El consumo tan deseado: ¿por amor o por espanto?
La ciudadanía está ansiosa por vivir un cambio de expectativas, pero sobre la base de un plan serio, con amplios apoyos sectoriales y una oposición responsable
Todas las naciones desean que sus habitantes puedan acceder al consumo, abundante y creciente. En los países normales, eso está ligado a la confianza del consumidor. Cuando la población percibe un futuro estable, sin crisis a la vista y con trabajo asegurado, todos se atreven a tomar crédito bancario, a comprar bienes en cuotas, a adquirir productos de mejor calidad y, eventualmente, a darse algún gusto, como viajar. El mayor consumo está ligado al optimismo y a la convicción de que llegan tiempos mejores.
El consumo será creciente si va acompañado de inversión. Solo de esta manera se aumenta la productividad del trabajo y, por tanto, el salario real. Y también, aunque los políticos aborrezcan mencionarlo, la posibilidad de financiar el mayor gasto público sin que la economía se desbarranque. Es el mandato moral del capitalismo: cuantos más derechos se reconozcan, cuanta más "justicia social" se pretende, más inversión es necesaria. Es la única forma de dignificar el trabajo: con mejores equipos y más tecnología para generar más valor con menor esfuerzo. La ética del ahorro para la inversión fue la columna vertebral del Plan Económico de Austeridad, lanzado por Juan Domingo Perón, en 1952.
Cuando la inflación es muy alta y se carece de moneda, las cosas son bien distintas. Al decir de Borges, "no los une el amor, sino el espanto". A diferencia del consumo optimista signado por la estabilidad, cuando el dinero carece de valor, el mayor consumo es por espanto. Nadie quiere conservar billetes nacionales, ni en el colchón, ni en el banco. Si un cepo impide el acceso a los dólares y la tasa de interés es engañosa, la compra de bienes será la única salida para el salario o la jubilación.
Aún se ignora si el plan económico del futuro presidente contemplará reformas consistentes para equilibrar las cuentas fiscales, recuperar el superávit primario y acceder al crédito internacional como reaseguro del crecimiento.
En ese caso, el "verano" de consumo que se ansía tendrá un sustento duradero, basado en el amor y no en el espanto. Una brisa de confianza modificará las expectativas y la esperanza de tiempos mejores, que impulsó el voto mayoritario, se confirmará en los hechos. Para satisfacción de todos, oficialistas y opositores.
Como la emisión monetaria será indispensable, un cambio de actitud implicaría un menor rechazo por nuestros hiperactivos billetes, que quizá se aposenten más tiempo en las cuentas de ahorro o en los bolsillos de la gente, en lugar de adquirir mayor velocidad de circulación. Un equilibrio saludable entre el mayor consumo y la pertinaz inflación, contenida por esa tregua amorosa.
Sin embargo, no faltó un líder social o sindicalista que propuso "darle a la maquinita y meter plata en el mercado, para tener un par de meses para buscar el proyecto que se necesita". Tratándose del sindicalista del transporte de colectivos, habría que tomarlo con humor, ya que por deformación profesional "darle a la maquinita" sería acelerar para salir adelante, un shock sobre ruedas, bien opuesto al gradualismo macrista. Cuando otros licenciados sostienen lo mismo, pero sin gracia, al afirmar que la inflación es una patología psíquica, fruto de la puja distributiva o del poder de los oligopolios, ignoran lo difícil que es recomponer un cristal roto, cuando ha sido quebrado tantas veces. No deben consultarlo con un economista, sino con un físico que los introduzca a la entropía, paradigma del ser nacional.
Es momento de ayudar al Gobierno y tomar en serio el problema del cristal roto. Evitar blandir un martillo ante un público atemorizado, no por fantasmas ni por oligopolios, sino por la voz de la experiencia: siempre se ha recurrido a la inflación para financiar desajustes y a las devaluaciones para bajar gastos (en dólares). Es legítimo y aconsejable para la salud mental pensar que esta vez será diferente. La gente está ansiosa por vivir un cambio de expectativas aunque fuera un plan económico heterodoxo, pero serio, con el apoyo del peronismo unido, los sindicatos, los movimientos sociales y el empresariado y una oposición responsable.
Por el contrario, si la mayor emisión solo será contenida por un pacto económico social durante un par de meses, para "buscar el proyecto que se necesita", al decir del alegre tranviario extraviado en la neblina, no será fácil. Un limbo de tironeos corporativos difícilmente pueda despejar el horizonte y alentar un consumo optimista, abundante y creciente, como lo requiere un cuerpo social sano para crecer sin pobres ni excluidos.
Los titulares de las cámaras y de los sindicatos hacen política, como los funcionarios, pero no controlan siempre a sus bases. En el ejercicio de supervivencia que implica hacer negocios en la Argentina, nadie regala nada y todos esperan que el esfuerzo lo hagan los demás. Los acuerdos son útiles, pero tienen que ser acompañados de medidas que garanticen una salida no traumática cuando se derrita la congelación de variables.
La prueba de fuego del pacto en ciernes será la demanda de dinero, cuyo aumento es requisito esencial para que la ola de consumo no sea efímera. No solo se trata de llenar de billetes los bolsillos de la gente, sino de encontrar quien quiera recibirlos. Hay muchos actores del otro lado del mostrador: comerciantes, industriales, agricultores y ganaderos, transportistas, constructores, importadores y distribuidores. Todos con un ojo en las pizarras y otro ojo en la protección de su patrimonio, evitando entregar bienes valiosos contra papeles devaluados. Algunos analistas creen que, luego de tan prolongada recesión, estarán dispuestos a vender a pérdida, con tal de cubrir los costos fijos. Eso puede ocurrir en países estables, pero no cuando la alta inflación impide calcular valores de reposición y el capital de trabajo puede esfumarse por el error de un instante.
Probablemente ya hay políticas escritas para cada sector, con la minucia de los especialistas y la fantasía de quienes ignoran la restricción financiera. Es de esperar que el nuevo presidente y su equipo económico adviertan con lucidez que su primer objetivo será armonizar tantos proyectos disímiles para recrear confianza en la moneda. Solo de ese modo la Argentina se pondrá de pie y el mayor consumo se sostendrá en el tiempo, como fruto del amor y no como desenlace del espanto.