Ante un hito histórico y una nueva oportunidad
Por primera vez, un presidente no peronista y elegido democráticamente completa su mandato legal en tiempo y forma en las últimas nueve décadas
Tan infrecuente como constructiva. Así podría calificarse la iniciativa del encuentro del presidente saliente, Mauricio Macri, y su sucesor, Alberto Fernández, junto a buena parte de los miembros de sus equipos de gobierno en la misa celebrada anteayer en la Basílica de Luján. Que ambas figuras políticas se pudieran unir para rezar por la patria y se confundieran en un abrazo fue un pequeño pero sustancial paso para construir otra forma de hacer política.
La imagen comentada constituye un ejemplo de sana convivencia que puede ayudar a transmitir la necesidad de poner fin al enfrentamiento y a la llamada grieta entre argentinos.
Las palabras del arzobispo de Mercedes y Luján, Jorge Scheinig, pronunciadas durante la homilía, resultan particularmente estimulantes: "No somos ingenuos, no creemos que una celebración solucione los problemas, pero este gesto habla por sí mismo. Podemos rezar por muchas cosas: hoy nos hemos convocado a rezar por la unidad. Debemos hacer todo lo posible por resistir y no caer en la tentación de querer destruir al otro".
Sin duda, la unidad es una tarea que nos compromete a todos y que, como señaló el citado arzobispo, "comienza en el corazón de cada uno", pero en la cual tienen una responsabilidad mayor nuestros representantes políticos, que necesitan escucharse y volver a dialogar las veces que sea indispensable, más allá de toda diferencia partidaria. Esto es, lograr la unidad dentro de la diversidad.
Hoy, con la asunción como presidente de la Nación de Alberto Fernández, quien recibirá los atributos del mando de Mauricio Macri, la Argentina asistirá a un hecho histórico. Será la primera vez que un presidente de signo no peronista y elegido en forma democrática e incuestionable llega al último día de su mandato legal. Algo así no ocurría desde 1928, cuando el radical antipersonalista Marcelo T. de Alvear fue sucedido por Hipólito Yrigoyen. Pasaron desde entonces nada menos que 91 años.
Podría decirse que se trata de un hito en la democracia recuperada en 1983, como lo fue, en 1999, el hecho de que, por primera vez, un presidente peronista, como Carlos Menem, entregara la banda presidencial a un presidente de otra fuerza política, como Fernando de la Rúa.
Pero nos falta otro hito a los argentinos para acrecentar nuestra institucionalidad y consolidar nuestro sistema democrático. Eso que nos está faltando la capacidad para construir verdaderas políticas de Estado, que solo pueden cimentarse en un amplio diálogo que pueda derivar en consensos básicos frente a los grandes problemas del país.
Tanto Macri como Alberto Fernández han expresado durante la campaña electoral su propósito de terminar con la grieta que divide desde hace años a los argentinos. Ambos líderes tienen ahora una excelente oportunidad para demostrar que aquello que afirmaron desde un estrado era sincero. Deben ser bienvenidas, en tal sentido, las palabras de despedida de Macri, quien aseguró que el nuevo presidente "va a encontrar una oposición constructiva y responsable", al igual que las de quien hoy llegará a la Casa Rosada, cuando, luego de la misa de Luján, reconoció el "enorme esfuerzo" que hizo la Iglesia para unir a los argentinos y sostuvo que "llegó el momento de estar juntos para siempre" y que "el secreto es respetarnos, no pensar igual".
Es de esperar que este espíritu de respeto y tolerancia prevalezca por sobre cualquier tentación autoritaria en quien a partir de hoy tendrá la difícil tarea de conducir el país. Dar vuelta en serio una página de nuestra historia y poner a la Argentina de pie, como nos ha propuesto Alberto Fernández, implicará, ante todo, respetar la división de poderes y reconocer que urge la formación de consensos básicos, para lo cual será necesario abandonar toda mezquindad política a fin de que unos estén dispuestos a ayudar y otros estén dispuestos a dejarse ayudar.
LA NACION