Sonría, lo estamos filmando: las dos caras de la ciudad inteligente
Hace cuatro años Brandon Harris narró esta anécdota sobre manejar en el barrio de su madre en Cincinnati: "Mientras estaba detenido en una intersección, por el rabillo del ojo vi a un negro alto, vestido con un top blanco y su piel era de un amarillo brillante como la mía. Estaba cruzando la calle hacia mi auto. Venía de una esquina donde hay muchas patotas y ruidos tediosos y yo sentí inmediatamente esa sensación familiar de proteger mi cuerpo contra potenciales agresores. Manejaba un auto color naranja con flores de plástico naranja en el tablero, el mismo auto que tenía cuando fui asaltado a punta de pistola no lejos de esquina, hacía dos veranos. El hombre caminó detrás de mi auto y yo aseguré la puerta. Oyendo el clic electrónico del cierre de la puerta, me miró y nuestros ojos se cruzaron cuando giré mi cabeza para observarlo. No dejamos de mirarnos todo el tiempo que le llevó cruzar al otro lado de la calle. El semáforo se puso verde y él dijo: 'No estoy tratando de asaltarte hermano'"
Ese "clic" me es familiar. Me crié en Detroit a comienzos de la década del 80, alrededor de la época en que se volvían estándar los cierres automatizados de la puerta de los autos, y afirmaría que, probablemente, para cualquier hombre negro que creció en una ciudad estadounidense en aquel tiempo, era una experiencia común caminar por una calle y oír ese sonido (especialmente por la noche). Clic. Clic. Clic. Incluso en el verano, la gente tenía bajas las ventanillas y aún así cerraba la puerta del auto cuando yo pasaba. Tengan en cuenta que esto no era particularmente seguro. Si mi intención hubiese sido atacar a alguien en su auto, una puerta cerrada con una ventanilla abierta es una barrera muy ineficaz. El sonido quizás sirviera más como un recordatorio audible y tecnológico de cómo yo, al igual que otros hombres negros, éramos vistos de acuerdo a la cultura. Y no había salida. No había manera de evitar esta forma de lo que ahora llamamos prácticas de "teatro de seguridad" que dan la ilusión de creciente seguridad que no tienen ningún efecto significativo.
La vigilancia digital ha aumentado exponencialmente en los últimos años y, con ella, el alcance y la escala del aparato de seguridad desplegado en los medios urbanos. ¿Cómo incide la visibilidad -o invisibilidad- de las tecnologías en los actos de la gente en cada extremo de la mirada vigilante? ¿Cómo se espera que actúe la persona que vigila o la persona que es vigilada? En el caso del cierre automatizado de la puerta, el clic hace sentir más seguro al conductor, mientras que, al mismo tiempo, da la señal a los que están afuera de que el conductor es consciente de su presencia. Para la persona fuera del auto el efecto es muy diferente: significa que lo han visto e indica que lo perciben como una amenaza. Un acto aparentemente discreto transforma no solo al usuario de la tecnología y la persona que es blanco de su acto, sino que incluso a su contexto.
Para comprender mejor el panorama actual de tecnologías digitales que vigilan o rastrean a la gente de un modo u otro y cómo su despliegue afecta tanto a las personas como a los lugares que habitan, podemos comenzar a pensar en la tecnología de vigilancia no solo en términos de lo que hace, sino de quién la usa y, muy importante, contra quién se usa. Consideremos lo que podríamos llamar "vigilancia de lujo" en contraste con "vigilancia impuesta". Esta categoría llama la atención acerca de quién decide cómo funciona la vigilancia y a quién se le deja poco margen para decidir. La vigilancia del grupo es costosa, voluntaria y discreta (aunque a menudo busca hacerse notar). La vigilancia impuesta es involuntaria, evidente, pesada y se busca que se note.
Compare una tecnología de rastreo de fitness (como Fitbit) y una tobillera electrónica. Los dispositivos pueden tener muchas de las mismas funciones. Los rastreadores de fitness son dispositivos pequeños, que comúnmente se llevan en la muñeca. A menudo tienen GPS y un sensor que registra la ubicación de la persona, el nivel de actividad y el ritmo cardíaco. Los Fitbit y similares son usados primordialmente por personas interesadas en registrar sus funciones corporales y su actividad en un esfuerzo por mejorar su nivel de bienestar, optimizando sus cuerpos a través de los datos. Con excepción notoria de algunos programas de bienestar obligatorios, la gente comúnmente los usa voluntariamente.
Esta dinámica está moldeando la vida social de barrios, comunidades y ciudades enteras. Las tobilleras electrónicas comúnmente son asignadas a personas que aguardan juicio o están en libertad vigilada. Los dispositivos de rastreo electrónico también son usados en casos en los que un solicitante de asilo aguarda la sentencia en un caso de deportación. A veces están equipadas con micrófonos y altavoces o incluso monitores del nivel de alcohol en sangre remotos. A la manera en que la "excarcelación electrónica" perpetúa estructuras racistas de larga data, la escritora defensora de los derechos civiles Michelle Alexander ha llamado este tipo de rastreo "la forma más nueva del racismo".
Las tobilleras típicamente son compulsivas o pueden ofrecerse como una alternativa al encarcelamiento tradicional. En muchos casos compañías privadas pueden cobrar a los individuos sumas exorbitantes por el uso de los dispositivos. Los monitores a menudo son voluminosos y difíciles de esconder bajo el pantalón, algo muy distinto a los accesorios disimulados que sirven para el control de la salud. Pero en la era digital la estratificación entre vigilante y vigilado -los que tienen y los que no tienen control sobre la vigilancia- se siente más allá de la escala de los dispositivos "vestibles". Esta dinámica está moldeando la vida social de barrios, comunidades y ciudades enteras.
La "ringnificación" del barrio
Mis vecinos -a cada lado de mi casa y al otro lado de la calle- usan la campanita de Amazon llamada Ring. Esto a veces genera oportunidades para medir mi compromiso con la privacidad. Durante varias noches del último verano algunos chicos tiraban huevos contra autos en nuestra cuadra. Eventualmente tocó mi "turno" y me desperté cuando mi vecino golpeó mi puerta para informarme que habían tirado huevos contra mi auto. Dijo que tenía un video del incidente captado por su Ring y que si quería podía enviarlo a la policía. Le agradecí pero rechacé amablemente la oferta. Vivo en Dearborn, Michigan, que tiene la mayor población de musulmanes en Estados Unidos y no podía involucrar a la policía, cuando hay una gran posibilidad de poner en peligro a un chico musulmán por un problema que puede resolverse con vinagre.
La vigilancia a menudo lleva a "soluciones" que superan en mucho el nivel de la infracción. Sin una cámara es improbable que alguien se moleste en llamar a la policía porque tiraron huevos contra un auto, pero la existencia del video -la gente tiene evidencia sobre la que potencialmente puede actuar y que se siente que debe a usar- convierte a una instancia menor de vandalismo en una situación que involucra a los agentes de la ley.
Se supone que Ring genera una comunidad de personas que se cuidan unas a otras. Se presenta como un "nuevo vigilante del barrio" sin considerar la connotación de esa frase en un mundo en el que Trayvon Martin fue asesinado por un racista que actuaba como un "vigilante del barrio". Los usuarios pueden enviar video tomado por Ring a Neighbours, una red social propiedad de Amazon. En la red la gente (muchos dueños de Ring, aunque no es requisito poseer el dispositivo) pueden difundir avisos y videos de actividad sospechosa en el barrio. Ring también permite a los usuarios recibir alertas de incidentes en su barrio.
Sin embargo, estos incidentes pueden ser provocados por alguien que simplemente está andando en bicicleta por la calle o por mapaches que atacan tachos de basura. Ring puede dar una sensación de seguridad en el dueño del dispositivo, pero también induce a la híper vigilancia y ansiedad acerca de la "inseguridad" en momentos en que los crímenes violentos decrecen en todo el país. Más que ofrecer una verdadera disuasión, Ring militariza los espacios públicos, ayudando a construir una red de vigilancia policial que de otro modo sería imposible. Los propietarios probablemente se resistirían si la policía pidiera colocar cámaras delante de cada casa. Vendidas por Amazon y ostensiblemente en propiedad de y controlada por los dueños de las casas, esas mismas cámaras son bien recibidas.
La operación de marketing de Ring incluye RingTV, un sitio compuesto por videos seleccionados tomados por la cámara. Esto incluye videos "simpáticos", como en el caso de chicos pidiendo golosinas en Halloween y eventos como un padre interrogando al joven que viene a buscar a su hija para una salida. Sin embargo, un número significativo de videos seleccionados están dedicados a imágenes de criminales pescados en el acto de invadir una casa o robar un auto.
La combinación de videos familiares amigables junto a otros que generan ansiedad ayudan a establecer a Ring como un amigo que está allí para recordarle buenos momentos y defender su seguridad en los malos momentos. Pero, como ha dicho Mike Caulfield, jefe de una iniciativa de alfabetización digital a nivel nacional para el American Democracy Project, la existencia misma de una red de videos de Ring puede crear "presiones" para que individuos tomen incidentes muy menores y le den un marco de sensacionalismo, crear incidentes dramáticos, editar clips de modo engañoso... Y quizás incluso crear contenido falso. En un ambiente creado tecnológicamente, en el que "la inseguridad" se vuelve contenido, la gente se sentirá impulsada a encontrar hechos de inseguridad.
Controles para todos
Las nuevas tecnologías generan modos particulares de pensar en una ciudad con recursos digitales. Las ciudades inteligentes pueden ser consideradas emblemáticas de la vigilancia de lujo. El ciudadano ideal de la ciudad inteligente es uno que se supone beneficiado por la vigilancia. La ciudad inteligente es una ciudad de ideales libertarios, donde el sentido de comunidad queda subsumido por la conveniencia personal. La ciudad inteligente existe para atender a las necesidades de sus residentes. Podemos pensar cómo se extiende o no se extiende esta lógica a cuerpos vigilados en el panorama urbano.
Un punto a considerar es la brecha entre un proyecto de ciudad inteligente, como Hudson Yards, y el Project Green Light de Detroit. Project Green Light comenzó como una movida para instalar cámaras -así como sirenas con luces verdes- en negocios que se mantienen abiertos hasta tarde. El programa ahora incluye más de 500 cámaras equipadas con reconocimiento facial y el alcalde de Detroit ha dicho que quiere incrementarlas a más de 4000 en el futuro. Al igual que la pulsera de fitness y la tobillera, los sistemas que se han instalado en Hudson Yards y la ciudad de Detroit usan tecnologías similares con efectos dispares. Si bien se busca que la tecnología en Hudson Yards esté oculta, el sistema cuyo propósito es vigilar cuerpos negros, marrones y latinos -cuerpos criminalizados, cuerpos marginalizados, cuerpos sobrevigilados- a menudo se presenta de modo conspicuo.
En Detroit los mecanismos de vigilancia se acumulan sobre el espacio urbano de maneras que no intentan integrarse con la ciudad. Desde video en tiempo real con software de reconocimiento facial a la "omnipresencia" de torres con reflectores que iluminan barrios particulares, éstos agregados grotescos no ocultan para qué son. La eficiencia de la ciudad inteligente no se extiende a las cuadras de la ciudad donde la tecnología es conspicua y apunta hacia afuera de maneras que indican a esas comunidades que la vigilancia es contra ellos y no para ellos. La gente de color experimenta la fricción (y el estrés físico y mental que la acompaña) de estar siempre vigilada. Éste es el "clic" de la cerradura electrónica, pero a gran escala.
Aplicaciones e interfaces crean un medio en el que pueden darse interacciones sin que la gente tenga que hacer ningún esfuerzo por entenderse o conocerse. Esto es un principio que guía a servicios que van desde Uber hasta pedidos a través de pantallas táctiles en los lugares de comida rápida. Permite que los consumidores interactúen con lo que se supone que es tecnología sin complicaciones en vez de tener que tratar con otro ser humano.
Las compañías hacen una promesa similar en cuanto a la tecnología de vigilancia y seguridad. Lo que sostienen es que estas tecnologías, integradas a nuestros espacios vitales, reducirán las "presiones" de ansiedad y temor e incrementarán la sensación de seguridad. Pero, en vez de aliviar la presión, estas tecnologías a menudo incrementan la sensación de intranquilidad, ansiedad y temor tanto del que vigila como el vigilado.
En la medida en que esas tensiones (sea un hecho reconocido o no) provengan del temor al otro, más cámaras, dispositivos, vigilancia, alertas y notificaciones no podrán cumplir con su supuesto objetivo. Más bien, esta tecnología seguirá generando una retroalimentación negativa entre individuos y comunidades en ambos extremos del espectro de la vigilancia, donde los únicos ganadores son las compañías que obtienen ganancias del temor que ayudan a fabricar.
Texto Chris Gilliard | Foto Fast Company | Traducción Gabriel Zadunaisky