Jugar con fuego
La controversia pública entre Mauricio Macri y Gerardo Morales salpicó a la principal fuerza opositora con el fango de la vulgaridad del oficialismo
El contrapunto entre el gobernador de Jujuy y titular del comité nacional de la UCR, Gerardo Morales, y el expresidente Mauricio Macri ha irrumpido como una asombrosa cuestión de otro mundo.
Ha provocado perplejidad. Ha sido insólito y se produjo a espaldas de realidades apremiantes del doloroso cuadro nacional. Fue propio de egoísmos narcisistas e incompatible con los vientos de renovación política que ansía cada día con más desesperación una inmensa franja ciudadana.
Haber puesto a la principal coalición opositora en situación tan incomprensible por un entredicho sobre si Hipólito Yrigoyen, que murió en 1933, perteneció o no a la grilla de los políticos populistas latinoamericanos ha sido como arengar a una multitud desde el escenario público para hablar sobre el sexo de los ángeles.
¿De qué está hablando esta gente? Apenas disimula su grave divagación el incordio aún mayor de Cristina Kirchner entregándole a Alberto Fernández una lapicera descartable para que trabaje como ella pretende.
Sobre el supuesto populismo de Yrigoyen, Macri se pronunció. Alineó en su discurso, con ligereza, a Yrigoyen junto a Perón y a Eva Perón. Su nómina fue más acotada que la utilizada por el peronismo desde sus orígenes a fin de identificar rasgos afines entre San Martín, Rosas, Yrigoyen y Perón. Dejando en paz al incomparable Gran Capitán, que liberó del yugo colonial a regiones inmensas de América del Sur, digamos que el mentado terceto representó a lo largo del siglo XX el elenco de íconos reverenciados por el nacionalismo argentino.
Hasta hace unos treinta años, cuando todavía orbitaba en la vida empresaria bajo la férula de su padre, Franco Macri, Mauricio Macri destilaba casi de modo incontenible, como si proviniera de un patrón genético y cultural, vagos sentimientos hostiles a la tradición radical. Eran los días de la presidencia de Carlos Menem, de lo que casi nadie se hace ahora cargo. Ni siquiera los Kirchner, que con brutal hipocresía calificaban al riojano como el mejor presidente del que había disfrutado la Argentina.
Macri ha salido a contestar la carta ásperamente crítica recibida de Morales recordándoles a él y a los radicales en general, con pruebas a la vista, palabras de encomio que había dispensado años atrás a la figura de Yrigoyen. Con todo, debe decirse que en la literatura política hay innumerables trabajos académicos sobre la naturaleza política de Yrigoyen como para que pueda sorprender lo que Macri dijo.
Eso no quita que Macri haya sido imprudente en relación con los compromisos políticos que lleva Pro anudados desde hace años con la UCR.
En cuanto a la respuesta de Morales, este se excedió en demasía. Hábito a esta altura impropio para ser el jefe de un partido moderado, pues deja dudas sobre el equilibrio emocional para entrar en combates dialécticos. En esta oportunidad el exceso se notó más de lo habitual: después de una primera respuesta, insistió en una segunda, redoblando la apuesta, y llegó a indagar al fundador de Pro sobre “si su intención es romper la coalición y buscar un acuerdo con sectores de la extrema derecha”, en clara referencia a Javier Milei.
Haber puesto a Juntos por el Cambio en situación tan incomprensible por un entredicho sobre Hipólito Yrigoyen ha sido como arengar a una multitud desde el escenario público para hablar sobre el sexo de los ángeles
Entre los antecedentes académicos del tema rozado por el expresidente, hay un trabajo publicado en 2018 por la revista Latinoamericana, que se edita en México. Su título es una definición: “Yrigoyenismo, gaitanismo y los populismos latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX”.
Ricardo Rojas, en su exégesis sobre el partido fundado en 1891, escribió en su tiempo que la UCR “se identifica con la voluntad histórica de nuestro ser nacional”. Rojas, como bien se sabe, fue un radical de fuste.
El problema con el uso de las palabras es que a veces desatan controversias, como en el caso que nos ocupa acerca del populismo.
Uno de los elementos que caracterizan al populismo es la tendencia a confundir la Nación con el partido o el movimiento. Aquello del “ser nacional”, ¿no es cierto? Otros elementos distintivos son la propensión a dejarse cautivar por caudillos a quienes impregnan de todas las virtudes posibles en política; a insuflar a la actividad política sentimientos nacionalistas, estatizantes, clientelares y, ya en el paroxismo más agudo del populismo, a dejarse llevar por el impulso demagógico de hacer regalos por doquier, desentendidos de los efectos de la gratuidad alocada, sin contraprestación suficiente de trabajo, esfuerzo y estudios. El final lo conocen todos: impresión desmedida de dinero y su aberrante consecuencia, la inflación, que pagan los ricos y, más aún, los pobres.
Yrigoyen actuaba con la oscuridad de lenguaje de los krausistas del siglo XIX, asunto en el cual tal vez fue más lejos que otros cófrades del filósofo alemán Karl Krause, de tan penetrante influencia en España en el siglo XIX. Yrigoyen respetó como gobernante aspectos esenciales de la vida democrática: la libertad de expresión y la independencia de la Justicia nacional. No entramos en temas de orden provincial porque dispuso un número inusitado de intervenciones federales, si bien a veces lo imputó a “la causa” contra el fraude y por oposición al “régimen falaz y descreído”. Él mismo encarnó el triunfo del voto popular libremente expresado e inspirado en la ley que llevó el nombre del presidente conservador y modernista Roque Sáenz Peña, quien trabajó por una reforma electoral que, desde 1912, cambió el curso de nuestra historia.
Los líderes políticos tropiezan cuando suponen que la naturaleza de un ámbito como el de la academia otorga la inmunidad que niega el ruedo político. Macri ha quedado notificado de las consecuencias que se pagan por esa confusión. En cuanto a Morales, debió haberse percatado de que, por alguna razón reciente, la convención nacional de su partido, reunida en La Plata, había rescatado al fin la figura del presidente Marcelo T. de Alvear. Su figura fue denostada en vida de Yrigoyen, e incluso después, por los seguidores políticos de este caudillo, que debieron resignarse a que dejara como heredero político a quien en 1922 lo había sucedido, también por decisión propia, en la presidencia de la Nación.
El 23 de marzo de 1992, al cumplirse los cincuenta años de la desaparición de Alvear, Emilio Hardoy, invitado a hablar en nombre de los conservadores en el acto de homenaje que se hacía en la Recoleta, pronunció palabras memorables. “Vengo a pedir perdón públicamente –dijo– por el fraude electoral que cerró el paso al poder a ese gran ciudadano que fue Marcelo de Alvear. Cerrarle el paso al gran señor de la República fue un acto irracional y, más que eso, fue un acto de locura, un crimen político”.
En un país que corre el riesgo de incendiarse entre la ineptitud presidencial y un antipatriótico kirchnerismo ceñido a la obsesión de anular la independencia judicial con tal de obtener impunidad para los actos de corrupción pública que se ventilan en la Justicia, lo último que debería hacer la oposición es jugar con fuego. Tomen para sí, entonces, sus jefes políticos algo de la grandeza de aquel verdadero hombre de Estado que fue Hardoy. Al reconocer que había sido beneficiario del fraude conservador, dio un notable ejemplo de civismo por coraje moral y humildad al final de su vida.
El tono de la controversia de estos días en Juntos por el Cambio desconcierta y avergüenza. En lugar de poner más distancias, se salpica en el fango de la vulgaridad oficialista y se aleja de las demandas ciudadanas.