Crímenes de odio
El múltiple atentado terrorista contra iglesias católicas y hoteles de Colombo, capital de Sri Lanka, que provocó centenares de muertos y heridos, fue reinvindicado por el grupo yihadista Estado Islámico (EI). La mayoría de las víctimas resultaron ser civiles locales, pero hubo decenas de extranjeros muertos provenientes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Bélgica, Turquía, Portugal, Holanda y Australia.
La simultaneidad de varias explosiones, los objetivos elegidos, la forma en que se llevó a cabo la matanza, el hecho de que hubiera terroristas suicidas y el día escogido, el Domingo de Resurrección, son circunstancias que no solo apuntan a un nuevo ataque islamista . También indica que detrás de este cobarde atentado había cerebros experimentados en la materia y que, como señalaron las autoridades de Sri Lanka, fueron cometidos en represalia por el crimen de 50 musulmanes en dos mezquitas de Nueva Zelanda, acontecido en en marzo pasado.
Estamos ante atentados que constituyen un ejemplo más de aquellos crímenes de odio que vienen ensangrentando ciudades de todos los puntos del globo, en una espiral que luego de cada manifestación atroz genera réplicas igualmente bárbaras en quienes asumen el papel de vengadores. Sea que se escuden en razones pretendidamente religiosas contra quienes consideran infieles, invasores o solamente diferentes, el punto común de este extremismo violento es el nihilismo que niega no solo todo valor a las creencias del otro, sino que anula su dignidad y, por ello, considera legítimo exterminarlo.
Por otro lado, el reconocimiento por parte del EI sobre la autoría de los atentados pone en duda el anuncio del presidente Trump sobre el retiro de las tropas estadounidenses de Siria porque había logrado destruir al Estado Islámico. Es cierto que el grupo terrorista perdió la base territorial que tenía, lo que indudablemente le dificulta su accionar desde un punto de vista operativo. Pero el arma central del EI es el envenenamiento de las mentes, la radicalización de creyentes a los que convierte en fanáticos dispuestos a morir y matar por Alá, lo que ahora se logra a través de las anónimas vías de la web y las redes sociales, sin necesidad de una base territorial.
La intolerancia y los ataques a la libertad religiosa son una lacra que sigue sacudiendo en todos los rincones del planeta. Los detalles que emergen indican que el terrorismo basado en razones religiosas o étnicas continúa siendo enemigo principal de la convivencia en el mundo. Son las nuevas facetas de un terror basado en el odio a la diferencia y en el radicalismo que usa a las religiones e incluso a la historia para asesinar, destruir o acabar con vidas inocentes. Es, en definitiva, la confesión de que son incapaces de persuadir a otros con las ideas que pregonan, y por eso escogen imponer el terror y la muerte.
La respuesta, más allá de la justicia que tiene que impartirse ante las acciones terroristas, requiere de un compromiso ético y político para enfrentarlas y proscribirlas. El terrorismo busca crear un ambiente de intimidación y aspira a quebrar la sensación de seguridad y cohesión de la sociedad y de las autoridades por lo que es necesario estrechar lazos para enfrentarlo ya que, cabe reiterarlo, el terror es inaceptable.