Hacia un debate maduro y racional
Ante la proximidad de las elecciones generales del 14 de octubre, se advierte el renacimiento de un lenguaje político cargado de apelaciones a lo emocional y, en muchos casos, de reminiscencias demagógicas. Un gobernador proveniente del mismo partido que el presidente de la República acaba de decir, a pocas horas de haberse celebrado elecciones en su provincia, que la política de déficit cero propiciada por el gobierno nacional equivale a "matar a la gente". Desde otras zonas del escenario político se vierten a diario expresiones similares, reveladoras de una falta preocupante de madurez y de equilibrio en dirigentes que aspiran a ocupar bancas legislativas en la estructura del gobierno de la Nación.
Es lamentable que a estas alturas del proceso democrático se insista en situar el debate político a tanta distancia de lo que aconsejan la sensatez y la racionalidad. Atacar las soluciones propuestas por el gobierno nacional con planteos que tocan exclusivamente los resortes de la sensiblería y la pura emoción, sin proponer a la opinión pública caminos alternativos realistas y viables, significa retroceder en el tiempo a estilos y modalidades que se creían superados.
Por supuesto, es perfectamente legítimo -y hasta saludable- que los dirigentes de la oposición, y aún los del propio oficialismo, ejerzan su derecho a la discrepancia y analicen con espíritu crítico las propuestas del Gobierno. Más aún: es deseable que frente a los programas de acción diseñados por el Poder Ejecutivo se formulen objeciones y se recojan expresiones severas o audaces de desacuerdo. La democracia, al fin y al cabo, no es concebible sin la esgrima del disenso y sin el debate encendido y acalorado.
Pero lo que no puede dejar de reclamarse a los miembros de la dirigencia política es un mínimo caudal de razonabilidad, cordura y espíritu constructivo en momentos en que el país se debate ante una crisis política, financiera, económica y social de extremada gravedad, cuyos efectos se están haciendo sentir con desusada intensidad en los distintos sectores de la población.
Nadie desconoce las duras consecuencias que la aplicación a rajatabla de un plan de déficit cero acarreará para los segmentos más débiles del cuadro social. Pero limitarse a cargar las tintas sobre esos efectos sin considerar siquiera lo que la perspectiva de un default traería aparejado para esos mismos sectores desprotegidos de la comunidad equivale a ocultar el nudo central de la crisis que se afronta y proponer un abordaje incompleto y tendencioso del problema al que está abocada hoy la sociedad argentina.
Bienvenido el debate, bienvenida la discrepancia, bienvenido el entrecruzamiento de propuestas y soluciones. Pero que todos los sectores del espectro político se comporten con la responsabilidad que corresponde exigirles a quienes se están proponiendo como candidatos a los principales cargos electivos de la Nación.
La campaña electoral está a punto de empezar. Formulemos votos, desde ya, para que el debate político se eleve a las más altas cimas de la racionalidad y que toda crítica a las medidas en curso de ejecución sea elaborada desde el más severo y maduro ejercicio de la responsabilidad. Que la política sea el baluarte de la discusión fundada en razones y principios, no un torneo de facilismos y concesiones a la demagogia. Que quien impugne las políticas en curso exponga las soluciones alternativas que considere más beneficiosas para el interés nacional y para el conjunto social. Y que se llegue a la jornada electoral con un abanico claro y sólido de propuestas, no con promesas infundadas o con invocaciones retóricas carentes de sustento racional.