Una leyenda provoca revuelo en el mundo de los empresarios
Hay una leyenda empresarial más o menos reciente que, cierta o no, forma parte de las conversaciones corporativas de los últimos días. Dice que la presidenta Cristina Kirchner rechazó, semanas atrás, una generosa valija como obsequio. La actitud propagó el estupor entre hombres acostumbrados a la prodigalidad con el poder. Cinco fuentes de distintos sectores coincidieron en la versión. "Ella tiene la mano corta", sonrió el presidente de una cámara ante este diario. "Sí, me parece que se frenó la cadena de giros", confirmó otro ejecutivo.
La veracidad o no de la anécdota puede resultar irrelevante frente a las reacciones que suscita entre muchos empresarios. El solo análisis de esa respuesta general pinta a la Argentina de cuerpo entero. A algunos, por ejemplo, les genera incredulidad. "No tenía más lugar", bromeó el N° 1 de una compañía. Otros exhiben cierta inquietud porque, según una lógica forjada desde siempre en el mundo de los negocios, cuestiones como ésta "afectan la lealtad".
El razonamiento parece bastante elemental: ante cualquier conflicto, el empresario local se siente desprotegido si no ha tomado determinados resguardos frente a quienes deciden. Guste o no, la inestable Argentina ofrece sólo unas pocas garantías para invertir. No todas son transparentes. Hay hombres de negocios que recuerdan con disgusto, por ejemplo, las palabras con que altos exponentes del gobierno porteño empezaron reuniones en las que solicitaban contribuciones para campañas electorales. "Conozco tus balances", oyó uno de ellos una vez. Los malos modos y el doble discurso no se inventaron con el kirchnerismo.
La cuestión será crucial en los meses que vienen. El evidente giro del Gobierno hacia sectores más radicalizados deja entrever futuros y renovados choques con la comunidad de negocios. Lo saben perfectamente en las compañías que han tenido el disgusto de empezar a recibir en su directorio, a través de la Anses, a técnicos afines a nuevas agrupaciones de advenimiento reciente en la Casa Rosada. ¿Cómo enfrentar esta ideologización que quién sabe dónde podría terminar?
Néstor Kirchner era un obsesivo del dinero. Ricardo Jaime suele relatar que el ex presidente carecía de escrúpulos para contar un puñado de dólares en la cara de un funcionario. "Tenía un tema psicológico con eso", reforzó un ejecutivo acostumbrado a tratar con el kirchnerismo. Pero la partida del líder ha permitido el ingreso de nuevos interlocutores y ha acotado el margen de acción de los más antiguos.
No se trata sólo de asuntos relevantes: hasta el trato personal es más distante para hombres de negocios habituados a recurrir, incluso para lo insignificante, al círculo de Julio De Vido. Hasta octubre, el acceso al poder estaba garantizado por colaboradores de perfil bajo y evidente lealtad. Entre otros, los subsecretarios Roberto Baratta y Rafael Enrique Llorens, el secretario José Francisco López o José María Olazagasti, secretario privado del ministro.
Hoy los poderosos son otros, y el ambiente, más hostil. Si es que alguien realmente la pensó, la nueva estrategia parece estar dando resultados. ¿No es, después de todo, lo que viene ejerciendo desde hace tiempo Guillermo Moreno? Resistido como nadie por el mundo empresarial, Moreno no carga, por lo menos hasta el momento, con acusaciones de pedidos extravagantes en reuniones privadas. Sus culpas son más bien públicas: haber terminado acaso para siempre con la credibilidad del sistema estadístico nacional; haber amenazado a ejecutivos con "partirles la columna"; presionar a productores de un sector para favorecer las compras a determinadas firmas, y haber asfixiado a compañías con regulaciones para que amigos del poder –elegidos más arriba en el organigrama– puedan adquirirlas a precios más accesibles. La pelea con Shell no es, como se cree, por aumentos de precios que han aplicado regularmente todas las petroleras: la filial argentina frustró en 2005, con su decisión de no vender, una millonaria operación de compra que podría haber favorecido a la venezolana Pdvsa. Era la elegida por Kirchner.
Porque no siempre sale bien. Ni siquiera el encomiable montaje de una gestión transparente. Abogados de cadenas de supermercados admiten haber sido tentados por colaboradores cercanos a Moreno con propuestas indecentes. Por ejemplo, tarifas de US$ 10.000 para conseguir una reunión con el secretario. ¿Cómo saber si la mendicidad proviene del funcionario o sólo de su mensajero? El dilema es viejo como la corrupción. Pero la moneda, ya que de eso se habla, tiene una sola cara: la tragedia moral de una Argentina que urge reconstruirse entre todos.
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