Hora de extrema gravedad para la frivolidad política
Ante las actitudes temerariamente irresponsables que imperan en la coalición gobernante, la oposición no puede sumergirse en el surrealismo
En una escala de horrores del uno al diez para juzgar con datos objetivos la gestión que se inauguró en diciembre de 2019, el Gobierno difícilmente bajaría de ocho o nueve en las principales disciplinas que conciernen al funcionamiento del Estado.
Nada ha hecho por la preservación del federalismo y la relación ecuánime con la ciudad de Buenos Aires y las provincias fuera de su control político. Ha gobernado por más de dos años sin otro programa económico que el de lograr un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que se demoró hasta la irritación a raíz de juegos parroquiales del núcleo duro del kirchnerismo, al que nadie entiende en el planeta salvo algunos autócratas fracasados.
Como si impartiera directivas para el ejido de La Matanza, la jefa de ese núcleo, en acelerada desgracia ante la opinión pública, pretendió un acuerdo que llevara a pagar la deuda en veinte años y con una reducción en el pago de intereses sobre los excedentes que correspondieran a nuestra cuota de endeudamiento como socios del FMI. No lo consiguió, como todos le anticiparon, porque eso hubiera sido violentar normas establecidas y abrir precedentes inadmisibles. El mundo está a los tumbos, pero todavía se comporta con más seriedad que la Argentina, según puede atestiguar el señor Putin. Nuestra prestancia institucional se mide por la conversión que la señora de Kirchner ha hecho del Senado, transformándolo en un garito para embusteros, en el que ella es banca y también pretende ser punto, al dividir falsamente al bloque oficialista a fin de arañar para su cosecha un senador que sirva afanes propios en el Consejo de la Magistratura.
La falta de realismo a largo plazo ha dejado a la economía argentina vapuleada por una inflación galopante y sin las inversiones que urgen para su recuperación. Las tasas de escepticismo social explican el éxodo de talentos a Estados Unidos, Europa, y particularmente, Uruguay.
Una encuesta nacional de Management & Fit, publicada por Clarín, demuestra que el fenómeno inflacionario encabeza la lista de preocupaciones actuales de los argentinos; también sirve para demostrar el enorme daño que la prédica populista ha hecho en esta misma sociedad, pues los aumentos de tarifas figuran en un nivel tope con olvido generalizado de que los precios en vigor están por debajo de los costos de producción de esos servicios. El Estado está fundido y la gente no se da por enterada de que la virtual gratuidad de los servicios es imposible de sostener y que insistir con procurar lo contrario se volverá en contra de todos.
Sin duda que el capítulo de la Justicia refleja el punto más indignante como comportamiento de los elementos dominantes en el Frente de Todos. Nada han hecho por fortalecer una Justicia independiente. Han impedido que se cubran docenas y docenas de juzgados vacantes, han apoyado a jueces inmorales y todo ha sido con propósitos políticos subalternos. Entre los más flagrantes y abyectos, se hallan el de obtener la impunidad de la vicepresidenta y de algunos de sus principales acólitos en las causas en trámite desde hace años por corrupción.
Al menos en este rubro los argentinos parecemos haber reaccionado en términos tales que la corrupción ha pasado a ser el segundo asunto que pesa negativamente sobre el ánimo social. Tal vez se deba a que ahora se comprende más que antes que la corrupción vacía los bolsillos sin distinción de clases sociales. Eso embarra a corifeos oficialistas de toda laya, como los líderes y las lideresas de organizaciones que nacieron para defender derechos humanos y han terminado enredándose en la complicidad con lo más bajo de la política argentina.
La falta de realismo a largo plazo ha dejado a la economía argentina vapuleada por la inflación y sin las inversiones que urgen para su recuperación
La pobreza ha teñido la mitad del mapa poblacional de la Argentina y la alta desocupación es escondida detrás de una economía en negro y de incontables empleos estatales, con devastadores efectos fiscales en ambos casos. Otro lastre de enorme peso, no solo económico, ha sido el derrame a troche y moche de planes sociales sin contraprestaciones efectivas que no sean sino para beneficio de los que esquilman a sus recipiendarios. Consecuencias: acentuación de la pérdida de la cultura del esfuerzo del trabajo y del estudio y, paradójicamente, dificultades para hallar mano de obra útil. Entre otras razones porque esa mano se retacea por temor a perder los ingresos que el Estado estableció como sucedáneo de la desocupación.
La inseguridad aterroriza a vastos sectores de la población, mientras se habla con naturalidad de “zonas liberadas”, lo que significa, sobre todo en el conurbano bonaerense, una imputación gravísima contra jefes policiales y autoridades políticas de la provincia sin que nadie salga a contestar. Dentro de ese estado de cosas, ha debido oírse estos días el lastimoso pedido del gobernador de Santa Fe a la Nación de que envíe más fuerzas de seguridad a la provincia, jaqueada por el poder de fuego del narcotráfico. Se ha caído en tal lodazal de desvergüenzas e irresponsabilidades lindantes con el delito que el municipio de Morón distribuyó folletos con la recomendación de que si uno se droga, que sea “poquito”, y con la sucia mercadería comprada en lugares “confiables”.
Un Estado cómplice se deja arrebatar la soberanía de su territorio. Ocurre en la periferia de Rosario y de otras ciudades jaqueadas por el narcotráfico, así como en el sur patagónico ante la violencia de delincuentes que invocan supuestos derechos provenientes de un pasado improbable.
Entre lo poco positivo en estos tiempos del país a la deriva, se rescatan las voces cada vez menos tímidas para hablar y denunciar falsas verdades establecidas con la extorsión de que lo “políticamente incorrecto” impedía menearlas. Ya nadie puede aprovecharse para hacer una carrera política de su condición de hijo de desaparecidos por el terrorismo de Estado que se enseñoreó en el país, sin que alguien le pregunte, no para aminorar las responsabilidades de ese terrorismo abominable sino para abatir las medias verdades, si sus padres fueron subversivos que mataron o no, con igual impiedad, a criaturas inocentes o a ciudadanos desentendidos de la política, con tal de instaurar una tiranía de izquierda.
No es hora de mentiras o de sorprendentes frivolidades, como las que desalentaron días atrás a la ciudadanía al difundirse el tenor de discusiones habidas en la principal fuerza de la oposición, disipando esperanzas vanas de otras ilusiones políticas. Desde el presidente de la UCR, Gerardo Morales, hasta la presidenta de Pro, Patricia Bullrich, todos, tan distantes de los problemas que abruman a la Argentina, dieron la sensación de haberse sumergido en un surrealismo que acongoja.
Deberían leer, al menos, las encuestas que evidencian que ilustres desconocidos hasta no hace mucho, animados de un histrionismo osado, han logrado con sus imputaciones a “la casta política” posicionarse a solo unos puntos de distancia de Juntos por el Cambio. Y que esto determina las posibilidades, de otra forma inverosímiles, de que el Frente de Todos vuelva a triunfar a pesar de tantos estrepitosos fracasos, y peor aún, de los mayores daños que todavía podría provocar de seguir en el poder con quienes siguen inmersos en una despiadada lucha intestina y que nada han aprendido, porque nada quieren aprender.
Debería dedicarse la oposición a formular sin más demoras un programa de gobierno que no tiene. Procurar acuerdos sobre los asuntos sustanciales para el país con quienes sean confiables por haber honrado en todo tiempo su palabra sin haberla manchado en malabarismos de tránsfugas, abriéndose a los espíritus de buena voluntad dispuestos a conferir una dirección cierta y correcta al país a pesar de provenir de otras aldeas de la política. De otro modo nadie debería quejarse, porque la república no habrá carecido de advertencias suficientes sobre el porvenir tenebroso que la acecha.