El legado de Molina Campos
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Una vez más llega a la atención del público interesado en la defensa de nuestro patrimonio cultural la polémica desatada en torno al Museo Molina Campos, ubicado en Moreno, en el Gran Buenos Aires.
Varios son los factores en juego. El primero es la existencia de una fundación llamada precisamente Molina Campos. No está claro si, técnicamente, es la derechohabiente sobre el patrimonio artístico de su patrono. Si así lo fuera, su opinión sobre este asunto adquiriría suma trascendencia.
Según se desprende de las informaciones periodísticas, esa fundación ha instalado, en un inmueble de su propiedad, una serie de obras atribuidas al artista, caro a los argentinos por su temática y su habilidad para captar la idiosincrasia de nuestros hombres de campo. Pero el acceso a esas obras está vedado al público desde hace casi 20 años.
El segundo aspecto se vincula con la propiedad de esas obras y del edificio que las alberga, así como su autenticidad, sobre la que existen fundadas dudas. Este último factor resulta fundamental para justificar o rechazar cualquier intento de asistencia al “museo” de la referida fundación como espacio en el que se exhiben objetos históricos, artísticos, arqueológicos o paleontológicos, no necesariamente utilizando las técnicas que aplica de forma adecuada la museología.
Restringir los derechos de propiedad sobre una colección de pintura o sobre un inmueble privado no es una medida que deba tomarse con ligereza. La afectación pública de la propiedad privada es una cuestión grave, con peligrosas implicancias constitucionales. Privar a sus legítimos propietarios de la libre disposición de lo que es suyo solo podría encontrar una justificación adecuada si se lo hiciera en el contexto de una política sólida y coherente y cuando exista la absoluta certeza de que con ello se incrementa la oferta de bienes culturales.
Un tercer aspecto se vincula con las posibles políticas que se pondrían en vigor para salvaguardar esa colección. Por lo general, la técnica usual de declarar un bien “patrimonio cultural” o “patrimonio histórico” solo satisface las necesidades publicitarias de los funcionarios, que aprovechan la ocasión para aparecer ocupados por librar una supuesta batalla cultural ante los ojos de sus votantes, en una “gesta” que suele durar pocas horas, luego de la cual vuelve a correrse la cortina del abandono y la indiferencia. Prueba de esto es el hecho de que, a pocos kilómetros del museo, la casa donde vivió Florencio Molina Campos (1891-1959) se encuentra en estado deplorable. “Flor de un día”, diría el artista.
Otro aspecto destacable es la declarada falta de interés de la fundación por recibir fondos estatales, una curiosa renuencia que no hace más que exacerbar la inquietud y las sospechas de quienes se preocupan por el modo, no siempre transparente, con el que se manejan los dineros públicos.
Solo cuando todas las cuestiones mencionadas sean adecuadamente aclaradas debería tomarse una decisión sobre el destino de esta colección. Y el esclarecimiento debería comenzar por establecer de qué se habla cuando se hace referencia a “las pinturas de Molina Campos”.
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