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A la ya delicada situación que atraviesa la Argentina en las horas previas a la crucial primera vuelta electoral, se sumó en estas horas una verdadera conmoción política y social a nivel regional que afecta a varios países muy cercanos, en particular, el caso chileno.
No es novedad que se transita por un mundo cada vez más complicado, con líderes delirantes, personalismos y populismos extremos, y por donde se mire que en el mapa crece el riesgo geopolítico. También que la protesta social y la gente en las calles reclamando con mayor o menor violencia recorre varios puntos del planeta, y es una materia en la que la Argentina tiene larga y particular experiencia.
Pero el caso chileno, al que cabe sumar los episodios de Bolivia y Ecuador, interperlan con mayor intensidad a la Argentina porque resultan espejos más cercanos; donde además la pelea por el poder en el actual proceso electoral que se puede definir tal vez este fin de semana, resulta determinante para el futuro inmediato que nos espera, en particular la economía.
Primero, cómo seguirá evolucionando el dólar y la inflación. Hasta dónde se puede profundizar la devaluación del peso y las consecuencias de esta dinámica en los precios más sensibles que afectan a los sectores sociales más castigados. Qué pasará con la deuda que tiene el país que pagar en pesos y en dólares, o hasta dónde se pueden respaldar los depósitos en dólares y en pesos que todos prometen y deben respetar.
Son todas incertidumbres que se aceleraron a partir del resultado de las elecciones primarias, y que se van a poner a prueba en forma casi definitiva una vez conocidos los resultados del próximo domingo. Alberto Fernández prometió que con él están a salvo los depósitos en dólares. Es importante como señal, sería deseable un anuncio conjunto en ese sentido entre los ganadores y los perdedores de la elección, sea cual fuere el resultado. Hay que transitar 44 días hábiles entre la elección del próximo domingo y el 10 de diciembre.
Volviendo a la conmoción que se vive en Chile y sus efectos sobre la Argentina, conviene no olvidar en la marea de la crisis que se trata de un país donde rige un sistema republicano de gobierno, donde se eligen y reemplazan autoridades en elecciones libres, y donde la convivencia entre los partidos políticos ha sido ejemplar desde la recuperación democrática.
Con una economía estable y que ha crecido fuerte en los últimos años, mucho más estable, sin inflación y con mayor crecimiento que la Argentina, pero que lógicamente sigue sin poder resolver los problemas de inclusión y pobreza en toda la sociedad.
Nadie puede negar la justicia en el reclamo de los más postergados. La clave del espejo chileno en la Argentina que viene es qué hacemos con la violencia política en las calles. ¿Rige la ley y las instituciones democráticas donde se elige y remueve a los gobernantes por elecciones libres o gobierna la presión de las protestas y la violencia en las calles?
No aparece por ahora tan claro en la oposición política un rechazo contundente a los métodos violentos de protesta. En los medios, en general, se escuchan más justificaciones que cuestionamientos a estas prácticas, en virtud de la crisis social que estalló. El oportunismo político y la batalla electoral parece lo único que guía al oficialismo y a la oposición en esta crisis.
Si no está claro quién gobierna, si el imperio de la ley y la Constitución o la extorsión de la violencia política organizada en las calles, la economía va a sufrir más de lo que ya está sufriendo, y las variables serán más difíciles de controlar. La amenaza de los sectores violentos que se saben también presentes en la Argentina será para el que se siente en Casa de Gobierno desde el 10 de diciembre. Garantizar la convivencia democrática es una obligación de la dirigencia, en particular de los dos principales candidatos que compiten el domingo.
Las señales de civilidad democrática que el mismo domingo a la noche den quienes ganen y quienes pierdan, se defina o no la elección en la primera vuelta, serán decisivas para administrar las semanas que vengan después de la elección.
Se sabe que la renegociación de la deuda será mucho más complicada de lo que anuncian unos y otros. Lo marcan los precios de los activos argentinos, con la caída sistemática del peso, las acciones y los bonos en las últimas semanas. Y también se sabe que para garantizar los depósitos en dólares probablemente habrá que profundizar el cepo o tal vez directamente desdoblar el mercado cambiario, y dejar que el dólar financiero encuentre su equilibrio sin tener que gastar las pocas reservas que irán quedando.
El escenario es muy complejo en lo económico y en lo social. Requiere un acuerdo básico. Respetar la ley y condenar la violencia, por mayor crisis social que lo justifique. Seguir tirando de la cuerda de la grieta política, seguir echándose unos a otros las responsabilidades solo sumará más confusión y desazón. Y no contribuye a resolver los problemas. Más vale suma en la dirección contraria, como si se buscara agravarlos.