El verdadero amor
Hace pocos días, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires declaró por unanimidad a la señora Gabriela Arias Uriburu "Personalidad Destacada de los Derechos Humanos". Una distinción más que merecida debido a su lucha por la recuperación de sus hijos, la creación de la Fundación Foundchild - Niños Unidos para el Mundo-, primera ONG en el mundo que aborda la temática de la restitución familiar por y para el niño, y su peregrinaje por los foros internacionales en favor de los Derechos de los Niños.
Su dramática historia personal y familiar, su testimonio y la forma en que encaró múltiples situaciones de disrupción familiar nos mueven a reflexionar que, entre otras virtudes, Gabriela ha demostrado ser una mujer de paz. Una luchadora, creyente y confesa de que la paz entre los hombres es posible, aun en las más difíciles circunstancias.
Tanto ella como el padre de sus hijos provienen de culturas y religiones diversas, pero con hijos en común. En 1997, Gabriela planteó en Guatemala, donde vivían, su decisión de divorciarse, y la justicia de ese país le otorgó la tenencia de los tres hijos. Sin embargo, el ex marido los trasladó ilegalmente y sin registros a Jordania, donde los hijos corresponden al padre. Este desgarrador hecho obligó a Gabriela a salir al mundo y a la comunidad internacional.
En muchos casos de divorcio o de peleas parentales como el suyo, lo más fácil y frecuente es embarcarse en una contienda para sostener las propias razones, valores y posiciones, privilegiando el propio dolor, el agravio y la necesidad de justicia, pero olvidándose del enfoque o la mirada desde los hijos. Y en un principio ésa fue su lucha, la de una madre con un inmenso dolor, una lucha en la que había que ganarle al otro y derrotarlo si era posible. Hasta que pudo bajar las armas y sacar el "o" y reemplazarlo por el "y". Pudo salir de su herida profunda y mirar a sus hijos, y darse cuenta de que en su sangre llevaban las dos culturas, sus valores, creencias y ambas religiones. Los hijos tenían el derecho de incluir internamente tanto lo proveniente de su papá como lo proveniente de su mamá. Para ser completos y estar en paz tenían que integrar a los dos padres sin renunciar a ninguno. Y así su lucha no fue más entre padres y basada en su derecho de madre, sino que se enfocó en respetar y privilegiar el interés y los derechos de los niños, preservando así la vida emocional, psíquica, física y espiritual de sus hijos.
Sin dudas este cambio requirió de mucho trabajo, esfuerzo, coraje y renunciamientos. Pero la paz se construye siempre con enormes dosis de sacrificio y entrega. La clave de la paz, ¿no es acaso la unidad en la diversidad?
En uno de sus libros escribe: "El diálogo posibilitó el acuerdo y desde allí, de a poquito, con mi trabajo personal, el amor incondicional y el desapego, pudimos volver todos a sentarnos a una mesa a comer en familia. El amor todo lo puede".