Coronavirus: vacuna, esperanza y trama política
Si bien constituye un paso muy importante la producción local del nuevo fármaco, anteriores malas experiencias de gestión nos llevan a estar alertas
En marzo último, el mundo recibía con beneplácito, como no podía ser de otra manera, el comienzo en varios países de los ensayos clínicos tendientes a hallar una vacuna contra el coronavirus.
En ese mismo mes se conoció la primera muerte por Covid-19 en la Argentina. Parece una fecha muy lejana, especialmente teniendo en cuenta los estragos que la pandemia ha causado en el mundo, con 18 millones de contagios y 690.000 personas fallecidas. En nuestro país, en poco más de cinco meses, se han registrado hasta ayer 282.437 contagios y 5565 decesos.
Muchas han sido las informaciones sobre la posibilidad de contar con una vacuna antes de fines del corriente año. La confirmación del éxito de los resultados de ensayos clínicos y de que nuestro país será, junto con México, productor de una vacuna para la región abre una enorme esperanza y nos llena de orgullo. Eso no impide reparar en la trama político-empresarial detrás de esta decisión, que nos retrotrae a experiencias no del todo favorables y de las que participaron varios de los mismos personajes que ahora vuelven a entrar en escena.
Hugo Sigman, factótum empresarial argentino en la elección de su empresa para la producción de la vacuna en el orden regional, ha dicho recientemente: "El resultado de la vacuna es producto de una negociación entre privados". ¿Es tan así? ¿Por qué el Gobierno anuncia que elige esa vacuna cuando faltan todavía seis meses para tenerla y pudiendo aparecer otra con anterioridad a esa fecha? ¿Por qué adelantar que comprará la producción a una determinada empresa?
Sigman es propietario del grupo Insud, al que pertenece el laboratorio mAbxience, del consorcio internacional que fabricará la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford, en el Reino Unido. AstraZeneca, la compañía anglosueca que lidera el proceso allí, es una de las firmas farmacéuticas de más renombre en el orden mundial y ha convenido que sea la planta de mAbxience, situada en Garín, provincia de Buenos Aires, la que produzca el fármaco contra el Covid-19.
Los estrechos contactos del empresario local con laboratorios internacionales no son nuevos, como tampoco sus vínculos con el kirchnerismo. En 2009, en ocasión de la epidemia de gripe A en nuestro país, la entonces presidenta Cristina Kirchner anunció la elaboración local de la vacuna en un tipo de negociación similar a la de ahora. Para entonces, también el beneficiario local fue ese laboratorio, cuyo dueño tenía una relación muy cercana con el entonces ministro de Salud de la Nación y actual gobernador tucumano, Juan Manzur. Y un dato más, que puede resultar mera coincidencia o no: el actual ministro de Salud, Ginés González García, fue, a principios de los años 2000, quien acercó al médico Manzur a la política. Tanto Manzur como González García, en dos momentos distintos, coinciden en la provisión de clientes al mismo laboratorio en situaciones sanitarias críticas para el país.
De aquel convenio de compra de vacunas contra la gripe A se recuerda que muchas de las dosis no llegaron a sus destinatarios o lo hicieron con grandes demoras, según se alertó oportunamente desde distintos sectores.
Cuando Graciela Ocaña renunció al Ministerio de Salud durante el kirchnerismo, fue sucedida por Manzur. Ocaña dimitió, entre otras cuestiones, por entender que el kirchnerismo de aquel momento nunca entendió la gravedad de la crisis provocada por la gripe A y que todos sus planteos sobre la epidemia quedaban relegados por desencuentros anteriores en su gestión, como la fuerte lucha que encaró ante los gremios por el necesario control del abultadísimo dinero derivado a obras sociales.
Por lo expuesto, independientemente de lo positivo que resulta que la vacuna contra el Covid-19 vaya a producirse en nuestro país, será imprescindible estar muy atentos a las alternativas que deparará su comercialización.
En la región, solo la Argentina y Brasil tienen capacidad para fabricarla, pero Brasil ha establecido sus propios acuerdos.
Esta vacuna ha sido una de las tres más avanzadas entre las 18 que se están probando en seres humanos. Hasta el momento, se sabe que los efectos secundarios son leves y que su costo estará entre los 3 y 4 dólares.
La expectativa que se ha abierto con el fármaco que se producirá en el país es enorme. Más allá de las prevenciones por nuestra experiencia anterior, que de ningún modo podemos soslayar, y tal como bien advierten los especialistas, una vacuna no es una cura, es un mecanismo de protección. Y que sea efectiva como tal va a depender no solo de su eficacia, sino también del porcentaje de la población que se logre vacunar. He aquí el nudo de la cuestión.
El Covid-19 ha demostrado que no ataca exclusivamente en las grandes urbes. También en los centros rurales se registran numerosos casos. Es necesario que cada país tenga un muy buen registro de las necesidades de la población para determinar cómo y por dónde empezar y cómo y por dónde seguir.
Nuestras autoridades han adelantado que tendrán prioridad para ser inoculadas las personas de mayor edad, el personal esencial de la atención a la salud y aquellos pacientes que están en tratamiento por enfermedades prevalentes, es decir, los grupos más vulnerables en caso de contagio, los que corren mayor riesgo de vida frente al Covid-19.
Tampoco la vacuna resulta una panacea. Hay que ser conscientes de ello. En estos meses, el mundo ha venido adoptando una infinidad de recaudos para evitar que se propaguen aún más los efectos nocivos de la pandemia. Normas sanitarias, de conducta, de aislamiento y hasta de resocialización son ahora la regla y no la excepción. La vacuna no es una bala de plata. Pasarán años antes de volver a la normalidad, como bien han coincidido en opinar diversos especialistas de organismos sanitarios internacionales.
Creer que con la vacuna quedan anuladas todas las prevenciones es no comprender la magnitud del problema. Sin dudas su aparición representará un paso importante en el devenir de este difícil momento histórico, pero no es hora de bajar ninguna guardia. Arriar las banderas de la prevención es volver a foja cero en algo que debe dejarnos más enseñanzas que recuerdos.
Los servicios de salud del mundo han mostrado su vulnerabilidad frente a este tipo de fenómenos. Gobiernos de desarrollo y signos de lo más diversos han tenido que desandar caminos, revisar estrategias y planificar nuevas respuestas para nuevos desafíos.
La capacitación de nuestros científicos, su rigor académico y profesional son destacables y debería esto verse debidamente reflejado en las políticas estatales para con ese sector, largamente desplazado de la consideración prioritaria en la gestión de numerosos gobiernos.
El compromiso empresario y la inversión en salud de los Estados, tanto en prevención como en tratamiento, han estado en la mira como muy pocas veces durante todos estos meses desde que se declaró la pandemia por coronavirus.
Es de esperar que las lecciones que nos dejará esta tremenda experiencia no sean en vano. Constituye apenas un capítulo, aunque muy doloroso por cierto, de una historia que no se detiene y que debemos capitalizar de la forma más humana, respetuosa y comprometida posible.
LA NACION