La calurosa Antártida
El reciente 9 de febrero la temperatura en la Antártida superó los 20 grados centígrados. La marca de 20,75°C fue dada a conocer por científicos brasileños que siguen de cerca los parámetros climáticos en la isla Seymour y sobrepasó casi en un grado el récord anterior de 19,8°C, tomado en la isla Signy en enero de 1982. Los científicos que recopilan cada tres días los datos de las estaciones de monitoreo describieron la nueva marca como "increíble y anormal". Según los especialistas, muchos de los sitios que monitorean exhiben una clara tendencia al calentamiento, aunque se está produciendo una aceleración del proceso.
Lo que sucede en ese extremo de la Tierra preocupa no solo por el impacto que tiene sobre la propia región, sino porque representa un anticipo de lo que ya ocurre u ocurrirá en el resto del planeta. La misma información destaca otro hecho alarmante: desde diciembre no nieva. Esta situación de inusitado calor ha hecho que zonas como la isla Rey Jorge, donde tienen base varias expediciones internacionales encargadas de investigar y estudiar ese territorio indómito y desconocido, se asemejen a un verdadero desierto.
Este nuevo récord no es una simple anécdota para el libro Guinness, sino una demostración cabal de que el calentamiento global no es una teoría conspirativa, como ha sostenido Donald Trump, ni una hipótesis científica sin comprobación. En nuestros días ya no queda científico honrado que niegue la realidad del origen humano del cambio climático. Es cierto que algunos estudios presuntamente científicos ponen en duda la verdad sobre esta tragedia que azota al planeta, pero se trata de trabajos que recuerdan aquellos que en su momento sembraron dudas sobre el carácter nocivo del tabaco y su relación con el cáncer.
Los efectos de este fenómeno comienzan a sentirse en lugares críticos del ecosistema mundial, poniendo en riesgo la supervivencia de la vida en el planeta.
En los últimos 50 años, la región de la Antártida ha sido una de las que más han sufrido el mayor calentamiento. En ese período la temperatura aumentó 3 grados, generando una notable pérdida de masas de hielo.
En este momento continúan los desprendimientos en la Antártida occidental, tal como lo han comprobado los satélites de la Agencia Espacial Europea al detectar un desplazamiento en la plataforma de hielo flotante del glaciar Pine Island, que para National Geographic es el más vulnerable de la región.
Es bien sabido que la Antártida almacena alrededor del 70% del agua dulce del mundo en forma de hielo y nieve. En carácter hipotético por ahora, se estima que si el continente se derritiera, el nivel del mar aumentaría de 50 a 60 metros a lo largo de muchas generaciones. Por ahora los científicos de las Naciones Unidas anticipan que, para finales de este siglo, los océanos elevarán su nivel entre 30 y 110 centímetros, según los esfuerzos que hagan los países para reducir los emisiones de gases de efecto invernadero y la sensibilidad de las capas de hielo.
No son pocos los expertos que aseguran que el daño actual es irreversible. Sin embargo, afirman que la única solución posible es detener las causas que generan los devastadores impactos que ya resultan sorprendentes. Los hechos indubitables representan una prueba para aquellos que todavía consideran que el cambio climático es un invento de quienes se oponen al desarrollo y que la conservación del medio ambiente es una cuestión que puede postergarse. Guste o no, por primera vez en la historia la actividad humana está influyendo peligrosamente en la salud del planeta.