Un cambio cultural fuerte
En cualquier país, modificar hábitos culturales es un fenómeno complejo. Para no desmentir nuestra condición de argentinos, diremos que aquí resulta aún más costoso para el común de la gente, tal vez porque tenemos una historia pródiga en cambios intempestivos y confiscaciones varias.
En el contexto de recesión y fuerte caída del consumo que sufre la sociedad, sin duda las medidas que tomó el Gobierno el fin de semana pasado para restringir el uso de efectivo y la salida de divisas no podían menos que aumentar el mal humor reinante. Frente a la realidad que imponen los cambios, vale la pena detenerse un instante, tratar (si se puede) de pensar con la cabeza fría y analizar, más allá de las desventajas obvias que impone el nuevo sistema, cómo aprovechar sus ventajas.
La imposición de límites al libre uso del dinero que la gente gana plantea al menos serias dudas sobre cómo se ven afectadas libertades individuales. Además, y por más bondades que el ministro Domingo Cavallo insista en difundir, las medidas están provocando, en sus primeros momentos, una importante retracción del consumo, en un contexto de evidente parálisis.
–¿Y ahora cómo le voy a pagar al taxista cuando me quede sin efectivo?
–¿Y las propinas en los restaurantes?
Miles de preguntas como éstas pudimos escuchar en los últimos días en un tono con mayor o menor angustia. Y dan la pauta de la inquietud que generó entre la gente, abrumada por una nueva restricción que se suma a las muchas que sufren sus bolsillos.
–Le vas a seguir pagando como hasta ahora, con cambio chico (pagar con un billete mediano o grande resulta desde hace tiempo un problema seguro, con medidas de Cavallo o sin ellas), contestó varias veces este cronista ante las múltiples consultas.
El cambio cultural es tan fuerte que nadie (o muy pocos) hizo el cálculo de cuánto dinero gasta cada semana en efectivo y que no podría hacerlo de otro modo. La racionalidad es un bien escaso ante tanta desesperanza. Pero la aparente incomodidad inicial puede revertirse cuando los nuevos hábitos se transformen en moneda corriente (nunca tan bien utilizada la imagen).
El primer efecto de las medidas fue una masiva apertura de nuevas cajas de ahorro y cuentas corrientes por parte de la gente que, si no lo hubiera hecho, habría quedado prácticamente imposibilitada de operar.
La creciente bancarización del público traerá aparejado un considerable blanqueo de la economía, uno de los objetivos centrales de Cavallo al implementar el plan. Por otra parte, las múltiples formas de pagar servicios públicos, privados e impuestos utilizando la electrónica pueden demostrarnos la comodidad que no estábamos aprovechando, otra vez, por falta de costumbre.
Lo mismo puede decirse de las tarjetas de débito. Luego de casi una década desde que se instrumentó el sistema, su uso hasta ahora es casi nulo, pese a que hay unos 12 millones de plásticos. La fantasía de que lo que no se paga hoy duele menos, más la alternativa de la financiación, puede haber influido en la mejor performance de las tarjetas de crédito.
¿Falla del marketing bancario o resistencia al cambio? Seguramente, algo de las dos cosas. La restricción ahora impuesta puede cambiar la situación.