, hasta Yokohama, Nagoya, Kobe y Kyoto. Según estimados de la ciudad, había 5700 indigentes en Tokio hacia fines de 2000. No obstante, la gente que trabaja con los desposeídos afirma que los números reales probablemente doblan o hasta triplican esa cifra.
A diferencia de Estados Unidos, donde grandes ciudades han estado esforzándose por resolver el problema de la indigencia por años, la reacción de los gobiernos local y nacional del Japón denota inexperiencia para manejar la situación.
Por ejemplo, para desalojar a los "homeless" del Nagai Koen, el mayor parque de Osaka, el departamento de Asistencia Social construyó un modernísimo albergue en el parque mismo. La presencia del albergue en el enorme parque boscoso, que contiene estanques, museos y áreas deportivas, se convirtió rápidamente en un problema y el gobierno de la ciudad se vio obligado a prometer la remoción de la flamante estructura en un plazo de tres años, así como a impedir el regreso de los indigentes.
El centro ofrece habitaciones limpias con duchas, televisores y un área de lavado, y hasta tiene perrera donde los residentes pueden guardar a sus mascotas.