Ahora, rumbo al ballottage

La ciudadanía argentina deberá aguardar tres semanas para conocer el nombre del próximo presidente de la Nación. Por primera vez en la historia de las elecciones presidenciales de nuestro país, el 18 de mayo deberá efectuarse una segunda vuelta electoral, o ballottage, para definir al vencedor de la contienda electoral. Carlos Menem y Néstor Kirchner, dos candidatos de origen justicialista, serán quienes disputarán la presidencia de la República, después de la primera vuelta celebrada ayer.

Concluyó en la víspera la primera parte de un proceso caracterizado por la incertidumbre, por la paridad de fuerzas entre los principales candidatos y por temores de irregularidades y de piquetes, hasta ahora felizmente conjurados. Lamentablemente, la campaña proselitista que precedió a los comicios de ayer se caracterizó por la falta de un adecuado debate de ideas y de una confrontación iluminadora y responsable entre las propuestas programáticas de los distintos postulantes presidenciales. Las luchas internas en el justicialismo, la guerra de Irak y las diferencias entre una y otra encuesta de intención de voto concentraron la atención de los candidatos y de los medios de comunicación, por lo que faltó un análisis detenido de los proyectos concretos de cada fuerza política.

De cara al ballottage, los argentinos estamos ahora frente a una excelente oportunidad para hacer lo que no se hizo en los últimos tiempos: debatir las estrategias de consolidación institucional y de crecimiento que la Argentina debe instrumentar de cara al futuro, en un esfuerzo superador de las luchas y las tácticas partidarias y de las disputas entre grupos de intereses.

El posicionamiento de los candidatos y de las fuerzas políticas que quedaron excluidos de la segunda vuelta obligará, casi con seguridad, a conversaciones y eventuales pactos con aquellos que se disputarán la presidencia de la Nación el 18 de mayo. Es de esperar que esas gestiones no se transformen en negociaciones espurias, en las cuales sólo se discutan espacios de poder, sino en acuerdos programáticos que sirvan de base para la edificación de auténticas políticas de Estado, que muestren a los contendientes en una actitud madura y responsable y que garanticen la gobernabilidad.

Si se observa el resultado que arrojó la primera vuelta electoral, se apreciará que la mayoría de la ciudadanía votó por la previsibilidad y rechazó cualquier posible salto al vacío. Quienes apoyaron a Carlos Menem, valoraron seguramente el empuje y el vigor con que impulsó en su primera presidencia reformas estructurales que parecían de muy difícil concreción y la estabilidad económica que consiguió en los años que siguieron a 1989, luego de un extenso período de inflación y de falta de acceso al crédito. Quienes votaron por Néstor Kirchner apoyaron probablemente su perfil de reivindicador social, junto a un prudente corrimiento del candidato hacia el centro del espectro ideológico a partir de su acercamiento al actual ministro de Economía, Roberto Lavagna. Entretanto, aquellos que apoyaron a Ricardo López Murphy optaron sin duda alguna por quien, lejos de la demagogia y de las promesas fáciles, planteó la necesidad de reposicionar la Argentina en la senda de la racionalidad económica y de garantizar una reforma política.

Es probable que, si se analizan las propuestas de los candidatos que ocuparon los primeros lugares en las elecciones de ayer, surjan coincidencias sobre las cuales debería alentarse la conformación de un núcleo programático que sea la base de un nuevo proyecto de país, que cuente con el consenso de la mayoría de los argentinos. En ese núcleo debe estar contenida una visión realista y serena de la Nación que aspiramos a construir, despojada de los vetustos prejuicios ideológicos que enturbiaron en otro tiempo el escenario político argentino y cercana a las reales necesidades del país y de su población.