Campeones de la vida y del deporte
El rugby enseña que hacer visibles las diferencias, lejos de dividirnos, contribuye a gestar la unión y la aceptación que necesitamos como sociedad
Sin competencias a lo largo de 2020, por la pandemia, este año 12 equipos del rugby de primera división participaron de un torneo en formato reducido cuyas últimas instancias se desarrollaron en la cancha del Club Atlético San Isidro (CASI). La custodia policial no resultó necesaria para proteger a los simpatizantes ante eventuales emboscadas de la hinchada contraria. En el ingreso, entrada en mano, a las mujeres se las dejaba pasar primero. Asistieron familias, juveniles, jugadores de otros deportes y exjugadores. Nadie empujaba. Llegaban tocando instrumentos musicales sin que nadie se molestara. No es menor que en convocatorias a semifinales y finales, al igual que cuando se enfrentan rivales históricos como el SIC y el CASI, lo que sería un Boca-River del fútbol, por ejemplo, en el rugby no se requieran controles adicionales. Ambas hinchadas cantan y se dedican bromas desde las tribunas en colorido contrapunto. Los jugadores entran y salen de la cancha, al igual que el referí y sus ayudantes, sin seguridad alguna, y a nadie se le ocurre pedir que no se los ofenda ni agreda; no es necesario.
Aunque algún espectador no conozca en detalle el reglamento, se sabe que el referí siempre tiene razón y que merece respeto a pesar de que pueda eventualmente equivocarse, pues sin él no hay partido. Al finalizar los encuentros, los árbitros no tienen que ir a buscar su auto a la comisaría más cercana tras haber sido llevados en patrulleros a la cancha. No sufren esa inseguridad. Pueden moverse sin custodia e incluso dar entrevistas en el césped tras el partido. Todos juntos, clubes, dirigentes y padres, deben cuidar que esos valores y ese clima de respeto y tolerancia no se pierdan.
El rugby constituye un excelente ejemplo de lo que podemos lograr cuando aprendemos a respetarnos
Hay pocos deportes más violentos y con tanto contacto físico como el rugby y, sin embargo, una vez terminado el encuentro todos se abrazan, superando la rabia de haber perdido unos y midiendo las expresiones de celebración los otros para no irritar ni ofender innecesariamente a los contrarios. El intenso trabajo de formación desde las divisiones inferiores de los clubes construye un espíritu que los más jóvenes van internalizando tempranamente y así sigue ocurriendo para construir entre ellos prácticas de camaradería y caballerosidad dentro y fuera de la cancha. El deporte en equipo siempre será integrador de distintas habilidades y formador de personas. Cuando grupos de inadaptados saltan a la notoriedad –siempre los hay, como en cualquier conjunto humano–, nadie debería creer que son espejo de una mayoría claramente alejada de la violencia y el patoterismo que pretenden atribuirle, tomando a una pequeña parte por el todo en un tan peligroso como equivocado ejercicio de generalización.
El sábado último, con 8000 espectadores en la cancha, en una ajustada final, el Club Universitario de Buenos Aires (CUBA) se consagró campeón del Top 12 de la Unión Argentina de Rugby (URBA) al ganarle a SIC por un punto. Ocho años habían pasado de su último título. Al borde del descenso en 2018 y 2019, alcanzó el fin de semana pasado su 15° galardón.
Con menos difusión, desde hace dos años, cada sábado, CUBA trabaja en la integración de chicos con discapacidad en las divisiones infantiles y juveniles. El llamado Mixed Ability Rugby, que integra a jugadores o exjugadores con personas con alguna discapacidad física o mental, adquirió mucho auge en Europa. Ese sueño que comenzó a gestarse con los Pumpa y que los cubanitos apodaron Pre Mix está integrado hoy por 30 jugadores, 12 de ellos con alguna discapacidad con o sin certificado, como gustan decir. Varios clubes bonaerenses se han sumado a la iniciativa, entre ellos, Hurling, BACR, Deportiva Francesa, Belgrano Athletic, Newman y Olivos Rugby Club.
Días pasados, como parte del cuarto Encuentro Nacional de Mixed Ability Rugby & Hockey, el Pre Mix concretó su primera gira y partió a Neuquén, donde, al igual que en otros puntos del interior, estas prácticas afortunadamente crecen. A Carlos “Popi” Gorgoglione, con 41 años de retraso madurativo físico y psíquico y una sensibilidad a flor de piel, nada le impide introducir la pelota en el scrum con la ayuda de sus compañeros y disfrutar enormemente de la aceptación de su entorno. Por su parte, Nicolás Vázquez, ciego de nacimiento, juega con un facilitador de lazarillo. Las corridas, los tackles, las habilidades y osadías de unos y otros se celebran. El clima de estos partidos no tiene parangón: todos quedan con el corazón desbordante, fruto de un emocionante aprendizaje y las familias de los jugadores no pueden estar más agradecidas. Todos ganan. Todos salen siempre campeones cuando triunfa la inclusión.
Queda claro que hacer visibles las diferencias, lejos de dividir, contribuye a gestar la unión y la aceptación que como sociedad imperiosamente necesitamos. El rugby constituye un excelente ejemplo de lo que podemos lograr cuando aprendemos a convivir y a respetarnos, superando diferencias y empujando juntos hacia adelante.