Halcones y palomas: sinergias para el cambio
La oposición no debe caer en las trampas del kirchnerismo y dividirse, cuando las condiciones para avanzar hacia imperiosos e impostergables cambios estén dadas
De la herencia envenenada que deja Cristina Kirchner a quien le toque suceder a su delegado, la insostenible situación económica es sin duda el activo más pesado. Como una ajedrecista fracasada, ha hecho movimientos pretendidamente astutos, pensando en su impunidad, que conducen inevitablemente a situaciones peores para ella y para la Nación entera.
Otra consecuencia impensada –o no expresamente buscada– es la división de la oposición entre el ala “economicista” (los “halcones”) y la “solidarista” (las “palomas”) respecto de la forma de superar la crisis. En todas las sociedades pluralistas hay derechas e izquierdas, conservadores y progresistas, republicanos y demócratas. Pero la inusitada gravedad del desafío lleva el debate a los extremos. Y el discurso libertario, incluyendo sus malos modos, ha sido un detonante para tensar posiciones, fijar límites, subrayar diferencias y opacar similitudes.
En la Argentina, los debates en torno del equilibrio fiscal se han vuelto proverbiales. En tiempos de la dictadura, el exalmirante Emilio Massera, criticando al entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, decía que “nadie da su vida por el producto bruto interno”. Años más tarde, Roberto Dromi, cuestionado ex ministro de Carlos Menem, llamó a Antonio Erman González, su colega al frente del Palacio de Hacienda, “contador sin visión política”. Y en 2015, atacando a Mauricio Macri, Cristina Kirchner afirmó que “un país no es una empresa”, sino “una nación, con necesidades que no deben ser cubiertas con criterio economicista para que cierre el balance”.
Revertir la caída libre exige generar un abrupto cambio de expectativas a partir de un programa de reformas cuya sustentabilidad dependerá del nivel de apoyo político
Como ella llevó su criterio hasta sus últimas consecuencias, el balance de la Argentina no cerró y los escandolosos índices de pobreza lo demuestran. En la base, se encuentra el crecimiento del gasto público, que durante el kirchnerismo pasó de una cuarta parte del PBI a casi la mitad. Esa duplicación del tamaño del Estado es la razón última de la inflación creciente, causante de esos índices dramáticos. Y también de la multiplicación de sus beneficiarios e intereses creados, que permean toda la sociedad argentina.
Revertir esta caída libre y acelerada, será una tarea titánica. Exige generar un abrupto cambio de expectativas a partir de un programa rotundo de reformas con apoyo político, para hacerlo sustentable. No bastará con reestablecer las instituciones, erradicar la corrupción y gestionar con eficacia, como en provincias o municipios.
A nivel nacional, es bien diferente. Gobernar un país implica administrar expectativas y definir incentivos proponiendo un horizonte de certidumbre. Y para suscitar conductas productivas solo gestionar mejor lo existente sería inconducente. Se torna indispensable reducir el tamaño del Estado, modificar la coparticipación, abrir la economía, eliminar privilegios, desregular actividades y reformar el régimen laboral. Debemos también hacer un culto de la seguridad jurídica, contrariando a Axel Kicillof.
Solo transmitiendo importantes dosis de consenso, unidad y convicción será posible recuperar la moneda y detener la carrera de la Argentina hacia el abismo. De lo contrario, volveremos a transitar los ya conocidos afanes de gradualismo continuo
Tras 80 años de aluviones geológicos, instaurar las demoradas reformas de fondo constituirá una batalla dura, que requerirá una unión sin fisuras entre halcones y palomas. Habrá paros, marchas y piquetes, actuarán lobbies sin escrúpulos y trenzas políticas, invocando sus falsas defensas del empleo, derechos adquiridos, competencias desleales, autonomías locales y situaciones especiales. Habrá alianzas entre opositores y desplazados, empresarios y sindicalistas, activistas y anarquistas.
Todo ese precio deberá pagarse con férrea voluntad política para recrear la confianza, equilibrar las cuentas, reducir la inflación y bajar el riesgo país. Solo haciéndolo bien, se obtendrá el fruto inmediato del cambio de expectativas, con la caída de la inflación, la mejora de los ingresos y oportunidades laborales. De lo contrario, será otro ajuste doloroso e inútil.
Pero la Argentina tiene fama de incumplidora serial, cooptada por los dueños del Estado y los beneficiarios de la improductividad y el régimen prebendario. Registra una historia lúgubre de crisis fiscales, ruptura de contratos documentados y estados de emergencia. Anuló acuerdos petroleros (1963), nacionalizó depósitos bancarios (1973), abandonó la “tablita” cambiaria (1981), “defaulteó” la deuda pública y estatizó la privada (1982). Impuso un desagio a los contratos (1985), congeló juicios jubilatorios (1986), obligó al “ahorro forzoso” (1987) y paralizó sentencias contra el Estado (1988). Declaró un sexto “default” y tuvo dos hiperinflaciones (1989 y 1990). En 1991 expropió depósitos bancarios (plan Bonex) y luego adoptó la convertibilidad. En 2001 Fernando de la Rúa dispuso la solvencia fiscal y el déficit cero, pero terminó con estado de sitio, “corralito” y helicóptero. Se sucedieron cinco presidentes en 13 días, el mayor default de la historia mundial y el abandono formal de la convertibilidad (2002), con pesificación asimétrica.
Instaurar las demoradas reformas de fondo requerirá una unión sin fisuras y armónica entre halcones y palomas. Los primeros son más duchos en comprender las implicancias del necesario “shock de confianza”. Las segundas son más expertas en asegurar gobernabilidad, atendiendo a otras dimensiones del quehacer colectivo y urdiendo la red política indispensable
Durante los gobiernos kirchneristas se expropiaron empresas privatizadas (Correo Argentino, Aguas Argentinas, Tandanor, Aerolíneas Argentinas, Fadea, Belgrano Cargas, Ciccone Calcográfica), se estatizaron las AFJP (2008), se confiscó YPF (2012), se impuso el cepo cambiario (2011), se falsearon índices del Indec para trampear a los acreedores, se violaron los marcos regulatorios de los servicios concesionados y, en 2014, se entró en el octavo “default”. Durante el gobierno actual se intervinieron los mercados fijando precios, creando la brecha cambiaria, cerrando importaciones y bloqueando exportaciones; aumentando impuestos, emitiendo en forma descontrolada y absorbiendo todo el ahorro bancario con letras y bonos públicos. La cotización de la deuda argentina refleja el fracaso de la reestructuración de 2020 y la inminencia de un noveno “default”.
Esa mochila histórica condiciona cualquier evaluación por parte de quienes deberían invertir y prestar para crecer y crear empleos. No bastará con anunciar un programa consistente, sino que deberá volverse tan creíble como si la Argentina, de golpe, fuese un país escandinavo. El mundo de los negocios tomará el pulso a toda la coalición, observará si les tiembla la mano, si parpadean, si pestañean o se critican. Solo transmitiendo importantes dosis de consenso, unidad y convicción, será posible recuperar la moneda y detener la carrera de la Argentina hacia el abismo. De lo contrario, volveremos a transitar los ya conocidos afanes de gradualismo continuo, sin “lluvia de inversiones” y con aumento de la pobreza. No hay atajos.
Halcones y palomas deben trabajar en armonía. Los primeros son más duchos en comprender las implicancias de ese “shock de confianza”. Las segundas son más expertas en asegurar gobernabilidad, atendiendo a otras dimensiones del quehacer colectivo y urdiendo la red política indispensable para la sustentabilidad del proyecto.
En una democracia republicana, las palomas tendrán un rol adicional: en lugar de oponerse a los cambios por pruritos solidaristas, como un pariente que irrumpe en el quirófano para detener al cirujano, deben ser quienes los impulsen, acicateando a los halcones, para exigir más reformas y mayor productividad. Al Estado de bienestar no accede quien quiere, sino quien puede. Debe existir una proporcionalidad entre las aspiraciones y la posibilidad de sufragarlas. Crear nuevos derechos y nuevas áreas de gestión pública implica una exigencia de mayor productividad para hacerlos posibles. De lo contrario, serán letra muerta o la causa de más desequilibrios con funestas consecuencias, como lo comprobamos ahora.
Si halcones y palomas comprenden sus respectivas fortalezas y la potencia que surgirá de esa sinergia, no caerán en la trampa tendida por el kirchnerismo, ni permitirán que su herencia envenenada pueda dividirlos cuando la oportunidad de un cambio duradero tan imperioso como impostergable es posible.