Desterrar la violencia
Si los argentinos no encontramos la manera de canalizar nuestros desencuentros y nuestras protestas por la vía del diálogo y de la negociación pacífica, días aciagos nos esperan. Si dejamos que la irracionalidad, la intolerancia y la violencia sean el telón de fondo sobre el cual se recortan nuestras conductas cotidianas, seguramente desembocaremos en frustraciones cada vez más graves y pondremos permanentemente en riesgo las bases de la paz social y de la unión nacional.
Nadie desconoce los gravísimos efectos sociales de la crisis que atraviesa el país. Pero todos los sectores de la población deben tomar conciencia de que sus reclamos y sus manifestaciones de oposición a las políticas en curso deben ser formulados por caminos que no configuren una amenaza para las instituciones democráticas y con métodos que no dañen el clima de convivencia que posibilita la vigencia misma del Estado de Derecho.
Ningún país puede resolver sus conflictos políticos y económico-sociales en una atmósfera generalizada de desorden. Ninguna sociedad puede aspirar a debatir y esclarecer sus conflictos y a remontar con eficacia sus dificultades cuando la inseguridad impera en sus espacios públicos, cuando sus rutas son cortadas prepotentemente, cuando se apela irresponsablemente a procedimientos inconciliables con el respeto a las libertades y los derechos de los demás ciudadanos.
Los dolorosos enfrentamientos que se han registrado en estos días como consecuencia de los disturbios causados por grupos piqueteros -muchos de ellos con el rostro cubierto, como en los tristes tiempos de la subversión terrorista- deben encontrar una inmediata respuesta en la conciencia moral de los argentinos. La sangre que se ha derramado, trágico signo de la recurrente incapacidad de cierta dirigencia gremial para encontrar vías pacíficas de negociación, debería generar en la sociedad una reacción inmediata, tendiente a modificar de raíz los hábitos de violencia que se están instalando en el campo de la protesta social.
Es necesario que las autoridades preserven el orden público con la máxima firmeza y rechacen cualquier conducta que atente contra la seguridad individual y colectiva. La dirigencia política, en general, debe comprender que tiene sobre sus espaldas una alta responsabilidad y que cuando apoya o justifica los sórdidos métodos de agresión utilizados por los piqueteros no hace otra cosa que avivar la hoguera del odio, la decadencia institucional y la barbarie. Es lamentable, en ese sentido, que dirigentes como Adolfo Rodríguez Saá y legisladores del Frepaso y de otras corrientes hayan respaldado el comportamiento de los grupos que iniciaron los disturbios en el puente Pueyrredón y sus inmediaciones y hayan enjuiciado con severidad a la policía por los métodos de que se valió para contenerlos.También debe lamentarse que desde el campo de la Iglesia -con declaraciones puestas en boca de un cardenal, luego desmentidas- se haya considerado que el "caos social" puede llegar a ser "la única respuesta" ante la falta de alternativas en materia laboral o asistencial. Es imprescindible que la dirigencia de todas las vertientes de la vida nacional extreme su prudencia en esta hora crítica de nuestra historia y que en todos los casos la responsabilidad prevalezca sobre cualquier otra especulación.
Quienes conducen los movimientos de protesta social deben ser, a su vez, hoy más que nunca, cuidadosos y reflexivos. El precio que hay que pagar cuando esa responsabilidad se descuida se mide, con frecuencia, en vidas humanas, como se comprobó dolorosamente anteayer.